En la década de los 50, un caso criminal sacudió a la Ciudad de México. El impacto mediático no se logró solamente por lo sanguinario de los hechos, sino porque dio pie a una cuestión olvidada pero poderosamente vital: ¿podían ser los enfermos mentales culpables de sus actos?, ¿tenían que pagar sus crímenes como lo hacía la gente “normal”? Cabe recordar que todavía en 1948, las personas con trastornos mentales tenían que ser recluidos en prisión y sólo podían salir eventualmente para consultas médicas.
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