Soy consciente de que los temas deportivos no son muy bien vistos en esta santa casa casa, pero eso no me va a hacer renunciar a una buena historia. Hoy os vengo a contar cómo en el Renacimiento el tenis se alzó con la denominación de deporte rey y todo lo que giraba en torno a este juego de raquetas (que al principio no era tal).Su nombre, tenis, nos llega desde el inglés que a su vez toma prestado del francés el grito que se lanzaban los contrincarios, tenez y que ha permanecido hasta hoy en muchos idiomas. Sin embargo al principio de esta historia su nombre era otro.Una investigación somera ya nos desvela que el tenis aparece por primera vez en Francia entre los siglos XII y XIII. Este juego se practicaba sin raqueta y se llamaba jeu de paume, juego de palma porque la pelota se golpeaba directamente con la mano, bien desnuda o con un guante protector. Las normas de este jeu de paume no tenían nada que ver con las actuales pero ya incluían dos campos separados por una línea (aún no se usaban las redes) y dos jugadores o dos equipos a cada lado.Los partidos del jeu de paume se disputaban al aire libre y eran denominados "juego largo": en la calle, en una plaza, en el patio de un palacio o en un prado; y en algunos lugares de Europa aún se practica de forma marginal este tipo de juego. En ocasiones, incluso se jugaba una versión más rudimentaria contra la fachada de una casa como en el frontón.Un juego adictivoA finales del siglo XIV el jeu de paume fue tan popular que las autoridades de París emitieron un bando en el que prohibían a los artesanos practicarlo cualquier día que no fuera domingo. Y en 1485 un concilio prohibió a los religiosos que lo practicaran, “sobre todo en camisa y en público”. Sin embargo, los aristócratas no tenían penalizaciones a la hora de practicarlo y se dedicaron a ello con fruición (es conocida la historia de Felipe el Hermoso que falleció en Burgos después de haber jugado a la pelota y de beber un vaso de agua fría). Fue durante el Renacimiento cuando el juego sufrió los cambios más drásticos y empezó a conocerse como tenis. Uno de los cambios más llamativos fue el uso de la raqueta para practicarlo. A principios del siglo XVI empezaron a fabricarse raquetas con pergamino, pero también con tripa o cuerdas de cáñamo (las más comunes) y se comenzaron a organizar las reglas del juego.Estas normas para jugar son prácticamente las mismas que se usan en la actualidad: los puntos para ganar un juego se contaban por 15, 30, 45, luego se obtenía una “ventaja”, se empataba “a dos”, cada manga tenía seis juegos, etc. Aún no había red pero los campos se separaban por una cuerda de la que pendían campanillas. Si la pelota pasaba por debajo las hacía sonar, pero luego cambiaron esta solución por la conocida red.Con el paso del tiempo también se cambiaron los campos que obligaban a un “juego largo” por locales cerrados que permitían aprovechar mejor el bote de la pelota. En estos locales en los que se practicaba "juego corto" había también una zona para espectadores y se multiplicaron por toda Europa. En Francia se llamaban jeu de paume o tripot (del verbo triper, rebotar), mientras que en la Península Ibérica se las denominaba trinquete. Si os da curiosidad, podéis ver uno en Versalles, donde se firmó el juramento de la Revolución Francesa.Es precisamente en Francia donde se sigue este deporte con más pasión. Dicen que durante los siglos XVI y XVII había, solo en París, 250 pistas, mientras que en Londres en la misma época había solamente catorce. Durante el Renacimiento se escribieron numerosos libros exaltando las bondades de practicar el tenis, diciendo que era bueno para la salud y para el estado de ánimo, pero es que también había una competición encarnizada por ganar al contrario. De hecho hubo episodios de violencia en muchas ocasiones, como cuando Caravaggio mató a su rival en la cancha por una disputa (aunque dicen que no era una disputa deportiva y que tenía más factores). Mientras duraba el partido se hacían apuestas y era común jugar a las cartas o a los dados en la galería de espectadores, lo cual como os imagináis, no estaba muy bien visto entre los guardianes de la virtud. Sin embargo tener un trinquete era un gran negocio, ya que los propietarios de las pistas no solo alquilaban la pista junto con el material, sino que además vendían vino y comida durante y después del partido. A finales del siglo XVII encontramos también el antecesor del bádminton, el jeu de volant. Para practicarlo se usaban raquetas ligeras y la pelota era una semiesfera de corcho con plumas sujetas a ella por una correa de cuero. Era un juego menos agresivo que el tenis y conquistó a las damas, que lo prefirieron al de la pelota.A partir del siglo XVIII el tenis jugado en salas cerradas empezó a decaer en toda Europa (salvo en el Reino Unido donde se sigue practicado bajo el nombre de real tennis) y tenemos que esperar a 1874 cuando aparece el primer reglamento del tenis moderno por obra del galés Walter Clopton Wingfield. La clase aristocrática abrazó esta reinterpretación del tenis y de hecho fue uno de los deportes elegidos para formar parte de los primeros Juegos Olímpicos modernos. La foto inicial del artículo la he sacado de Wikipedia.
