Durante más de 40 años, la robótica chocó contra una barrera casi invisible: la microescala. Hacer robots más pequeños no era solo un problema de miniaturización, sino de física. A dimensiones inferiores a 1 mm, las reglas cambian: la gravedad deja de importar y el mundo se vuelve espeso, viscoso, hostil al movimiento. Ahora, un equipo de universidades de Pensilvania y Michigan acaba de romper ese bloqueo. Sus robots de 200 × 300 × 50 micrómetros —menores que un grano de sal— no solo se mueven: detectan, procesan información y deciden solos.