El resultado de las elecciones ha dejado un panorama incierto. El PP ha ganado las elecciones con una victoria pírrica que no le consiente gobernar en solitario mientras que el PSOE, que soñaba con una remontada de última hora para llegar a la Moncloa, se encontró con que las urnas le otorgaron a la postre el papel de segundón. Ante ese panorama, con un vencedor justito al que no le llegan los votos para gobernar en solitario, y un PSOE que se encuentra dieciséis golpes bajo par, Pedro Sánchez podría haber aprovechado sus ciento veintidós escaños para hacerlos cotizar al alza en una negociación que, a cambio de posibilitar la investidura del candidato popular, introdujese en el programa político del futuro gobierno materias sensibles al alma socialdemócrata de sus votantes. Las virtudes de tal acuerdo serían evidentes: encontraría, con toda probabilidad, el respaldo de una muy amplia mayoría social y otorgaría estabilidad al futuro gobierno.
Esa podría haber sido una solución airosa y sensata a la aritmética electoral que nos han dejado las urnas. La alternativa, por contra, deja ver un camino que se adentra en terrenos difíciles y escabrosos en los que fallar un paso supondría poner al país en riesgo de fractura. Sin embargo, a Pedro Sánchez no le ha faltado ánimo para hacer valer una decisión personalísima y arriesgada que apuesta por la ruta más difícil: aquella de rechazar cualquier acuerdo con el PP para buscar apoyos a su propia candidatura. Desde luego, no se ha encomendado a la prudencia a la hora de cruzar su particular Rubicón a lomos de un “no es no” con el que espera ganarle la mano a su adversario. A fin de justificar tal decisión, viene deslizando la especie de que, con esta derecha carpetovetónica, tan cerrada en lo suyo, no se puede negociar ni la hora de patio. Lo curioso del caso es que, mientras exhibe una intransigencia reventona con su principal oponente alegando lo expuesto, no deja de pretender los votos de un partido tan de derechas como el PNV -que ya le ofreció su apoyo durante la recién vencida legislatura- o en exhibir sintonía en Europa, por ejemplo, con una política de raza como Giorgia Meloni, la cual, aparte de primera ministra italiana, es la máxima dirigente de un partido –Fratelli d’Italia- que tiene en su ADN trazas genéticas del fascismo de pura cepa. Dan qué pensar esas confianzas.
Teniendo en cuenta lo anterior, parece que, en este caso, la hostilidad de Pedro Sánchez hacia el PP no se debe principalmente a la imposibilidad de alcanzar un acuerdo –siquiera de mínimos- con esa fuerza política por razones ideológicas o programáticas, sino más bien a su interés personal por explorar soluciones que faciliten su propia investidura tras el previsible fracaso de la ronda de Santiago Feijoo. Echando números, la cosa, suma que te suma, después de buscar y rebuscar votos hasta debajo de las piedras, le sale por la mínima siempre y cuando logre contar con el apoyo unánime de una ristra de fuerzas políticas más larga que la lista de los reyes godos. Algunas de estas fuerzas, especialmente Junts per Catalunya, tienen un interés común declarado por finiquitar el Estado en su forma hodierna y no van a dejar pasar la oportunidad de exigir un precio muy alto a cambio de su apoyo. En el buzón de entrada de Ferraz ya figuran tanto la satisfacción de demandas que, hasta anteayer, según el propio Sánchez, no tenían encaje en el marco constitucional –la famosa amnistía- como la adopción, en un sentido favorable a los intereses de los demandantes, de soluciones valientes –supongo que también “imaginativas”- para redefinir el sujeto de soberanía al cual le incumbe decidir el destino de aquellas comunidades autónomas adjetivadas como “históricas” en nuestro ordenamiento jurídico. La deriva pactista de alto voltaje en la que se ha embarcado Sánchez, y en la que insiste a despecho de la opinión contraria de esa disidencia en la que milita una parte importante del socialismo histórico, podría interpretarse como un ejercicio de ambición personal desmedida, el golpe de timón de un político de moral líquida dispuesto a cualquier arreglo con tal de regalarse unas cuantas jornadas de gloria.
En cualquier caso, en pocos días se comenzarán a disipar las dudas sobre este asunto, dejándonos ver si, tras fallar la investidura del candidato propuesto por el monarca en primera instancia, Pedro Sánchez se muestra capaz de cuadrar el círculo de la suya. Pero, tal vez, la incógnita principal a despejar sea si la mayor parte de la ciudadanía española tomará como asumible el coste, todavía por detallar, de los pactos que suscriba el líder socialista con sus futuros socios. Difícil cuestión. Tal vez por eso, los pronósticos, incluso los más favorables, anuncian tiempos revueltos. Normal. Al fin y al cabo, vivimos una época de borrascas otoñales.
joseangelaparicio.blogspot.com/2023/09/acuerdos-y-desacuerdos-tras-la-