Aunque tengo aspecto de sujeto aburrido, he vivido bastantes experiencias dignas de ser contadas. Una vez, por motivos laborales, tuve que comer con un sujeto conocido por tres cosas: 1) su considerable influencia; 2) su ideología de extrema derecha y 3) su alcoholismo.
Sucedió que en el lugar donde comimos hacía un calor de muerte. El tío se presentó con un subalterno y bebió como una bestia, hasta el punto de que para el postre se le trababa abiertamente la lengua y empezaba a soltar groserías y frases desagradables que se habría guardado estando en sus cabales. Y debido al calor, su subalterno hizo ademán de quitarse la chaqueta del traje que llevaba. El tío, a gritos, le ladró un “no se quite la chaqueta, que eso es cosa de rojos! Un caballero se deja puesto el traje hasta el final”.
En cuanto terminamos me largué de allí asqueado por el espectáculo e impresionado por el hecho de que alguien pudiese tener una cosmovision en la que quitarse la chaqueta es indecoroso pero balbucear como un simio atontado, no. Me preguntaba cómo puede pervertirse un individuo hasta el punto de ver normal emborracharse perdiendo parcialmente la conciencia y, a la vez, no aceptar algo tan normal como quitarte una chaqueta si hace calor.
Pensé en todos los grandes hombres que nunca han llevado chaqueta pero han iluminado a los que les rodeaban con su sabiduría, dignidad y bondad. Y también en el rechazo y la tristeza que, de forma instintiva y ajena a toda particularidad cultural, provoca ver a una persona esclava de una sustancia, que pierde el juicio y el autocontrol por ella. La chaqueta es un trapo y la dignidad de un ser humano no depende de ella. La dignidad se lleva dentro y es independiente de la envoltura que te pongas. La dignidad sólo se mata cuando te envenenas o encadenas el alma.
Este recuerdo me vino a la cabeza cuando, hace unos días, Díaz Ayuso mostró su rechazo frontal al ingreso mínimo vital que propone el gobierno para las personas que no tienen lo más básico para subsistir y no van a poder conseguirlo en una situación como la que nos viene encima. Simultáneamente, Díaz Ayuso mostraba su indignación porque el gobierno no decretaba el luto nacional por las víctimas.
Parece que los sepulcros blanqueados necesitan trapos y ritos para tapar sus miserias. Parece que quien no siente vergüenza por emborracharse y balbucear paridas en público, necesita el paraguas de la chaqueta para engañarse haciéndose creer que aún conserva algo de dignidad. Y parece que quien está dispuesta a dejar en la más absoluta indigencia a millones de mujeres, niños y hombres, necesita taparse con el crespón negro para que sus carnes putrefactas por la insensibilidad y el desprecio al sufrimiento de los españoles no queden a la vista de todos.
Siempre me quedará la duda de si el hipócrita de la chaqueta y la miserable del crespón negro son conscientes de su hediondo fariseismo y los usan para intentar engañar a los demás y hacerse pasar por gente respetable, o si directamente viven en un mundo paralelo donde es más importante poner a media asta una bandera que dar los recursos esenciales para cubrir sus necesidades básicas a todos los españoles. En cualquier caso, me alegro de no trabajar para aquel borracho y de no estar gobernado por esa inútil inhumana.