«Cuando hice Torres Blancas tuve un único objetivo: molestar a la gente, agredir al paisaje, de tal manera que la gente levantara la cabeza y dijera: ¡Caramba!, pero ¿tanto bien o tanto daño se pueden hacer con la arquitectura?… ¡Sí, señor!» No hay día que no se cumpla este pensamiento. La gente sale del metro y se topa con ese volumen brutal, desconocido, gris, orgánico… Es de los pocos edificios que te hacen levantar la mirada, no provoca indiferencia, tampoco ira. Grupos de curiosos se embaban con sus formas, discuten, adjetivan sin parar.
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