Hace unos años, la erupción del volcán Eyjafjallajökull dejó a Europa sin tráfico aéreo. La ceniza volcánica que arrojó a la atmósfera dejó a muchos pasajeros en tierra, sobre todo los que tenían que atravesar el Norte de nuestro continente. Pues bien, ese no ha sido el volcán más mortífero de la historia, pero es posible que en el top 3 se encuentre el Laki, del que os hablaré hoy. El volcán Laki no es exactamente un volcán, sino una fisura volcánica está en Islandia y entró en erupción el 8 de junio de 1783 durante ocho meses y cambió el clima europeo durante los años sucesivos.La erupción tuvo su origen en el sistema volcánico de Grimsvötn, en la fisura de Laki que ha sido la que se ha hecho famosa tras el incidente. La actividad volcánica no cesó hasta febrero del año siguiente, y sus efusiones basálticas arrasaron una amplia zona de la costa suroriental de Islandia.Los gases tóxicos que emanaban del volcán provocaron la muerte de la quinta parte de la población islandesa, cerca de 10.000 personas y al 80% de las ovejas. Las poblaciones de vacas y los caballos se redujeron a menos de la mitad y los cultivos de aquel año no lograron salir adelante. La muerte sobrevenía al mezclarse el dióxido de sulfuro de la nube con el vapor de agua en los pulmones de las víctimas, que no podían explicarse el fenómeno.Para los supervivientes el espectáculo era estremecedor, ya que veían el cielo cubierto de humo y el suelo cubierto de ceniza, según documenta una crónica escrita en Copenhague y publicada en octubre de 1783 en Cuando empezó a publicarse el BOE todavía gobernaban los Austrias
Lo mismo es que soy un poco gafotas, pero os confesaré que cuando me leí El Quijote me gustó un montón. No voy a andar con paños calientes: me fascinó la historia de este señor que piensa que vive dentro de un libro y se lanza a vivir como un caballero andante en un tiempo en el que este tipo de profesión ya estaba en desuso y solo aparecía en las novelas. He estado investigando cómo vivían de verdad los caballeros andantes y os voy a contar lo que he averiguado.Aunque a Alonso Quijano le dicen que los caballeros andantes son cosas de novelas y de historias, sí que hubo bastantes a lo largo de toda la Edad Media. El género de caballería explotó sobre todo en los siglos XIV, XV y XVI, aunque esta figura es anterior. Por ejemplo, eran caballeros andantes los mercenarios que acudían a combatir contra los infieles en Tierra Santa, en el sur de Italia y muchos de los que participaron en la Reconquista en España. Incluido Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, al que desposeyeron de sus tierras y se vio obligado a poner su espada al servicio del mejor postor. Era habitual que los hijos segundones que no querían seguir una carrera eclesiástica optaran por este camino y rondaban por cortes y castillos ofreciendo sus servicios militares. Si no había una guerra en marcha en aquellas tierras, se exhibían en torneos en busca de una dama noble casadera que se fijara en ellos y que los sacara de su vida errante. Los reyes se preciaban de tener buenos caballeros andantes entre sus súbditos y no era infrecuente que si uno le prestaba buen servicio fuera recompensado con tierras en las que podían ejercer el derecho de ser sus señores feudales. De este modo, el caballero que había nacido segundón podía aspirar a volver a engrosar las filas de la nobleza de la que salió.La influencia de las novelas en los caballeros andantesNo solo las novelas de caballería influyeron en los caballeros andantes, sino que los cantares de gesta hicieron su parte de trabajo encumbrando una figura que se prestaba mucho a ser ensalzada. Los propios caballeros andantes eran grandes consumidores de este tipo de ficción. Y aunque sabían que había hazañas inalcanzables (sobre todo por la aparición de la magia o de elementos fantásticos) muchos de ellos intentaron emular a los héroes de los libros.Al igual que en las novelas de caballerías (y en el Quijote por supuesto) los caballeros solían prometer a una dama que iban a cumplir alguna hazaña y volver triunfadores (para casarse con ella) y lucían sobre su cuerpo una “señal” o “empresa” como símbolo de su amor. Esta señal podía ser algo discreto como una argolla en el cuello o un puñal oculto, pero también había votos más extravagantes como no comer, no dormir, mantener un ojo cerrado o llevar preso a tu escudero y solo se podían liberar del voto si cumplían un requisito, que podía ser acabar con un número determinado de caballeros, romper ciertas lanzas, o combatir en lo sucesivo de una determinada manera. Estas luchas podían ser en un torneo, en una justa o en lo que se denominaba “paso de armas” en campo abierto.Los torneos se diferenciaban de las justas porque en los primeros participaban grupos de caballeros. Las justas eran peleas de uno contra uno y en ambos los caballeros se jugaban la vida, y la perdían de vez en cuando. Estos ejercicios eran indispensables para mantenerse entrenados en tiempos de paz y se convertían en una especie de violentas competiciones deportivas a las que acudía todo el mundo.Los “pasos de armas” consistían en que el caballero se apostaba en un lugar de paso, que podía ser la puerta de una ciudad, un cruce de caminos, un puente, y se batía con todos aquellos que intentaran pasar por donde estaba defendiendo. El caballero debía indicar previamente en un cartel cuánto tiempo duraría el paso de armas y cuántas lanzas tendría que romper para vencer y las reglas que había que cumplir durante el combate (romper una lanza era derribar al otro del caballo o hacerle sangre).El caballero que defendía el paso era el “mantenedor” y sus adversarios se llamaban “aventureros”. Un jurado, compuesto por caballeros neutrales, heraldos u otras figuras aprobadas por el rey vigilaban el desarrollo del combate y un notario daba fe por escrito de lo que sucedía.El paso de armas más famoso de España tuvo lugar en 1434, cuando el caballero Suero de Quiñones se apostó sobre un puente en el río Órbigo (provincia de León) para desafiar a todas las personas que fueran a intentar cruzar el puente. Se puso como objetivo romper 300 lanzas para librarse de la argolla que llevaba al cuello en memoria de su amada, Leonor de Tovar. El rey, que apoyaba al caballero, hizo correr la voz por todo el reino y muchos acudieron a su llamada.Suero de Quiñones pasó dos meses combatiendo con los que le hacían frente, hasta que tuvo que retirarse por una herida sufrida. Los jueces consideraron que había combatido con valentía y le liberaron de su argolla, pese a que solo había roto 177 lanzas de las 300 prometidas. Si os interesa, hay mucha documentación sobre el tema, ya que fue narrado exhaustivamente por el notario Pedro Rodríguez de Tena.Si queréis profundizar, además de los artículos que os he enlazado en el texto, me ha gustado mucho este artículo sobre la violencia medieval.
Dicen que el tamaño del pene no importa, pero parece ser que en el caso de los patos sí que tiene cierta relevancia. Al menos eso es lo que se deduce de un estudio publicado recientemente en The Auk: Ornitohological Advances, en el que se demuestra cómo el miembro de los patos que deben competir por la hembra con un mayor número de machos crece mucho más que el de aquellos que no compiten.
El coche empezaba a hacerse común y en París, en 1909, se celebró por primera vez una Convención Internacional sobre la Circulación con Automóviles. En este documento, firmado por varias naciones europeas como Francia, Italia, España o Gran Bretaña y sus colonias, se establecen las primeras señales de tráfico comunes, para facilitar los viajes internacionales de los conductores.
Los carteles con Melania Trump y el lema "Imagínense hasta dónde puede ir con un poco de inglés" han sido retirados de la capital croata después de que su abogado amenazó con una acción legal. Las vallas publicitarias formaban parte de una campaña de marketing de una escuela de idiomas privada en Zagreb, que intentó convencer a los croatas para que aprendieran inglés recordándoles la experiencia personal de la primera dama nacida en Eslovenia.
