La Jefatura del Estado y la monarquía son cosas distintas. La Jefatura del Estado es la Jefatura del Estado, y la monarquía es solo una manera posible de accederse a ocupar la Jefatura del Estado, una manera consistente en accederse a la Jefatura del Estado, no por mérito ni por capacidad, sino por apellido o consanguinidad. La otra manera posible de accederse a la Jefatura de Estado es la manera republicana, que consiste en accederse a la Jefatura de Estado por mérito y capacidad, en vez de por apellido o consanguinidad.
Por tanto, un "rey" no es un "Jefe de Estado". A un "rey" sería mucho más correcto definirlo como "quien accede a la Jefatura de Estado a la manera monárquica, es decir, por apellido o consanguinidad, en vez de por mérito y capacidad". Lo que hace a un "rey" ser "rey", y a un "presidente de república" ser "presidente de república", no es el ser "Jefe de Estado" (pues ambos, rey y presidente de república, son Jefes de Estado), sino de qué manera ha accedido cada uno de ellos a la Jefatura de Estado: el presidente de república accede (o deja de acceder) a la Jefatura de Estado en base a su capacidad y mérito; el rey accede (o deja de acceder) a la Jefatura de Estado en base a si tiene o no el apellido adecuado. Un rey que roba mucho sigue teniendo el mismo apellido que le hace rey, pero un presidente de república que roba mucho no tiene ya la misma cualificación ni mérito que le hacen presidente de república.
Así que decir "rey" equivale a decir, no "Jefe de Estado", sino "quien accede a la Jefatura de Estado por su apellido, no por su capacidad o mérito".
De este modo, cuando, por ejemplo, los miembros del Gobierno juran su lealtad al rey, no están jurando su lealtad a la Jefatura de Estado; están jurando su lealtad a la persona que esté ocupando la Jefatura de Estado solo si se cumple la condición de que esta persona no esté ocupando la Jefatura de Estado por su capacidad o mérito, sino que la esté ocupando por su solo apellido, es decir, por la vía monárquica. Si la Jefatura de Estado estuviese siendo ocupada por una persona por el hecho de que esa persona fuese muy cualificada y por sus méritos para ello, entonces el Gobierno no sería leal a esa Jefatura de Estado.
Por este motivo, obviamente, jurar lealtad "al rey" es absurdo y ridículo. Es como jurar lealtad a quien acceda a la Jefatura de Estado por tener tal o cual apellido, sin importar cuál sea su cualificación. Lo correcto, más bien, sería jurar lealtad a la Jefatura de Estado, no al rey, ni al presidente de la república (aunque, lógicamente, para una nación sería infinitamente mejor jurar lealtad a un presidente de república que jurar lealtad a un rey, como ya nos indican el libre mercado, el liberalismo económico, la teoría económica y la ciencia económica).
Vamos a suponer que la expresión "jurar lealtad al rey", y otras similares ("jurar lealtad a la corona", etc), fuera adecuadamente corregida, y se empezara, en su lugar, a utilizar la expresión "jurar lealtad a la Jefatura de Estado", mucho más cualificada.
En estos términos, cabría entender qué posición en la jerarquía u organigrama político del país ocupa la Jefatura de Estado en base a las siguientes consideraciones:
La Jefatura de Estado se suele definir como la institución política suprema de un Estado. Está en la cúspide, como por encima de los demás poderes públicos. Esto es así tanto en el régimen monárquico como en el régimen republicano. Por tanto, la diferencia entre monarquía y república no radica en "cuánto poder" tenga la Jefatura de Estado, o en cuál sea la posición jerárquica de la Jefatura de Estado, sino en "cómo se acceda" a la Jefatura de Estado: en república, accede a la Jefatura de Estado la persona más cualificada para ello; en monarquía, accede a la Jefatura de Estado quien tenga un determinado apellido, aunque sea un inepto, o un ladrón, o un delincuente. Esto es así por evolución de las monarquías medievales corruptas, que siempre iban mil pasos por delante en cuanto a cociente intelectual.
Para observar cómo la Jefatura de Estado se sitúa por encima de las demás instituciones políticas, podemos por ejemplo considerar el caso de España, y bastaría simplemente ver cuáles son las "lealtades" que se juran en España. Estas "lealtades juradas" o "juramentos de lealtad" nos revelan cómo la Jefatura de Estado está por encima de las demás instituciones políticas. Y aunque vamos a verlo en el caso de España, también es así en el caso de los países republicanos. Pues debemos recordar que la diferencia entre monarquía y república no es cuál sea la posición jerárquica u orgánica de la Jefatura de Estado, posición que es la misma tanto en la monarquía como en la república, sino cómo, por qué criterio, se acceda a ocupar y desempeñar la Jefatura de Estado (apellido o consanguinidad en el caso de la monarquía; capacidad y mérito en el caso de la república).
Las "lealtades" que se juran en España son las siguientes:
Poder Judicial: los miembros del Poder Judicial (jueces, etc) juran lealtad a la Jefatura de Estado (en realidad, en la España actual, juran lealtad a "la corona", pero debemos recordar que nos estamos basando ahora mismo en el fantasioso presupuesto de que la aberrante expresión "jurar lealtad al rey" o similar es corregida y sustituida por la expresión "jurar lealtad a la Jefatura de Estado", más cualificada, porque nuestro único propósito ahora es ver qué lugar en el organigrama o jerarquía política es ocupado por la Jefatura de Estado, a través de la consideración de quién jura lealtad a quién). El Jefe de Estado nombra a los jueces y miembros del Poder Judicial, y el Poder Judicial administra justicia en nombre del Jefe de Estado. Y sí, todo esto también se aplica al Tribunal Constitucional: los miembros del Tribunal Constitucional también deben jurar lealtad a la Jefatura de Estado, a pesar de que la función del Tribunal Constitucional es vigilar y cuidar la aplicación e interpretación de la Constitución (¿Cómo puedes aplicar e interpretar una norma constitucional, siendo al mismo tiempo leal a la Jefatura de Estado?).
