Artículo originariamente publicado en Espinoso y cordial
Si algo ha quedado claro este último año es que la ciencia-ficción se puede tomar en cierta medida como ante-historia. Gran parte de lo que estamos viviendo fue predicho con bastante acierto por autores y cineastas, haciendo buena la máxima: «la vida imita al arte».
Desde sus inicios, recordemos a Julio Verne, las mentes de los creadores de ciencia-ficción han demostrado una capacidad anticipatoria, un fino olfato para analizar hacia donde podría llegar cualquier camino empezado, e incluso, adivinar sinuosos senderos en un futuro que, en demasiadas ocasiones, ha resultado muy cercano. Apartando el mundo cada vez más Orweliano en el que vivimos, miremos al cielo, a la por momentos quimérica, por momentos alcanzable conquista espacial.
La ciencia-ficción o la literatura de anticipación (hoy es difícil la diferencia) nos mostró originariamente a Marte como un planeta enemigo, películas como la clásica «Invasores de Marte» o la paródica «https://es.wikipedia.org/wiki/Mars_Attacks