En medio de este vacío, los islamistas fanáticos crecen con fuerza tanto en Iraq como en Siria bajo el estandarte de Al Qaeda, en la medida en que los conflictos de ambos países amplifican los de cada uno y fomentan un radicalismo aún mayor. Detrás del conflicto se encuentra la rivalidad entre dos grandes potencias petrolíferas, Irán y Arabia Saudí, cuyos gobernantes —arrogándose la representación del islam shií y suní, respectivamente— despliegan cínicamente una agenda sectaria que hace que casi cualquier arreglo parezca una herejía.
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