No hace mucho, un amigo me comentó que estaba viendo la serie “Los Vencidos” y al hilo de esa conversación me dijo que los nazis tenían una mala fama injustificada porque, más allá del genocidio contra los judíos, no había ocurrido nada extraordinario que no sucediese en cualquier guerra.
No es la primera vez que me topo con esa idea que denominaré como “la normalidad del nazismo” y que parece ser sorprendentemente común. Sostiene que podríamos hacer una comparación entre el imperio alemán del III Reich y cualquier otro intento de hegemonía imperial a nivel europeo, de forma que la única diferencia que encontraríamos sería el asesinato en masa de judíos lo que, a su vez, tampoco es ninguna novedad en la historia de Europa. En otras palabras, la idea de la normalidad del nazismo vendría a pintar un cuadro en el cual Hitler y Napoleón son básicamente lo mismo: un intento de dominar Europa por la fuerza que, como es inevitable en cualquier guerra, genera cantidades ingentes de muertes y penalidades.
Esto me lleva a la reflexión de que realmente no hemos asimilado lo que significó el sistema nazi ni su maldad intrínseca, ni tampoco el hecho de que no todos los conflictos armados han sido similares en cuestión de crueldad.
En primer lugar, el régimen nazi no solo actuó contra los judíos sino que su represión fue muchísmio más amplia. En segundo lugar, la causa fundamental de la incomprensión de la maldad intrínseca del nazismo no es otra que el hecho de que se trata de un régimen abortado que solo pudo desplegar parcialmente sus planes.
Los judíos no fueron las únicas víctimas de los nazis. Esta obviedad parece ser ignorada por gran parte del público general. Sospecho que este fenómeno se debe precisamente a la exitosa difusión de la denuncia del Holocausto tras la guerra, de modo que focalizó la limitada atención que el público está dispuesto a invertir en analizar su pasado, especialmente el más desagradable.
Como ejemplo, recordemos que los gitanos también estaban incluídos en la lista de etnias a exterminar y, en consecuencia, compartieron destino: pérdida de ciudadanía y derecho al voto, prohibición de matrimonio con arios, esterilización forzosa, reclusión en guetos, sometimiento al hambre y a la enfermedad, reclusión en campos de concentración, tortura y exterminio sistemático. Los einsatzgruppen, escuadrones de exterminio itinerantes que tenían la misión de exterminar a los judíos, gitanos y enemigos políticos que encontraran en el frente del este, ratrearon y eliminaron cuantos campamentos gitanos hallaron. Los regímenes títeres de los nazis colaboraron entusiasmados en estos crímenes, con mención especial a croatas, checoslovacos, húngaros y rumanos.
Si hiciésemos una encuesta entre la población gitana española, estoy seguro de que una parte significativa de ellos habrá oido sobre el exterminio de los judíos por parte de los nazis pero, paradójicamente, apostaría a que las cifras de conocimiento del genocidio de su propio pueblo son significativamente menores. La causa es evidente.
Estos no fueron los únicos colectivos represaliados, pues la lista de indeseables para el régimen era mucho más amplia, evidentemente incluyendo a toda la izquierda.
Dentro de la teorías raciales propias del nazismo, la mejora la la raza alemana ocupaba un papel importante. La Aktion T4 es el nombre dado al programa destinado a asesinar a los discapacitados, a los enfermos y a todos aquellos individuos que se consideraran genéticamente defectuosos o una carga inútil para las arcas del Estado. En Mein Kampf, Hitler escribió que la higiene racial "aparecerá como un hecho más grande que las guerras más victoriosas de nuestra era burguesa actual". Estas ideas venían propagándose desde principios de siglo, especialmente en el mundo germano y anglosajón, teniendo como origen una perversión del darwinismo que afirmaba que los seres humanos deberíamos mejorar nuestra propia especie seleccionando artificialmente (esto es, asesinando o evitando el nacimiento) de aquellos individuos con peores genes. Como Hitler expresó en un discurso del NSDAP en 1929: “Si Alemania tuviera un millón de niños cada año y eliminara (beseitigen) a 700.000 u 800.000 de los más débiles, entonces tal vez el resultado final sería de veras un aumento de la fortaleza de Alemania. […] [En cambio] como consecuencia de nuestro humanitarismo sentimental moderno, intentamos mantener a los débiles a expensas de los sanos”(1). Como primer paso se esterilizó forzosamente a distintos tipos de degenerados, por causa genética, entre los que se incluían, también, a alcohólicos, epilépticos o depresivos.
A partir de 1939 se inició el asesinato en masa de niños discapacitados. El método era simple: se les dejaba morir de hambre, se les envenenaba la comida y, si no era suficiente, se recurría a una inyección letal.
