Hasta hace bien poco, nos podíamos permitir el dudoso privilegio de reproducir todo tipo de estereotipos y leyendas urbanas sobre los chinos sin que apenas nadie rechistase. Parecía ser que el hecho de haberles permitido un hueco en un país desarrollado ya suponía suficiente deuda como para que, por lo menos, nos echásemos unas risas a su cuenta.
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