Cuando estudiaba periodismo, nos contaban una teoría ya obsoleta según la cual cuando alguien veía, oía o leía algo en un medio de comunicación lo creía y actuaba en consecuencia. Hoy sabemos que la manera en la que configuramos nuestras opiniones y cómo percibimos la realidad depende de un montón más de factores, no solo los medios de comunicación, pero sí que es cierto que controlar a los medios supone controlar parte de la opinión pública, y por eso es tan goloso para ciertas ideologías poder aprobar lo que se dice y no sobre ellos. El franquismo lo supo ver de inmediato, y su primera Ley de (censura de) Prensa data de 1938.Esta ley, que podéis leer completa en el BOE, ya indicaba que no se podía dejar al periodismo al margen del Estado y que la prensa debía “transmitir al Estado las voces de la Nación y comunicar a ésta las órdenes y directrices del Estado y de su Gobierno”. La ley, redactada por José Antonio Giménez-Arnau, no tiene desperdicio y arremete contra la “libertad entendida al estilo democrático” ocasionada por los “lectores envenenados por una prensa sectaria y antinacional”.En ella se crea el Servicio Nacional de Prensa con delegaciones en cada provincia y que respondía directamente ante el ministerio de Interior, que en aquel momento encabezaba Ramón Serrano Suñer. Además obligaba a todos los periodistas que quisieran ejercer a estar inscritos en el Registro Oficial de Periodistas, del que el Gobierno elegía a los directores de los periódicos.El Registro Oficial de Periodistas no solo controlaba a las personas que podían ejercer la profesión, sino que también escudriñaba su vida privada. Y si ésta no iba acorde con lo que el régimen esperaba de ellos podían ser cesados en el registro y por lo tanto se les prohibía ejercer la profesión.La figura del censorEn la ley de prensa del año 38 no se hacen alusiones directas a la figura del censor que luego se instauró, aunque establece de facto la censura previa en todas las publicaciones. Un censor era una persona, pagada por el ministerio, que tenía que leerse cada publicación de cabo a rabo e indicaba si había alguna parte que no cumpliera con la ley de Prensa.Ha habido censores que se avergonzaban de serlo, como Camilo José Cela y otros que se sentían orgullosos, porque además estaba bien pagado. Sus herramientas de trabajo, además de bolígrafos, podían ser tijeras y su labor consistía en apoyar al régimen de Franco en todos los mensajes que se lanzaran desde periódicos y revistas.En estas publicaciones había una figura muy icónica, la del ilustrador, que se dedicaba a retocar las imágenes (dibujos o fotografías) hasta que cumplían con los requisitos del franquismo. Casi siempre estos requisitos tenían que ver con el cuerpo femenino aunque no exclusivamente.Tipos de censuraPodríamos decir que había tres tipos de censura: la moral, la religiosa y la política y que todas ellas estaban encaminadas a ensalzar los valores del régimen franquista. La censura moral se refería sobre todo a temas que tenían que ver con el sexo. Aquí podríamos englobar las disminuciones de busto que sufrían algunas actrices o el hecho de tener que subir los escotes para no escandalizar a los lectores.A nivel moral, también se daba la circunstancia de que había términos que estaban prohibidos utilizar en cualquier caso, como “braga”, “muslo”, “liga” o “ingle”. A los censores les gustaba más utilizar palabras como “corsetería” o “ropa interior”.Evidentemente, también había una censura religiosa, y es que según fue imponiéndose el régimen de Franco se prohibieron todas las religiones que no fueran la católica. Los judíos emigraron y los protestantes pasaron en su mayoría a la clandestinidad.Otro efecto colateral de la censura religiosa fue que la palabra “carnaval” fue evitada (aunque no prohibida del todo, por lo que he podido averiguar). En su lugar se usaba una que sugería menos desenfreno, como “carnestolendas”. Por último, existía la censura política, destinada a encumbrar al régimen franquista mientras denostaba a los republicanos y más adelante a los comunistas. Tal es así, que en las circulares que se enviaban a los periódicos se recomendaba “limitar” las victorias rusas al final de la Segunda Guerra Mundial pero “ensalzar” las victorias americanas y británicas contra los nazis.Consecuencias de la ley de prensa de 1938Como consecuencia de la Ley de Prensa de 1938, todos los periódicos y revistas pasan a depender del Estado, tanto para el nombramiento de sus periodistas como para el número de páginas que contenían (aquí decían que era un tema de escasez de papel), la frecuencia de publicación y su contenido. Además, Franco se arrogaba la potestad de incluir noticias, anuncios o textos que se consideraran pertinentes y de eliminar los que el Estado considerara irrelevantes.Por lo tanto, desde que comenzó a aplicarse esta ley desapareció el derecho a la información de los lectores de periódicos y revistas. Estos obtenían una visión parcial de la realidad, que siempre pasaba por el filtro del franquismo (pasatiempos incluidos) y a los periodistas les quedaban pocos resquicios para informar con veracidad acerca de ciertos temas.Si os interesa la censura, otro día os cuento cómo cambió la película (poco, esto es cierto) cuando cambiaron la ley del 38 por la del 66, en la que dejaron de existir los censores y se pasó a la censura a posteriori. Y también si queréis profundizar, me ha servido mucho este libro de Justino Sinova bastante bien documentado.La ilustración del anuncio censurado la he encontrado en el blog España Negra.
Un fantasma recorre España: el fantasma de las ferias medievales que llenan pueblos y ciudades con sus puestos de madera, sus vendedores vestidos de monjes, caballeros o campesinos, su paja en el suelo y sus mercancías que van desde juguetes de madera, frutos secos garrapiñados y algún pan que dice ser artesanal. Hoy quería que me acompañarais a un mercado medieval de verdad para comprobar cuánto hay de real en lo que en pleno 2017 nos venden como tal.Si nos metieran en una máquina del tiempo y aterrizáramos en un mercado medieval del siglo XIII, lo primero que nos llamaría la atención sería el mal olor. En la Edad Media no solo no había manera de conservar fresca la mercancía cruda (más allá de llevar vivos los animales hasta la venta) sino que tampoco las calles donde se ubicaban las tiendas eran un dechado de higiene y salubridad.Una vez recuperados de la impresión olfativa, no podríamos dejar de notar los gritos de todos los comerciantes intentando “colocar” sus productos. En el poema de Guillaume de Villeneuve “Los gritos de París” se recogen algunos de los más llamativos del siglo XIII en dicha ciudad, como “tengo buenos quesos de Champagne y de Brie”, “pescado de Bondy”, “pasteles calientes, tartas calientes, ¿quién quiere” o “anguilas a buen precio”. A los gritos