A Paco de Lucía le preguntaron si consideraba el flamenco música popular. Paco, con la humildad que le caracterizaba, contestó que cualquier estilo musical que se desarrolla desde la sensibilidad y el trabajo serio acaba dejando de ser popular. Como hace la gente seria, Paco demostró su idea con hechos llevando el flamenco al más alto nivel de expresión artística. Esta idea se extiende de forma evidente a cualquier otro "arte" en el sentido de expresión artística, incluso también en el sentido de capacidad para hacer algo, lo que sea, aunque en nuestra cultura ese "algo" no puede ser el arte de pensar. Como el resto de artes, el arte de pensar tiene su propia historia, que define como pensamos en la actualidad y explica porqué ahora consideramos el "arte de pensar", a diferencia de otros artes, como ajeno a su propia historia.
Cuentan que Sócrates pasaba las horas en el mercado preguntando; ¿Qué es un zapato? Sabía que podía llegar a conocer "algo" si ahondaba en ello con su propio pensamiento a partir del pensamiento de los demás, justo lo que hizo Paco de Lucía desde la praxis con el flamenco. Desconocemos si Sócrates se puso alguna vez a hacer con sus manos un zapato, aunque lo más seguro es que no, por que en la antigua Grecia el trabajo manual estaba mal visto ya que era propio de esclavos. Esa idea de que el pensamiento está más allá y por encima de la praxis (la experiencia material) se mantuvo durante toda la edad media, primero con el platonismo de la alta edad media y más tarde con el aristotelismo de la baja. Durante todo ese tiempo el sujeto de conocimiento era Dios, es decir, la fuente de conocimiento era el absoluto al que solo se podía llegar por la fé. El conocimiento por lo tanto se entendía como verdad revelada. De alguna manera, pasamos siglos en los que la base del conocimiento se fundamentaba en un platonismo malentendido y llevado al extremo. Es cierto que en la baja edad media, con la lógica y el pensamiento estructurado heredado de Aristóteles, creamos (la especie humana) los mimbres para que se pudiera desarrollar el pensamiento moderno, pero la idea de conocimiento como verdad revelada se ha mantenido hasta la actualidad. La diferencia es que esa verdad revelada actualmente no viene desde la teología, si no que viene desde la técnica, la ciencia mal entendida, la economía y la política. Comprender porqué esto es así requiere entender que la modernidad es consecuencia del utilitarismo kantiano, y a que su imperativo categórico aplicado más allá de la ética individual junto a que la revolución copernicana se ha llegado a entender por la imposibilidad de conocimiento más allá del empirismo, ha convertido en el empirismo, a través de la ciencia empírica, en esa suerte de verdad revelada. Hume se revolvería en su tumba si viera que su escepticismo empírico ha quedado, por mor del pensamiento vulgar, en vulgar cientifismo.
Paco de Lucía también dijo: Fui de izquierdas hasta que gané los dos primeros millones de pesetas. Cuando los guardé en el banco, que no hice ni escuelas ni se lo di a los niños de África, cuando no hice nada por los demás con ese dinero, desde ese día no volví a decir públicamente que era de izquierdas. Si Paco hubiera sabido que, a partir del pensamiento de Hegel, la gran aportación de Marx al conocimiento ha sido incluir al zapatero y al esclavo en la ecuación del conocimiento, es decir, la praxis/acción como único medio para emanciparse y salir de la enajenación, como fue un tipo muy inteligente seguiría pensando que no era de izquierdas, porque sería consciente que definirse de izquierdas es una estupidez propia del pensamiento vulgar.
Si alguno pensó que este artículo iba a dar una solución para "mejorar" el pensamiento crítico, que siga el ejemplo de Paco de Lucia. Hagas lo que hagas, hazlo bien y entenderás el fundamento de todo.
Cuanto mejor una persona, se la "eleva", se ensalza e idolatra o sobrevalora debido a sus conocimientos o puntos de vista más expertos o claros. ¿Pero y si es al revés? Quizá están cavando, ahondando en la vida hasta llegar a puntos en que ya pocos los comprenden. En esas fosas de verdades, se sienten solos, apenas se les oye y su idioma lleno de sabiduría se ha convertido en un nuevo lenguaje sin país natal. En la oscuridad, se las apañan para comunicarse, enseñando y asombrando, siendo idealizada su figura escondida, alejada ya del común. Entre las nuevas perlas hay restos desechables, un mensaje cifrado de ayuda clamando comprensión y compañía, lo esencial de cada ser y de la cordura. Sin embargo no desisten; ni desistirán.
Por eso digo que quizá es hacia abajo su exaltación, pues arriba está el cielo y abajo el infierno. Nadie es feliz allí.
Karl Jaspers: "La voluntad de vida filosófica mana de la oscuridad en que se encuentra el individuo, del sentirse perdido cuando sin amor se petrifica, por decirlo así, en el vacío, mana del olvido de sí mismo que hay en el ser devorado por los impulsos, cuando el individuo de repente despierta, se estremece y se pregunta ¿qué soy?, ¿qué estoy dejando de hacer?, ¿qué debo hacer?" [«La filosofía desde el punto de vista de la existencia»; México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2013 [1949], página 121].
«No hay manera de escapar a la filosofía. La cuestión es tan sólo si será consciente o no, si será buena o mala, confusa o clara. