Es el principal medio de transporte de la ciudad. Posiblemente uno de los lugares en los que el neoyorquino pasa más tiempo. Y donde puede pasar DE TODO. Desde una fiesta, a enamorarse, presenciar un milagro floral o sufrir con nuestras amigas las ratas. Está sucio, es viejo, pero casi siempre rápido, a veces divertido y siempre, siempre inesperado.