de comerciantes había que sumar las voces de los músicos y actores que han acudido a él y reclaman la atención de los transeúntes y por supuesto de los mendigos.Villeneuve se lamentaba en el poema de que se arruinaría si comprara una muestra de cada y que no podía dejar de gastar, como buen comprador compulsivo que era. En una ciudad como podía ser París en aquella época, las ocasiones de comprar eran numerosas, ya que había tiendas permanentes y comerciantes especializados a los que acudir en caso de necesidad. A esta oferta se sumaban los vendedores ambulantes que recorrían sus calles y por supuesto las ferias y mercados periódicos en los que sus habitantes y los de los pueblos cercanos podían adquirir lo que necesitaran.En pueblos más pequeños, sin embargo, las ventas se veían limitadas a mercados semanales, casi siempre de productos locales, en los que los campesinos podían comprar o intercambiar artículos de primera necesidad. Si tenían que adquirir algo más especializado o importado no les quedaba más remedio que acudir a una ciudad o esperar a que el vendedor ambulante pasara por su zona. Qué se podía comprar en un mercado medievalEl “catálogo” de mercancías que se podían comprar en un mercado medieval era bastante variado, y pasaba desde alimentos como carne, pescado, frutas o verduras sin olvidar materiales como pieles o telas y objetos más elaborados como cerámicas, artículos de hierro o utensilios. Como hemos dicho, en estos mercados (pero sobre todo en las ferias) se podía vender género vivo, como gallinas, ovejas o vacas que luego eran destinadas para la ganadería o para la cocina. Los precios más altos solían corresponder con los artículos importados como aceite, vino, sedas, lanas finas, perfumes o especias.Las autoridades municipales velaban por que la calidad de los productos que se vendían fuera buena (dentro de sus posibilidades) y en ciudades alejadas de la costa como París exigían que el pescado fresco que no se hubiera vendido en una jornada fuera desechado para evitar problemas. Los pescaderos solían, en esos casos, cortar a trozos el género que les quedara y lo echaban al río a pedazos para evitar que nadie los recuperara.Los gremios especializados se aglutinaban en ciertas calles, de las que en muchas ocasiones nos ha quedado el nombre en el callejero y podían vender sus productos directamente en sus talleres. Esto sucedía con carpinteros, orfebres y sastres que tenían sus productos junto al lugar de trabajo.Los primeros gremios que separaron los almacenes de la zona de tienda, por motivos de higiene, fueron los carniceros y pescaderos. Sus casas se dividían en dos plantas, en la que una funcionaba como almacén, casa o taller y la otra era de venta al público y pronto este modelo fue tomado como ejemplo para las tiendas medievales. En ocasiones la planta superior tenía una trampilla por la que el vendedor se podía asomar si escuchaba las campanillas de que alguien había entrado a la tienda. Los mercados estables medievalesAdemás de tiendas como las que hemos visto, en las ciudades solía haber mercados permanentes, que se situaban en lugares céntricos como el ayuntamiento o la iglesia, pero también en las afueras si crecía mucho el número de puestos. Como el tiempo no siempre acompañaba, pronto los gobernantes comenzaron a crear recintos techados para resguardar los puestos. Primero los construyeron con madera pero después de piedra, como fue el caso de Les Halles de París o The Stocks en Londres. En España tenemos algunos ejemplos algo más tardíos como la Lonja de Palma de Mallorca, la de Zaragoza o la lonja de la seda en Valencia.Estos mercados combinaban puestos fijos y otros temporales y eran un lugar de encuentro y circulación de noticias para la ciudad. Dentro de ellos había incluso puestos de “comida rápida” como guisos, dulces o carnes cocinadas pero también tabernas y lugares donde los comerciantes podían dormir si así lo querían. Como los mercados eran los lugares de reunión más comunes en aquellos años (aparte de las iglesias) era muy común que los actores, músicos y titiriteros eligieran sus alrededores para instalar sus carromatos y para deleitar a la audiencia con sus representaciones. Era una buena oportunidad para reunir a muchos espectadores y ya tenían a mano su dinero para pagar por el espectáculo.Para completar la foto de cómo se vendían mercancías en la Edad Media, no podemos dejar de mencionar las grandes ferias que se celebraban periódicamente en las ciudades. En París en el siglo XIII existían tres: la de Champeaux, la de Saint Germain y la de Lendit, que duraba catorce días en junio y era la más famosa de todas. En ellas, el rey obligaba a todos los mercaderes parisinos a participar.Esto era un negocio redondo porque, para participar en la feria, tenían que pagar una cantidad para ocupar ese espacio. Además debían pagar al rey su parte de impuestos y además, si venías de fuera, era posible que tuvieras que pagar algunas monedas extra para poder entrar en la ciudad.Normas en los mercados medievalesYa hemos visto algunas de las normas que atañían a los mercaderes medievales, pero cada ciudad tenía las suyas, que solían ser entre 40 y 70. Una muy común era que cada comerciante era responsable de mantener limpia el área frente a su puesto, o que no se podían dejar tener caballos atados en el mercado (sueltos tampoco, pero a nadie se le ocurría dejar un caballo suelto).La picaresca era bastante común en esta época pese a las normas, y los comerciantes podían mojar sus existencias de pimienta para que pesaran más, a la par que conseguían que se pudriera con más rapidez. Hay registros de panaderos que cocinaban sus panes con piedras dentro para llegar al peso legal, ya que el precio solía estar dictado por el gobierno. Y también era bastante común recibir quejas porque la carne vendida está podrida, porque el vino que venden ya se ha avinagrado o porque el pan está mohoso.Si pillaban a un comerciante en una de estas malas prácticas (y no le caía especialmente bien a las autoridades) lo normal es que acabara en la picota, donde los asistentes al mercado podían tirarle barro, basura o comida podrida. Las autoridades prohibían expresamente que les lanzaran piedras u objetos punzantes.Si os interesa el tema, me ha gustado mucho leer este artículo mientras me documentaba. Y el libro de Robert Fossier sobre la gente de la Edad Media es muy interesante, aunque demasiado centrado en París.La foto inicial es el Buen Gobierno de Lorenzetti.
La entrada que publiqué la semana pasada sobre la jornada laboral española suscitó un comentario muy pertinente de Manuel Hidalgo, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide. El profesor Hidalgo, y después otros, señaló que sería oportuno desglosar la duración de la jornada laboral entre trabajadores a tiempo completo y trabajadores a tiempo parcial.
