España, ese país en el que los dictadores mueren en la cama de viejos y en el que las informaciones que llegan a los ciudadanos no son el producto de una investigación judicial, a menudo entorpecida o castrada, no tiene por costumbre reaccionar. Gritar, gritamos; encabronarnos, nos encabronamos; nos damos golpes de pecho o pegamos puñetazos en la mesa y muy a menudo nuestra ira confunde a los justos con los pecadores, pero hemos demostrado que somos torpes a la hora de expresar un rotundo e innegociable “hasta aquí hemos llegado”.
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