Técnicamente todos somos vírgenes
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Aquel día y la semana posterior mostraron las líneas rojas que el régimen ucraniano y la extrema derecha que había actuado de fuerza de choque de Maidan estaban dispuestos a cruzar. La agenda ultranacionalista del ejecutivo nacido del golpe de estado había quedado clara desde el primer día, con el intento de revocar la ley sobre el uso de la lengua para retirar la cooficialidad regional al ruso, vehicular en esos oblasts, pero la actuación gubernamental alrededor de los sucesos de Odessa mostró los límites hasta los que llegaba esa postura. No se trataba únicamente de reconstruir el país al servicio del nacionalismo y reescribir su historia para oficializar el discurso ultranacionalista como único discurso nacional posible, sino de permitir que la extrema derecha actuara en nombre del Estado para acabar físicamente con todo grupo que defendiera otro camino.
Lo ocurrido en Odessa era la máxima expresión del uso de la extrema derecha para hacer aquello que el Estado no era capaz de hacer que se había dado hasta el momento. En Járkov, una gran ciudad con presencia tanto de actores prorrusos como de la extrema derecha nacionalista, las autoridades utilizaron lo que iba a ser el germen del Azov de Andriy Biletsky para acabar con todo intento de imitar lo ocurrido en Donetsk y Lugansk, ciudades en las que la escasa implantación del nacionalismo no fue capaz de presentar alternativa ni batalla a las protestas antigubernamentales.