Cuando estudias en el instituto la historia de la Ilustración, los profesores suelen convenir que para que este movimiento se pusiera en marcha, tuvo mucha importancia la Enciclopedia en la que Diderot y D’Alembert reunieron los saberes de la época. Esta colección de libros, que se publicaron entre 1751 y 1772, encarnó los máximos ideales del siglo XVIII: la fe en la razón y en la difusión del conocimiento, con una ideología laicista, pragmática y materialista.Aunque en aquella época había más diccionarios enciclopédicos, es la de Diderot y D’Alembert la recopilación que tuvo más recorrido, que llamó la atención de intelectuales de la época como Voltaire que ensalzó su tarea tan solo un año después de la publicación del primer tomo. Sin embargo, pronto empezaron a escucharse voces en contra de los libros, y sobre todo de artículos en concreto.Por ejemplo, en el artículo en el que se hablaba de Ginebra, D’Alembert señalaba que era una capital intelectual sin teatros y que toda actividad teatral era perseguida allí. Rousseau se tomó el artículo como algo personal y escribió su famosa “Carta sobre los espectáculos” en la que señalaba que el teatro corrompía las buenas costumbres porque presentaba de manera lúdica las pasiones y los vicios. El enciclopedista, que no quería meterse en polémicas, dio un paso atrás y se quedó al mando solamente de la sección de matemáticas para no volver a tener confrontaciones.El estamento clerical tampoco acogió los apuntes religiosos de buen grado, y el padre jesuita Berthier atacó la Enciclopedia desde el principio, pese a que Diderot intentaba calmar sus ánimos con cartas explicativas. De hecho, los jesuitas amenazaron varias veces al editor de los libros con iniciar una campaña contra él si no les dejaban controlar al menos los artículos que hablaban de religión y de hecho lograron prohibir su publicación en 1752 hasta que la intervención de Madame Pompadour, amante del rey, les otorgó su protección y pudieron seguir con su trabajo.Los cacouacsEn 1757 comenzaron a aparecer artículos en el Mercure de France sobre una tribu salvaje recién descubierta que recibía el nombre cacouacs, cuyos miembros eran unos bárbaros irredentos. Los artículos fueron seguidos por varios libros de Nicolas Moreau y del abad de Sain Cyr, confesor del Delfín. La palabra cacouac proviene del griego kakos y del francés couac, y ambos términos significan malvado. Con él se refería a los filósofos, que eran como querían ser llamados los enciclopedistas, y se explicaba que el país de esta tribu se hallaba cerca de los 48 grados de latitud Norte, o sea, la misma que París.Tanto en los artículos como en los dos libros que se publicaron sobre el tema de los cacouacs se indicaba que estos indígenas eran apátridas y que no creían en la verdad absoluta. Esta tribu estaba formada por individuos muy belicosos que no reconocían ninguna autoridad y su principal arma era la fuerza de la palabra. Aunque en las páginas de Moreau no se menciona a la Enciclopedia de manera explícita, sí que queda claro el mensaje al leer sus palabras. El libro de la “Historia de los cacouacs” trata sobre un joven que cae en manos de esta tribu, que intenta adoctrinarle con sus ideas mediante libros y discursos.Al libro de “Historia de los cacouacs” de Moreau le sigue otro titulado “Catecismo de decisiones en problemas de conciencia para el uso de cacouacs” firmado por el abad Giry de Saint Cyr y que está trufado de citas de Diderot, La Mettrie y otros autores junto con artículos de la Enciclopedia. En esta obra, el abad va repasando las ideas de los cacouacs sobre materias teológicas y cómo se debe catequizar a los salvajes.El término cacouac caló en la sociedad y se usó como término para designar a los editores de la Enciclopedia de manera peyorativa, y se consideraba a Voltaire como el “patriarca de los cacouacs”. Si queréis leer más sobre esta polémica, en este libro hay bastante información y claro, siempre podéis buscar los libros sobre cacouacs aunque no estoy segura de que la sátira dieciochesca siga funcionando igual de bien ahora.
“Princesa iraní Qajair. Tuvo 145 pretendientes de la alta nobleza y 13 de ellos se quitaron la vida a su rechazo [sic], Se consideraba el símbolo de la perfección y la belleza. Primera imagen: sin afeitar. Segunda imagen: recién afeitada”. Posiblemente te has topado últimamente con este meme en tu muro de Facebook. La fuente en castellano es la página mexicana Está en la Historia, donde ha sido compartido más de 90.000 veces desde el pasado 7 de septiembre, aunque la versión en inglés, con el mismo texto, lleva un rato circulando por las redes.
Ese pequeño aparato en manos de Steve Jobs sobre el escenario de la MacWorld de 2009 cambió la forma en la que el mundo se comunica, o al menos está ayudando mucho a que así sea. Más de 1.200 millones de teléfonos tienen la culpa de que la década más gloriosa de Apple esté ligada a un dispositivo móvil, no a un ordenador, o a un sistema operativo.
Si hay una serie neoyorquina por excelencia, esa es Friends, la serie sobre las vidas de seis amigos en la ciudad de Nueva York. Y eso a pesar de que en realidad se rodase en el otro extremo del país, en los estudios Warner Brothers de Los Ángeles, California. Durante la historia de Friends, entre 1994 y 2004, sucedió el atentado más grave de la historia de Nueva York: el ataque a las torres gemelas en 2001. Para una serie tan neoyorquina y además una comedia, es difícil de encajar un suceso así.
Su escudo representa dos caballeros a lomo del mismo caballo, como símbolo de pobreza, y en el imaginario colectivo la Orden del Temple la constituían unos formidables guerreros-monjes que hacían y deshacían a su antojo durante la Edad Media. Hoy quiero ir algo más allá de la típica historia de los monjes que con sus espadas defendían a los peregrinos que iban a Tierra Santa y profundizar en su faceta de banqueros.El origen de los templarios lo tenemos hacia 1118 o 1119 cuando Hugo de Payns se ofrece al rey Balduino II de Jerusalén para defender a los caballeros que volvían a Europa procedentes de la Primera Cruzada. La del Temple no era la única orden destinada a este fin, pero sí fue la orden que tuvo más éxito con el correr de los años, y durante dos siglos acapararon bastante poder.Los monjes templarios se distinguían por su piedad, por su honestidad y por su valor, y muy pronto crecieron las vocaciones, lo que provocó el ingreso de numerosos aristócratas en sus filas. También creció su fama de honestidad y eficiencia, lo que hizo que muchos nobles les dejaran herencias y depósitos financieros para que los custodiaran y gestionaran.El dinero que ganaban los templarios lo empleaban en defender y ayudar a los peregrinos a Tierra Santa, que al volver a sus casas quedaban tan agradecidos que a su vez donaban dinero y tierras a la orden, que acumuló grandes riquezas muy rápidamente, pese a que tenían voto de pobreza. La explicación a esto está en que no aspiraban a la pobreza material, sino a ser “pobres en Cristo”, o sea enfocar toda su vida al cristianismo. De hecho, la finalidad última de la orden era acumular dinero y tierras para poder ayudar mejor a luchar en Tierra Santa y no estaban autorizados a quedarse con nada de sus ganancias.Este enfoque total a la defensa de los cruzados conllevaba que aquellos que se apropiaban de dinero o de objetos de la Orden sufrieran muy graves castigos. Un templario no podía poseer más de cuatro denarios y cualquier cifra de dinero que superara esta cantidad (que era bastante exigua para la época) se consideraba hurto. Para los monjes, esta disciplina férrea acarreó una reputación de honestidad intachable y atrajo la confianza de las grandes fortunas y de los reyes de que su dinero estaba a salvo. Y si a esto le añadimos que no solo guardaban el dinero sino que conseguían aumentar el depósito gracias a inversiones, es la clave del éxito de estos caballeros-banqueros.Las letras de cambio templariasUna manera de ayudar a los peregrinos y guerreros era monetariamente, claro está. Y esto no siempre se hacía gratuitamente, ya que era bastante habitual que un guerrero que partiera para Tierra Santa depositara en la encomienda templaria más cercana el dinero que pensaba que