Vaya por delante mi respeto a las buenas intenciones del acto que hace unos días se llevó a cabo en Barcelona (me siento obligado a decirlo por lo que diré después; vaya, es triste eso). En fin, no es lo que yo habría querido de ser una víctima, pero es algo más digno y decente que los funerales de Estado tan vergonzosos a los que hemos asistido los últimos años (el del 11M, el del YAK43, el de Adolfo Suárez). Y digo vergonzosos porque nada ha cambiado en los funerales de Estado desde el del mismísimo Franco: todos son confesionales, y para más señas, confesionales católicos.
Pero en el fondo seguimos sin cambiar mucho. Lo de Barcelona no era un funeral de Estado ni era un funeral católico, vale, ni siquiera podía llamársele funeral... pero ojo, sí seguía siendo una celebración religiosa en la que unas instituciones que se dicen aconfesionales deberían haber permanecido alejadas. Y no solo no estaban alejadas, sino que estaban como organizadoras activas: para empezar se cedió el Museo Marítim de la ciudad, y a él acudieron todas las instituciones: la municipal, la autonómica y la central (si bien esta última de postín, pues en vez de acudir Rajoy enviaron al ministro Catalá; a diferencia de Puigdemont y Colau, que no faltaron).
Y entre los organizadores parece que estuvo el Director General de Asuntos Religiosos del Govern, lo cual me dejó al verlo un poco patidifuso, reconozco que no tenía ni idea de su existencia... ¿y qué narices pinta esa figura en una institución pública? Parece una contradicción per se, pero no, no lo es en realidad con los tiempos que corren; o que, mejor dicho, que no parecen correr nada.
Pues a mí no me la cuelan. Este acto es un rollo de esos panecuménicos que ni fu ni fa pero café para todos. Y a fortalecer el confesionalismo, que solo cambia de hábitos, no de fondo. Una institución pública debe ser aconfesional, y como aconfesional, representar lo público sin representar ninguna religión de por medio. No vale representarlas a todas —supuestamente a todas, por cierto— como subterfugio para aparentar no querer hacer ceder la balanza sobre ninguna. Lo que habría que hacer es justo lo contrario. Porque el confesionalismo que se supone que se combatía con el acto no consiste en que una sola religión predomine sobre otras: es que la religión, en sí, predomine sobre la razón como representante de una institución pública.
El siguiente párrafo lo tomo literal del enlace a la noticia que pongo al final de mi escrito:
Así, el acontecimiento ha querido ser un "espejo de la Barcelona diversa, abierta, democrática y acogedora" pero también ha respondido al perfil de las víctimas de los atentados, de hasta 34 nacionalidades diferentes. Muestra de esta pluralidad han sido los asistentes al acontecimiento: judíos, ortodoxos, católicos, evangélicos, musulmanes, de tradición laica, atea, comunidades budistas, taoístas, sij, baha'i, testigos de Jehová, iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días (mormones) y comunidades hinduistas.
Muy bonito. Pero la pluralidad, queridos organizadores difusos de esto, no se mide por la religión de las personas, o no solo, desde luego. Poner la religión como el criterio más definitorio de una víctima es hacerle el juego a quienes defienden no ya el confesionalismo en las ceremonias públicas, sino hasta la religión en las escuelas, del signo que sea. Podrían haber contado cuántas víctimas eran gays o no, por ejemplo, y quien piense que eso es un asunto personal deberá caer en la cuenta de que la religión o su ausencia también lo es. Y que los ciudadanos somos seres muy complejos individualmente, también en nuestra sexualidad, y no una suma de colectivos separados entre sí mientras te venden esa gloriosa interculturalidad de mentira que solo es, y a duras penas, una simple cohabitación pacífica.
Pero hay algo que me duele más aún en ese párrafo: la mención a los asistentes "de tradición laica" y atea. Se refieren a asistentes participantes, pues es cierto que, entre pasajes de la Biblia, el Corán y la Torá (seguramente pasajes no escogidos al azar, claro, no fuesen a desentonar con el buen rollito las burradas sangrientas en las que no pocas veces se refocilan los textos religiosos), se leyeron pasajes de los Derechos Humanos y hasta de Lorca. Y lo triste es que habrían quedado bien en una ceremonia laica de verdad, pero al mezclarse con los demás parecían puestos no como textos representantes de todos, sino solo de los representantes ateos y laicos.
No podemos dejar a un lado el lío que le supone a mucha gente lo de ateo y laico, políticos incluidos. Un laico puede ser religioso, lo único que pide es que se separen los espacios con claridad, y que las instituciones públicas no solo permanezcan al margen de cualquier alianza con cualquier institución religiosa, sino que garanticen que la ciudadanía no se vea pervertida por las actitudes destructivas de la religión. Por ejemplo: no tendremos en cuenta la opinión de los testigos de Jehová (asistentes al acto) a la hora de destinar presupuestos a la recogida de donaciones de sangre.
Por otro lado, un ateo siempre es laico, pues al no tener religión no promoverá ninguna en particular (y no me salgáis con la estupidez de equiparar ateísmo con religión, que eso más de lo mismo, esa actitud es justo la que critico con este artículo). No os perdáis este fantástico vídeo de Bill Maher titulado precisamente: el ateísmo no es una religión: www.youtube.com/watch?v=G5r1tIVCSTA
Poner a los laicos en esa lista hace parecer que todos los cristianos, islámicos y judíos asistentes no eran laicos. Poner a los ateos no solo los equipara a la altura de los extraterrestres de los mormones —igual de ridículos que la mayor parte de las historias de la Biblia, la Torá o el Corán, por cierto—, sino que, y aquí está el quid, los desactiva humillantemente.
Es tan poderoso el discurso confesional que hasta consigue que ateos y laicos sean confesionales. Pensemos en esto un momento. Al menos con los funerales del 11M podía uno protestar con claridad contra su manifiesto confesionalismo. Puede que lo de Barcelona sea un paso adelante al fin y al cabo. Pero puede que también sea un paso atrás.
De Rajoy no me voy a quejar. De un Govern que tiene un Director de Asuntos Religiosos, pues tampoco. De donde de verdad me duele es de un ayuntamiento como el de Ada Colau, antaño esperanza de los laicos. Y eso que este meneante que os escribe desde Cádiz ya estaba curado de espanto con la medallita que el ayuntamiento de Kichi le puso a la virgen del Rosario, y encima queriéndola hacer pasar como algo laico, lo cual fue mucho más doloroso aún.
A ver cuál es el siguiente gato por liebre.
Información relacionada:
www.elnacional.cat/es/sociedad/acto-interreligioso-atentados-barcelona