Durante la posguerra, la provincia de Alicante se pobló de cárceles improvisadas para acoger a los miles de refugiados del puerto y a los miles de detenidos en la capital y en los pueblos en los días siguientes. En la ciudad de Alicante se habilitaron cines para acoger a las mujeres y los niños; la plaza de toros de la ciudad se convirtió en un gran y caótico recinto carcelario, los dos castillos de la ciudad -el de Santa Bárbara y el de San Fernando- se convirtieron en inmensas mazmorras.