iba a necesitar para la hazaña, y de este modo se ahorraba tener que ir cargando con el oro por media Europa.A cambio del depósito, los templarios le daban una especie de “letra de cambio” con una codificación especial que podían mostrar en otras casas de la Orden para que le fueran dando su dinero a lo largo de la ruta o al final de la misma. Cuando el cambiarius o cambista veía el documento, le daba el dinero y así no arriesgaba su fortuna en caso de robo, naufragio o pelea.Las encomiendas templarias funcionaban como auténticos bancos que ofrecían cuentas corrientes a los clientes que tenían repartidos por todo el continente. Los reyes aprovecharon este servicio para hacer transferencias de dinero entre Francia e Inglaterra, pero también hacia Tierra Santa cuando necesitaban dinero en metálico para ayudar a las tropas.Precursores de los créditos personalesConforme iban acumulando riqueza, comenzó a ser frecuente que los monjes hicieran préstamos personales, como por ejemplo a comerciantes y reyes para pagar grandes gastos, como un rescate o una dote (cosa que sucedió con la dote de Berenguela, hija de Alfonso X, que debía aportar 30.000 marcos de plata si quería casarse con el rey de Francia). Los templarios eran unos cobradores inmisericordes y si no se devolvía el préstamo a tiempo se imponían multas o se podían perder los bienes que habían dejado en prenda. Una de las personas que se demoró en el pago fue el rey Felipe IV de Francia (alias el Hermoso) que acabó convenciendo al Papa para que disolviera la orden y así no tener que devolver el crédito.Para pedir un préstamo era habitual que los monjes solicitaran algún tipo de garantía que podía ser una joya o un tesoro. En Francia, cuando se disuelve la orden aparecen en el inventario de los templarios todo tipo de artículos, desde vajillas de gran valor, reliquias e incluso ropa femenina de seda.La caja de seguridad templariaAdemás de dinero, los templarios tenían en sus arcas valiosos tesoros, y no siempre eran objetos empeñados a cambio de dinero. Sabedores de su eficacia y honestidad, los reyes y los nobles confiaban en la Orden del Temple para poner a salvo sus bienes más preciados. Juan Sin Tierra depositó entre 1204 y 1205 las joyas de la corona inglesa.En otra ocasión, otro rey inglés, Enrique III, envió las joyas de la corona a la reina Margarita para que las guardara en el Temple de París y así mantenerlas a salvo de una revuelta de barones que se estaba fraguando en Londres. Los templarios también podían ser depositarios de importantes documentos, como tratados, herencias o títulos de propiedad, con la seguridad de que no caerían en las manos erróneas.Ni su honestidad ni su gran poder económico lograron detener la debacle de la orden, y cuando el rey Felipe IV de Francia convenció al papa de que los templarios no eran honestos y que eran un peligro para el poder papal, este decidió disolverla. Por cierto, todos los bienes de la Orden del Temple pasaron a la corona francesa.La foto as usual es de Wikipedia, y si queréis leer más, me ha parecido muy interesante el libro de José Luis Corral "Breve historia de la Orden del Temple".
Ya lo dijo Miss Panamá en un discurso incontestable: “Confucio fue uno de los inventores de la confusión”. Tiene todo el sentido que, presas de la confusión, los seguidores de este “chino-japonés” se hagan la picha un lío con los referentes culturales de Occidente, origen y mercado de las baratijas que inundan nuestros bazares y mercadillos.
Corría el año 1812 y Napoleón estaba en plena campaña de conquista de Rusia. El francés ya llevaba tres meses batallando más allá de los Urales y el 14 de septiembre pudo, por fin, divisar las brillantes cúpulas de las iglesias ortodoxas de Moscú. El emperador venía de vencer a los rusos en Borodino y supuso que conquistar la capital acabaría con la guerra con una total derrota de sus adversarios.Las tropas francesas se quedaron asombradas del tamaño de la capital rusa, que a la sazón ocupaba 340 hectáreas y contenía más de 450 fábricas y talleres y numerosos palacios y edificios notables. Sin embargo, algo no iba según lo esperado y los soldados notaron pronto que habían llegado a una ciudad fantasma, ya que no había ni rastro de los 270.000 moscovitas que la habitaban. El Conde de Ségur cuenta en su libro sobre la campaña rusa que “no se ve una sola chimenea de la que salga humo; ni el más ligero ruido brota de aquella inmensidad”. De hecho, cuando entra el emperador en la ciudad se queda asombrado de que nadie salga a recibirle y a pactar la rendición de la ciudad, como era habitual cuando se ganaba una plaza.Mientras Napoleón se instala en el Kremlin, el general Mortier es designado gobernador militar de la ciudad, y su misión era impedir destrucciones y saqueos. El emperador está encantado de habitar el palacio de los zares y se dedica a disfrutar de su victoria.Esa misma noche, relata el conde de Ségur, “una claridad extraordinaria despertó a los oficiales, que pudieron presenciar cómo las llamas devoraban la elegante y noble arquitectura de los palacios”. Se trataba de un incendio que tenía muchos focos y que se propagaba rápidamente. La ciudad pronto fue pasto de las llamas, que llegaron cerca del Kremlin, donde se guardaban reservas de pólvora, por lo que se decidió que Napoleón esperaría en un palacio a las afueras de la ciudad, de la que ardieron tres cuartas partes.Cómo se originó el gran incendio de Moscú de 1812Ha habido varias teorías sobre el origen del fuego, y aunque la propaganda rusa al principio culpó a los franceses de él (diciendo que hicieron hogueras descuidadamente en mitad de una ciudad en la que la mayoría de edificios eran de madera), hoy se considera probado que el responsable fue el gobernador de Moscú, el conde Fiodor Rostopchin.Tras la derrota de Borodino, el general Kutuzov decidió replegarse hacia el Este en vez de defender la capital, para poder reagruparse. Este gesto fue visto como una cobardía por parte de Rostopchin que tenía sus propios planes.Los ciudadanos moscovitas fueron evacuados al ver el avance de la Gran Armada, mientras ponían a salvo los archivos, las bibliotecas y los tesoros de la ciudad para que no cayeran en manos de los franceses, que eran conocidos por los saqueos tras sus conquistas. Los ciudadanos, que estaban asustados por las historias de lo sádicos que eran los invasores, se escondieron en los bosques cercanos a la capital mientras pasaba la batalla.La noche anterior a la entrada de Napoleón a la ciudad, Rostopchin se reunió con sus lugartenientes y ordenó que se prendiera fuego a la ciudad. Eligieron los puntos clave para que el incendio se extendiera rápidamente, prepararon artefactos incendiarios y liberaron a varios delincuentes (“harapientos y de rostro patibulario”, según el conde de Ségur) para que ejecutaran el plan a cambio de su libertad.Los incendios se extendieron por toda la ciudad, comenzando por diversos puntos diferentes y propagándose por unas casas de madera que estaban secas después del cálido verano. Esta fue la señal que aprovecharon los saqueadores para dar rienda suelta a su avaricia.Los saqueadores eran soldados franceses pero también oficiales y generales, que se decían a sí mismos que, como los cuadros y los tesoros iban a arder de todas maneras, era preferible sustraerlos. Los soldados de a pie entraban en las casas, desvalijaban a los vecinos y propinaban palizas a quien se resistiera. Incluso las cantineras francesas ayudaron en el saqueo, robando a las mujeres rusas sus objetos de valor.En tres días desaparecieron 6.400 viviendas, cientos de tiendas y almacenes, 122 iglesias, la biblioteca Buturlin y la universidad. Tras el fuego se hallaron 12.000 cadáveres, incluyendo 2.000 soldados rusos que estaban heridos y no pudieron huir.Una vez sofocado el incendio (no sin dificultad porque Rostopchin había mandado destruir los equipos de los bomberos), Napoleón comenzó a negociar con los rusos desde su capital. Cuando en octubre comenzaron a caer las primeras nevadas, el emperador dio orden de volver a Francia, en un trayecto que fue especialmente duro tanto por el frío del invierno como por el acoso del ejército del zar.El cuadro es El gran incendio de Moscú de Adam Albrecht.
