La última semana de Roman Polanski podría ir acompañada de un sentimiento colectivo, de una palabra que quizá valdría para todos: indignación. La de cineastas e intelectuales de medio mundo que claman por su libertad, pero también la de otros muchos que consideran vergonzosos e irreflexivos esos llamamientos, incluidos los de algunos representantes políticos franceses.El argumento de los que invitan a tomar distancias en el asunto es diáfano: ¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si en lugar de Polanski se hubiese detenido a un funcionario ..
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