Hay dos clases de deber: el deber inspirado por el amor y el deber inspirado por el temor.
Las razones por las que la gente cumple o no con su deber obedecen muy fielmente al origen de este deber y a la psicología de la persona.
Perdonadme que me haya puesto en plan filósofo de todo a cien, pero e vez en cuando es necesario adentrase en el campo de las ideas para poder explicar lo que nos rodea. Debería ser siempre, a todas horas, pero supongo que pensar eso es de antiguos en un tiempo donde se prima el sentimentalismo mas burdo y el triunfo del relato.
Cuando las personas cumplen con su deber por amor, podemos esperar de ellas la mayor generosidad y los mayores sacrificios. Cuando las personas cumplen con su deber por temor, podemos esperar de ellas las mayores bajezas, las peores hipocresías y los más rebuscados engaños.
Decía Maquiavelo que, ante semejante tesitura, el gobernante debe elegir siempre el temor, porque la gente te ama cuando quiere y, en cambio, te teme cuando quieres tú. Y sin embargo, con los medios actuales, ese es un consejo estrecho de miras: el gobernante debe intentar seducir al pueblo para reducir lo que le cuesta que sus órdenes sean obedecidas.
Durante esta pandemia, hemos visto dos ejemplos bien claros: Angela Merkl, que con sus aciertos y errores ha atraído la adhesión abrumadoramente mayoritaria de su pueblo y Pedro Sánchez , que con sus aciertos y errores, no ha tenido y tiene más que broncas.
La raíz puede ser psicológica, cultural o histórica. O incluso material, si nos ponemos marxistas.
La cohesión interior es la que hace que, en un país, los ciudadanos se cuiden unos a otros por amor y no por temor. Las causas por las que esta cohesión existe o está ausente pueden ocupar varios tomos, y van desde las desigualdades a los incentivos que la legislación crea, pasando por todos los traumas históricos que se os ocurran.
La cuestión, al final, es que en cualquier ámbito de la vida, la diferencia entre una y otra modalidad del cumplimiento del deber concluye en trabajo bien hecho o chapuza: en estudiante que estudia física porque le gusta, y sabe física, y estudiante que estudia física porque teme suspenderla, y copia en cuanto puede; en albañil que hace la pared derecha porque está orgulloso de su trabajo y albañil que hace la pared derecha para que no le caiga una bronca del capataz; en transeúnte que se pone la mascarilla para no contagiar a nadie y el que se la pone para evitar una multa de cien euros.
Los primeros no necesitan vigilante. Los segundos lo encarecen y lo emputecen todo.
La gran pregunta es cómo conseguir que la gente ame el cumplimiento del deber en el país del escaqueo, el individualismo y el enfrentamiento identitario.
La respuesta no es con más multas y más miedo.
Comentarios
¿qué medidas puede tomar un estado para afectar al comportamiento moral de los ciudadanos que no sea educación, o propaganda, osea relato? Porque las condiciones materiales (urbanas, laborales) han cambiado, ya no existen las corralas de vecinos donde la confianza se basaba en la familliaridad, en cooperación necesaria, etc. Los niños los cuidan en las guarderías. La olla no te la tienen que vigilar (mi abuela tiene historias sobre ladrones de cocidos...).
Por otra parte ¿Dónde encajarías el sentido del deber por amor propio, el honor de los pobres?
#1 A eso los guays le llaman desestructuración social.
Y el resto le llamamos "sálvese quien pueda".
Es la eterna confrontación entre protestantes y católicos, o más en profundidad, entre consecuencialistas y deontológicos.
Los que siguen la deontología hacen cada paso con arreglo a las normas, porque saben que esas normas son buenas para ellos y para los demás. Todos se fían de todos y se castiga muy duramente al que infringe una norma. No se admiten excepciones.
Los consecuencialistas, afirman que lo importante es el resultado final de las acciones, pero no las acciones mismas. Puedes hacer cualquier barrabasada si el resultado final es bueno.
Adivina qué paises somos (ejem) consecuencialistas y cuales son (ejem ejem) seguidores de la deontología.