Los esclavos eran fundamentales para la economía romana, que no se habría sostenido tanto tiempo si hubieran tenido que pagar un sueldo a toda esta mano de obra gratis que ejercía trabajos que iban desde la agricultura a la minería, pasando por los trabajos domésticos, cocina, educación o incluso entretenimiento. Hay fuentes que dicen que en el Imperio Romano había entre un tercio y una quinta parte de población esclava, y era habitual que, mientras el emperador tenía unos veinte mil a su servicio, un romano rico podía contar con unos quinientos en su casa.Había muchos esclavos de nacimiento, que eran a su vez hijos de esclavas pero también podían llegar a adquirir ese estatus por ser prisionero de guerra, a través de la piratería o del bandidaje. Además los niños que no eran reconocidos por sus familias solían correr la suerte de convertirse en esclavos una vez eran encontrados.Podríamos decir que la época de máximo esplendor del tráfico de esclavos en Roma se produjo entre los siglos II y I a.C, ya que fueron años de grandes guerras en el Mediterráneo. Los generales romanos volvían victoriosos a sus casas con un cargamento de prisioneros que pasaban, bien a servir a sus casas o a una subasta. Solamente en la primera Guerra Púnica se contabilizaron 75.000, para que os hagáis una idea.En los años de la República romana, los esclavos no tenían derecho a tener familia y por lo tanto estaba prohibido que se casaran o que reclamaran la paternidad sobre sus hijos. Los bebés cuando nacían pasaban a ser propiedad del amo y éste era el que decidía qué hacer con ellos. En algunas ocasiones eran los propios padres los que los mataban para que no corrieran su misma suerte, pero no era lo habitual; e incluso los amos podían decidir hacerlo sin tener que rendir cuentas a nadie.El trabajo de los esclavos en el campo y en la ciudadLos que vivían en una granja formaban una familia rustica. Sus tareas podían ir desde lo meramente agrícola a otras más artesanas, textiles o de construcción, y era frecuente que durante la época de recolección compartieran sus jornadas con personas libres que sí que cobraban por su trabajo.Debido a que los esclavos eran "caros" de mantener, cuando no tenían tareas agrícolas que desempeñar, podían ir a trabajar el resto del tiempo en minas, en las que las condiciones de trabajo eran extremadamente duras. Estas tareas las organizaba el virilicus, que era el esclavo que contaba con la confianza del amo, y que en ocasiones podía imponer duros castigos como ponerse a mover un molino en sustitución de una mula o de un caballo. Si había algún esclavo especialmente rebelde, se le recluía en el ergastulum, que era una especie de prisión donde se le encadenaba el tiempo que no estaba trabajando, aunque en ocasiones también se les obligaba a trabajar en estas condiciones. En los restos de Pompeya se han encontrado varios de estos recintos con personas encadenadas, a las que después de un análisis se les ha descubierto artritis y dislocaciones que pueden haber sido producidas por la desnutrición o por el exceso de trabajo.A cambio de su fuerza laboral, los esclavos recibían de los amos una túnica cada año, y un abrigo junto con un par de sandalias de madera cada dos años. Por supuesto la calidad de estas prendas variaba en función de lo que les valoraba su dueño y en estos casos los esclavos del campo solían ser los que salían peor parados.Los esclavos domésticos tenían mejor suerte, ya que solía haber prácticamente uno para cada función, que podía ser desde maquilladores, peluqueras, nodrizas, pedagogos, portadores de literas, músicos, lectores, cocineros, camareros… Cuando se revendían tenían más valor que los del campo porque, además de la fuerza laboral, eran mano de obra muy especializada. De hecho, los esclavos cocineros eran de los más cotizados en la antigua Roma.Las revueltas de esclavosComo podéis imaginar, en varias ocasiones los esclavos se organizaron para encararse a sus amos y tratar de recuperar su libertad. No tenemos testimonios de primera mano de los sentimientos de los esclavos contrariados, pero hasta nuestros días han llegado historias como la revuelta liderada por Espartaco en el año 73 a.C. Esta revuelta no era en contra de la esclavitud como tal, sino para lograr la libertad de las personas que formaban parte de ella. Espartaco era gladiador y convenció a su equipo para alzarse contra sus dueños. A él se unieron esclavos del campo e incluso algunos trabajadores libres, que llegaron a formar un ejército de entre 80 y 120.000 personas que consiguió derrotar al ejército romano en varias ocasiones, hasta que fue derrotado en Lucana donde unos piratas cilicios le traicionaron. Tras la derrota a manos de Craso y Pompeyo, seis mil esclavos fueron crucificados en la vía Apia, entre Capua (donde empezó la revuelta) hasta Roma, como escarmiento para futuros rebeldes. Prácticamente el resto de los sublevados fueron ajusticiados, según Plutarco que es el que nos ha dejado un relato más completo de esta revuelta.En menor medida, otra manera de rebelarse podía consistir en trabajar más despacio o en no hacer bien el trabajo que se les ordenaba. Bien es cierto que con estas artimañas se exponían a ser castigados si les pillaban, pero no tenían muchas otras alternativas mientras esperaban el momento de ser liberados.La liberación de los esclavosLa liberación de los esclavos podía suceder de varias maneras. Una de ellas podía ser porque el esclavo pagaba al dueño el dinero que le costó. Esto, aunque no era muy frecuente, sucedía con una regularidad suficiente como para dar esperanzas a los trabajadores.Otra manera de ganar la libertad era si a la muerte del amo, este lo establecía así en su herencia, en la que no solo decía qué esclavos quedaban libres sino que además se les asignaba dinero o posesiones para que comenzaran su nueva vida. Y por supuesto, los hijos de los libertos nacían libres en lo sucesivo.La imagen superior es de Pascal Radigue y la he encontrado en Wikipedia.
