De niños nos educan en aprender a idealizar, un acto natural que no se preocupan que evitemos. Nos llenamos de obras idealistas, aprendemos y crecemos junto a ellas. Y de repente, toca madurar, y te golpean por todos lados, te enseñan sobre crueldad viviéndola, y ninguna pregunta es respondida. Las obras idealistas van perdiendo nuestro interés, y las obras más realistas duelen en la asimilación.
Comprendo el lento camino hasta la madurez y la comprensión del dolor diario, pero a veces me da la impresión que de querer proteger a los niños, acabamos por ponérselo más difícil, engañando de más su ilusión aunque sea sin querer.
Deberían existir obras infantiles que terminen bien, sí, pero también alguna mal y otra de forma ambigua, para que el niño vaya sopesando opciones, que en la vida no hay nada definitorio y que los grises son las herramientas que usaremos.
Si van a idealizar o soñar, que lo hagan con responsabilidad, que todo es posible en su justa medida basada en las circunstancias, que no suelen parecerse a las del héroe o heroína de turno. Sin embargo, esas circunstancias se pueden mejorar/superar, de ahí el saber usar la idealización para enfocarla como objetivo realista que cumplir.
Comentarios
Creo que los cuentos clásicos ya realizaban esa compleja función educadora y mostraban a los niños que en el mundo real no te podías fiar de casi nadie ni de las apariencias (sea lobo, madrastra, rey o tus propios padres) en tiempos en los que nadie tenía acceso a una educación formal. Como Caperucita, La Bella durmiente, Hansel y Gretel o Blancanieves entre otros; hay que tener en cuenta que son todos ellos relatos que provienen de una rica tradición oral, y aunque la versión de Disney edulcora los escritos y en bastantes casos incluso cambia el final más clásico para hacerlos más aceptables o moralizantes, no siempre terminan bien...más bien al contrario (incluso en las versiones ya aligeradas de Perrault o los Grimm)