Leo -nunca mejor dicho- demasiado optimismo en el mundillo de los libros por el crecimiento de las ventas en 2021. "Nadie lo esperaba y tampoco le encontramos una explicación", dicen los libreros. Pero entonces, ¿por qué me sigo sintiendo el raro de mi barrio cuando saco un libro y me pongo a leer en el parque, en la sala de espera del dentista o en la lavandería? Expondré algunos datos y los mezclaré con gaseosa.
Las ventas de libros en España van a sumar en 2021 un crecimiento del 25% respecto al año pasado, que tuvo todo el periodo de cierre por el confinamiento. Respecto a 2019, el aumento es del 20%, prefiero quedarme este. Antes del confinamiento, los lectores frecuentes eran un 50%, y ascendió hasta el 54% con la reclusión. Es decir, el número de lectores asciende un 4%, pero las ventas lo hacen el 20%. Primera conclusión: somos los que ya leíamos los que compramos mucho más. Lo hacemos porque o leemos más (nos hacemos más friquis, más raros todavía) o porque no nos fiamos de otras fórmulas como sacar libros de la biblioteca o prestarnos los libros entre nosotros.
Otro dato que aparece en la noticia de esta semana es que las plataformas de vídeo llegan ya al 52% de la población y esto sí que es para preocuparse. El libro impreso lleva once siglos inventado para llegar al 54% de la población y la tele por internet, en unos pocos años, casi lo ha igualado. Si la lectura ha crecido en esta época difícil para las relaciones en la calle, el consumo de formatos audiovisuales le gana por goleada.
Hay ocasiones en las que no solo hay que vigilar el bolsillo propio, tampoco está de más mirar cómo le va al vecino. Si nos ponemos a comparar, creo que el crecimiento lector era esperado cuando no se puede salir de casa, pero ni mucho menos está a la altura del de otras industrias de entretenimiento.
Podía quedarme con algún otro rayo de luz como el crecimiento de los lectores jóvenes o con el sentimiento de comunidad cada vez más arraigado que tenemos todos los apasionados de los libros. Se está trabajando en buena dirección, pero hay que apuntar más alto porque no soy capaz de quitarme de encima la sensación personal de que, cuando me salgo de mis círculos de adictos a la lectura para adentrarme en la vida real, sigo siendo el oasis de papel en un desierto de pantallas.