En el diccionario de la Real Academia se define reliquia como “parte del cuerpo de un santo” o “aquello que por haber tocado el cuerpo de un santo es digno de veneración”. Estas reliquias fueron uno de los objetos de deseo más potentes en la Edad Media, como atestigua el tráfico de huesos y partes de cuerpos de santo que se dio en aquella época y las luchas de poder que desencadenaron.El valor de estas reliquias residía en que los habitantes de la Europa Medieval pensaban que estos artículos tenían propiedades curativas y milagrosas, además de aportar cierto prestigio a sus poseedores. Además había una especie de estatus en la reliquia, y era más valiosa si pertenecía, en este orden: a Jesús, a la Virgen, a los apóstoles, a los primeros mártires y luego al resto de santos. Poseer una reliquia era visto como un símbolo de poder, tanto para una iglesia como para un particular, y al calor de esa demanda que no paraba de crecer afloró el tráfico de partes de cuerpo de santos por toda Europa. De hecho, hay hasta dieciséis cráneos de San Juan Bautista y nada menos que treinta y ocho dedos de este mismo señor, por no hablar de que la sábana santa que se guarda en Turín ha sido datada en la Edad Media por tres laboratorios diferentes.La Iglesia vio la que se le venía encima con tanto tráfico, robo y falsificación de reliquias que en el año 1215 dedicó el IV concilio de Letrán a exigir un “certificado de autenticidad” de las reliquias. Más adelante las reliquias fueron una excusa de las esgrimidas por Calvino para ridiculizar el fervor católicos, señalando las más llamativas de su época, como una esponja que afirmaba ser el cerebro de San Pedro o un hueso de ciervo que se veneraba como el brazo de San Antonio entre otras. ¿Qué podía ser una reliquia?Más allá de la definición de la Real Academia, si visitamos las iglesias católicas nos encontramos con un catálogo de anatomía bastante completo. Si os da curiosidad, podéis hacer turismo eclesiástico y ver artículos como la lengua de San Antonio, la sangre de San Pantaleón (que se licua), la famosa mano de Santa Teresa que decían que estaba siempre en la mesilla de noche de Franco, hasta trozos más pequeños como dientes, esquirlas de huesos y diferentes artículos, como la lanza de Longino que tantos buenos ratos nos ha dado de leyendas nazis.Estos trozos de santos se guardaban en relicarios, que podían ser desde una caja, a un busto con algún tipo de cajón para guardar los huesos (que no tenían por qué ser obligatoriamente un cráneo) a una representación de la parte del cuerpo que contenían, como era el caso del brazo de Santa Teresa o las manos que encabezan este artículo. Estos relicarios solían estar en las sacristías de las iglesias (de hecho hoy en día se pueden ver muchos si os gusta el turismo religioso) o en las habitaciones nobles de la casa de su poseedor. Hubo casos en los que se crearon templos completos para albergar las reliquias, como la basílica de San Marcos de Venecia, que se construyó después de que los venecianos robaran el cuerpo del evangelista a los egipcios (y que fue devuelto en parte en 1968). Aunque no tenemos que irnos tan lejos, porque en España tenemos la catedral de Santiago con una función similar. Una colección de reliquias bastante fácil de ver es la que perteneció a Felipe II y que está expuesta la basílica de El Escorial; los santos y mártires los encontraréis a la izquierda y las santas están a la derecha. El robo de reliquiasNo penséis que el robo de reliquias solo se practicaba en la Edad Media. En 1981 se llevaron a punta de pistola los restos de Santa Lucía (de cuerpo entero, esta vez) de la basílica de San Jeremías. De hecho, esta era la cuarta vez que el cadáver desaparecía de su emplazamiento, y es uno de los cuerpos más robados de todos los tiempos.También la historia de la momia de San Marcos puede ilustrar el modus operandi de los traficantes de reliquias: cuentan las crónicas que en el año 828 llegaron a Alejandría dos comerciantes venecianos, Buono da Malamocco y Rustico da Torcello. En ese viaje visitaron la iglesia del evangelista donde decían que se conservaban sus restos (cosa poco probable por el incendio que asoló la ciudad en el siglo IV). Los custodes de las reliquias les dijeron que la iglesia iba a ser destruida para construir una mezquita, por lo que los comerciantes sugirieron llevarse los restos del santo a su ciudad natal, Venecia. Para poder sacar de ahí los restos del santo, metieron las reliquias en un cesto que taparon con carne de cerdo, pensando que como los musulmanes no pueden tocarla se librarían de la vigilancia de los guardianes de la ciudad, cosa que sucedió. Las reliquias llegaron a Venecia y allí siguen, aunque algunos coptos opinan que les dieron gato por liebre y que en realidad los huesos venecianos pertenecen a Alejandro Magno y fue la manera de salvarlo de un hipotético expolio.Otro robo llamativo fue el de la cabeza de Santa Catalina de Siena, cuyo cuerpo está en la iglesia romana de Santa María Sopra Minerva. Esta vez fueron los monjes seneses los que sustrajeron la cabeza de la santa que aún hoy se puede ver en la basílica de Santo Domingo.La picaresca de los vendedores de reliquiasComo no hay muchos santos en el calendario (y en la Edad Media eran menos aún), se ingeniaron métodos para producir más material susceptible de convertirse en reliquia. Es llamativo el caso de Santa Úrsula, de la que se dice que fue martirizada por Atila cerca de Colonia cuando iba en peregrinación a Roma acompañada por once doncellas.Un documento de la época decía que Úrsula iba con “XI m virginum”, o sea, 11 mártires vírgenes, pero que se convirtió en once mil vírgenes, con lo que ya tenían barra libre para traficar con toda clase de huesos y telas de once mil mujeres en vez de solo once. Si os da curiosidad, podéis ver algunas de sus reliquias en el monasterio de Cañas en La Rioja.
Siguiendo la pista a personajes histórico cuyo nombre ha trascendido pero no para bien, fui saltando de la historia del barón de Münchhausen: ¿qué hay de cierta en la historia del barón más mentiroso del mundo?
Este verano el ingeniero de Google James Damore publicó un tratado sobre las diferencias de género en un foro interno de la empresa y posteriormente fue despedido. El texto encendió una tormenta de discusión sobre la discriminación sexual en Silicon Valley (...). La discriminación sexual y el acoso en la tecnología, y en la ciencia en general, es una razón importante por la cual las mujeres lo abandonan. Desde hace tiempo se habla sobre por qué las mujeres están subrepresentadas en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).
Los ordenadores personales esencialmente son cajas cuadradas en las que guardar los componentes principales, a las que hay que rodear de periféricos como monitores, teclados o ratones, para que la cosa funcione. Apple tuvo mucho que decir en este diseño inicial, pero también en los cambios de forma que llegaron en las siguientes décadas de evolución. Su Project Pomona fue un paso importante, bastante desconocido.