Poder Ejecutivo (Gobierno y Administración): los miembros del Gobierno (y funcionarios de la Administración) también juran lealtad a la Jefatura de Estado (aunque, en la España actual, lo hacen aberrantemente, jurando lealtad "al rey"). Este juramento de lealtad a la Jefatura de Estado es un tanto contradictorio por parte del Gobierno, porque, sin embargo, el Gobierno también tiene la potestad del "refrendo": el gobierno no tiene la obligación de aceptar u "obedecer", es decir, de "refrendar", un determinado acto del Jefe de Estado, y por este motivo, si lo refrenda, entonces asume la responsabilidad de dicho acto del Jefe de Estado. Es decir, el Gobierno jura lealtad a la Jefatura de Estado, pero no está obligado a "obedecer", mediante el refrendo, los actos de la Jefatura de Estado. Y los actos del Jefe de Estado no son válidos sin el refrendo, aunque esto es solo cierto en la teoría, no en la práctica, porque si esto fuera cierto en la práctica también, entonces Juan Carlos I no habría podido robar ni delinquir todo lo que ha robado y delinquido, gracias a la inviolabilidad monárquica absoluta, inviolabilidad monárquica absoluta que es otra institución teórico-legal que neutraliza y vacía de contenido todas las demás figuras teórico-legales que pudieran existir dictadas en el ordenamiento jurídico español con la pretendida aspiración de hacer de España un país civilizado. Por no hablar ya de la aberración que también nos viene del hecho de que, si el Gobierno no está de acuerdo con un determinado acto del rey (sí, del rey esta vez), entonces no tiene que refrendárselo, pero tiene que pagárselo monetariamente de todas formas (como si nos obligaran a comprar un televisor estropeado o unos pantalones que no nos gustan), y además, si el Gobierno, a efectos de refrendar, quiere otro acto de Jefatura de Estado mejor o más cualificado (un televisor que funcione mejor o unos pantalones menos horteras), entonces no puede pedírselo a otro Jefe de Estado más cualificado (como mandarían el libre mercado y la ciencia económica), sino que por fuerza tiene que pedírselo al mismo Borbón cuyo anterior acto de Jefe de Estado el Gobierno no quiso refrendar. Es decir, la monarquía convierte la Jefatura de Estado en un monopolio, incompetitivo, al servicio del bolsillo de una mafia.
Poder Legislativo: en España, los miembros del Parlamento son los únicos que no están obligados a jurar directamente lealtad hacia la Jefatura de Estado, pero tienen que jurar lealtad a la Constitución, y la interpretación de la Constitución está controlada por el Tribunal Constitucional, tribunal este que sí tiene que jurar lealtad a la Jefatura de Estado. Además, las leyes aprobadas por el Parlamento no son válidas sin la sanción del Jefe de Estado, aunque esta sanción, o falta de sanción, del Jefe de Estado tiene que ser (en teoría) refrendada por el Gobierno, para ser válida (luego tenemos la inviolabilidad absoluta monárquica, que lo convierte todo en papel mojado). Por último, parece (repito: solo parece) haber cierta contradicción aquí, porque los miembros del Parlamento deben jurar lealtad a la Constitución, pero los mismos miembros del Parlamento también pueden cambiar la Constitución si lo desean. Lo cual viene a explicar y demostrar que la potestad de crear la ley no te pone por encima de ella ni te vuelve inviolable respecto a ella: una vez has decidido unas reglas de juego, unas reglas contractuales, unas reglas de intercambio, etc... tú mismo quedas también sujeto a ellas, y la posibilidad que tienes de cambiarlas puedes ejercitarla pero sin que te permita jamás hacer trampas, en tu beneficio, de una forma traicionera o no avisada.
Jefatura de Estado: si nos atenemos a la monarquía española, el propio rey, según la Constitución, debe jurar el guardar (cumplir) y hacer guardar la Constitución (Constitución cuya interpretación es controlada por el Tribunal Constitucional que, a su vez, debe jurar lealtad a la Jefatura de Estado), pero ya hemos explicado que todas estas solemnes formalidades son solo una broma y burla a los españoles, gracias a la inviolabilidad absoluta monárquica, también tipificada legal y jurídicamente, inviolabilidad según la cual el rey (por ser rey en vez de presidente republicano) puede hacer le que le dé la putísima gana, cobrando además una millonada por ello.
En definitiva, la monarquía está muy mal, y España está en la pobreza, la precariedad y el subdesarrollo por culpa de ella, porque si España alguna vez emprendiese algún nuevo e inexplorado camino de liberalismo económico correctamente implementado que por fin, felizmente, empezase a conducirla hacia el auténtico desarrollo y prosperidad económica (es decir, hacia el auténtico objetivo para el que se inventó el liberalismo económico correctamente implementado, la destrucción del capitalismo), entonces la monarquía, funcionaria por consanguinidad ella, abortaría e impediría ese desarrollo, reconduciendo y concentrando otra vez la producción nacional de riqueza en las poquitas manos de siempre, las mismas manos millonarias que pusieron a la monarquía en el poder por la vía de las armas, las mismas manos millonarias que escriben el BOE desde la sombra, y las mismas manos millonarias que ahora ordenan al CIS que deje de preguntar por la monarquía.