Hubo que esperar al inicio de la guerra para poder iniciar el programa eugenésico con adultos sin que levantara demasiadas protestas. Fue con ellos con quienes se inauguraron las cámaras de gas. Con la escalada de la guerra y la aparición de campos de concentración repletos de prisioneros y represaliados que se empleaban como esclavos, se envió a los expertos en eugenesia para aplicar los mismos métodos a aquellos que estuvieran enfermos o ya demasiado débiles para trabajar. El método más económico fue matarlos de hambre. Hacia 1942 se amplió el espectro a trabajadores extranjeros forzados, incluyendo a los bebés de las esclavas que se negaran a abortar.
Sin embargo, probablemente lo más desconocido sea el Generalplan Ost y lo que implica. Al público general le puede sonar el término Lebensraum o espacio vital, pero parece ser que no se acaban de percibir sus implicaciones en toda su amplitud. La teoría ultranacionalista tras este concepto defiende que una nación o pueblo necesita un espacio geográfico suficiente para desarrollar su potencialidad y asegurarse unos recursos naturales suficientes para tener un desarrollo histórico completo. El pueblo alemán, por tanto, había sufrido históricamente este déficit de espacio y por ello se había dado una emigración hacia zonas colindantes y hacia América. La solución nazi era simple: si se necesita más espacio, se puede recurrir al simple expediente de eliminar a la población autóctona y sustituirla por alemanes. A su favor, como no, toda la teoría racial que establecía una jerarquía en la cual ellos ocupaban la cúspide y que, mediante una perversión del darwinismo, justificaba el exterminio o esclavización de otras etnias.
En la práctica, todo esto significaba que, una vez acabada la guerra, el imperio resultante aniquilaría a la mayor parte de la población situada al este de su antigua frontera para poder ser sustituída por colonos alemanes. Teniendo en cuenta este hecho, se puede comprender por qué la lucha en el frente del este tuvo un carácter mucho más salvaje. Se trataba de una guerra de exterminio, de eliminar físicamente a la población combinando la limpieza étnica y el odio generado por la confrontación ideológica fanática. Es por ello que a los prisioneros soviéticos se les trató de forma muy diferente, de forma que su expectativa tras caer prisioneros era, siendo optimistas, trabajos forzados y muerte por hambre.
Los escuadrones de exterminio tenían claro cuál era su misión. Así se entiende que muchos pueblos fueran destruídos junto a todos sus habitantes, dando porcentajes escalofriantes en zonas como la Bielorrusia ocupada. Sin embargo, solo se trataba de un avance de la tarea futura.
Vale la pena citar un discurso de Hitler en el que queda bastante claro cuál era el futuro de los eslavos.
“¡La región [oriental] debe perder su carácter de estepa asiática, debe ser europeizada!. Es con este propósito que estamos construyendo grandes carreteras hacia el extremo sur de Crimea y hacia el Cáucaso. Las ciudades alemanas establecidas a lo largo de estas carreteras se extenderán como un collar de perlas, y alrededor de ellas habrá asentamientos alemanes (...).
En cuanto a los pueblos indígenas de la zona, nos aseguraremos de seleccionar aquellos [de importancia]. Eliminaremos a los judíos destructivos por completo... No entraremos en las ciudades rusas, deben extinguirse por completo.
Solo hay una tarea: la germanización mediante la introducción de alemanes y tratar a los habitantes originales como indios... Tengo la intención de mantener este rumbo con fría determinación. Me siento el ejecutor de la voluntad de la Historia. Lo que la gente piense de mí en este momento no tiene ninguna importancia. Nunca he escuchado a un alemán que tenga pan para comer expresar su preocupación sobre que la tierra donde se cultivaba el grano tuviera que ser conquistada por la espada. Comemos trigo canadiense y nunca pensamos en los indios”.
En pocas palabras, el futuro que esperaba a una gran parte de Eurasia es la que sufrieron los indios de EEUU por lo que, ante una hipotética victoria del Eje, un ruso o un polaco serían, a día de hoy, tan exóticos como un navajo.
Supongo que, llegados a este punto, no es necesario abundar en más detalles escabrosos, como los experimentos médicos, ni tampoco mencionar que algunos de sus hermanos ideológicos, como el imperio japonés o los ustachas, quienes consiguieron el logro de ser calificados por las SS de locos sádicos.
En definitiva, es bastante sorprendente la idea de que la Segunda Guerra Mundial solo fue un conflicto europeo más, de que el nazismo únicamente tuvo como peculiaridad la persecución de judíos y de que, en consecuencia, se exagera con la mala fama de los pobres nazis. Lo más sorprendente, es que esa idea va extendiéndose como una mancha de aceite por la sociedad, cuando incluso los supervivientes y los verdugos todavía pueden dar testimonio. O, bien pensado, no es nada sorprendente, porque en la sociedad postmoderna en la cual cualquier pensamiento es igual de válido independientemente de su contenido, es irremediable que se considere al nazismo tan válido como cualquier otro régimen y, en consecuencia, se normalice, consciente o inconscientemente.
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(1) Kershaw, Ian (2000). Hitler, 1936-1945 [Hitler: 1936-1945. Nemesis]. Barcelona: Península