David Keilin (1887-1963) fue un respetado biólogo de origen ruso que pasó la mayor parte de su vida laboral en Cambridge. Su fama se debió a sus primeros estudios sobre los insectos parásitos y, más especialmente, a sus investigaciones sobre las proteínas hemáticas que contienen hierro. El siguiente fragmento procede de una entrañable reseña de Max Perutz sobre Keilin.
En 1931, cuando Keilin había sucedido a Nuttall como profesor de la cátedra Quick de Biología, un anciano profesor llamado Warburton se quejó de que había sido contratado antes de que se instituyera el plan de jubilación de la universidad, por lo que no tenía derecho a pensión y tendría que morir trabajando. Cuando Keilin informó al tesorero de la universidad de que Warburton tenía más de setenta años y carecía de pensión, éste convino en que, dada su avanzada edad, la universidad podía permitirse ser generosa. ¡No pudo prever que veinticuatro años más tarde celebraríamos el centenario del nacimiento de Warburton!
En aquella ocasión nos contó una historia maravillosa.
En sus buenos tiempos, Warburton había sido una autoridad mundial en garrapatas.
Un día, allá por los años veinte, algunos de sus estudiantes estaban tomando su almuerzo de pan y queso cuando encontraron una garrapata en la mantequilla. Se la llevaron a Warburton que la identificó como una garrapata siberiana. Este descubrimiento iba a provocar una crisis diplomática. Los estudiantes habían comprado su mantequilla en Sainsbury's, sin saber de dónde procedía.
Impresionados por las capacidades detectivescas del entomólogo, que pudo rastrear el origen de la mantequilla hasta Rusia, contaron su historia a un profesor que se la mencionó a un diputado que estaba de visita y éste, a su vez, se la contó a un periodista.
El resultado fue un titular en uno de los periódicos vespertinos de Londres: «Garrapata portadora de enfermedades importada con mantequilla rusa».
Se plantearon preguntas en el Parlamento, los carros de caballos de los lecheros -que en esa época también distribuían mantequilla en Londres- llevaban carteles garantizando a las amas de casa que la suya no era de Rusia, el embajador soviético llamaba al ministro de asuntos exteriores para protestar por la campaña de difamaciones contra las exportaciones agrícolas de su país, y Pravda condenó las deliberadas mentiras de Warburton.
Años más tarde, parasitólogos rusos que visitaban el Instituto Molteno reprocharon a Keilin que permitiera haberse convertido en una herramienta de propaganda antisoviética, y se negaron a creer que Warburton fuera sólo un erudito con poco mundo que se había topado por casualidad con una curiosidad.
Seguro de su generosa pensión, Warburton siguió viviendo con buena salud en Grantchester hasta la avanzada edad de 103 años.