Son bocados dulces que, quien los come, deja huella: porque te manchas y casi siempre dejas la mesa llena de migas. Y, precisamente por lo frágil que es, cada persona ha ido creando su propio 'protocolo'. Hay quien lo abre y lo moja en café o leche, hay quien no lo abre y lo aplasta entre el papel y recién lo come, y hay quien sopla el polvo que aparece por encima.
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En cambio una tableta de turrón tradicional duro (antes) ahora de chocolate, cuando quieras.
Eso del plof es muy moderno.