En marzo de 2025, Donald Trump firmó una orden ejecutiva que obligaba a todas las empresas a compartir sus datos: registros fiscales, historiales médicos, archivos de inmigración y hasta los informes de vigilancia, que se integraron en un único sistema digital. Esa herramienta es Foundry, de Palantir, la empresa de ciber-vigilancia fundada con dinero de la CIA que, hasta hace poco, era una startup polémica y opaca y que hoy ya es, de facto, la columna vertebral del nuevo Estado de vigilancia norteamericano. Ni Orwell podría haber imaginado algo así.
Para los inversores, este es el sueño americano hecho software. Las acciones de Palantir superan ya al S&P 500 y la compañía ha firmado contratos multimillonarios con el Pentágono, el Departamento de Seguridad Nacional y el ICE. Lo que antes era una empresa sospechosa, criticada por su papel en deportaciones y seguimiento masivo de inmigrantes, ahora se ha convertido en una infraestructura esencial para el Estado. Wall Street ya no concibe Foundry como un software, sino como una maravillosa oportunidad de negocio que crece de forma desmedida. Para el trumpismo es una suerte de red nerviosa, un Gran Hermano de proporciones bíblicas.
La integración de datos a través de Foundry ha traído consigo ejemplos escalofriantes: empresas que rastrean en tiempo real a sus empleados, desde sus accesos al edificio hasta sus movimientos en dispositivos corporativos. InmigrationOS, el sistema encargado de identificar inmigrantes, que utiliza biometría, geolocalización y hasta rasgos físicos como tatuajes o color de cabello para predecir “riesgos” y facilitar deportaciones. Y, claro, la parte más lucrativa para las grandes corporaciones: patrones de consumo, salud y desplazamiento se cruzan sin filtros y sin control. La mezcla de Foundry con las redes sociales convierten, ahora mismo, a los Estados Unidos en una suerte de distopía del control más absoluto. Cada ciudadano tiene ya un perfil digital completo y permanente, al acceso libre de la administración pública. Nunca la ciudadanía estuvo más vigilada. Pero lo que resulta aún más trágico y preocupante es la absoluta inacción del partido demócrata y como toda esta puta distopía se ha aceptado sin rechistar, tamizada burocráticamente por extraños intereses de grandes corporaciones que riegan las campañas electorales de ambos partidos.
Amnistía Internacional y diversas organizaciones de derechos humanos advierten de que Estados Unidos se ha convertido en una base de datos viviente, un experimento de control social de escala bíblica completamente inédito, ni tan siquiera visto en las distopías literarias más pesimistas.
Además, Palantir ya no se esconde e informa de que su software no solo organiza información, también puede identificar, rastrear y, en contextos militares, matar. Su CEO, Alex Karp, lo ha reconocido públicamente. Mientras tanto, periodistas que han investigado sus vínculos con el gobierno y grandes corporaciones de Silicon Valley, han denunciado hostilidad y amenazas en conferencias y ruedas de prensa.
Lo más inquietante es que todo esto ocurre dentro de un marco legal. La orden ejecutiva de Trump ha legitimado un ecosistema que combina vigilancia estatal, apetito corporativo y opacidad tecnológica.
Es la antesala del peor de los horrores. Hammett y Orwell haciéndose realidad, pero de una forma profundamente estúpida y delirante. Un estado digital autoritario, dirigido por un puto viejo loco al que el futuro se la suda, porque no le quedarán más de 5 años de vida y que ha hecho de su país el último juguete con el que decir adiós a la vida.
La privacidad, convertida en un recuerdo y el poder, concentrado en las manos de un hatajo de tecnofascistas asustados y adictos, con acceso total a la vida de millones de ciudadanos. Sin control legislativo alguno, sin límites, sin oposición.
"Nunca se pervirtió más el concepto de libertad, nunca se entregaron más derechos sin mirar atrás" dijo Chomsky al hablar de Foundry hace unos meses. "La libertad no debe tener miedo a la verdad. Y para llegar a la verdad, hay que vigilar", contestó Elex Karp, fundador de Palantir.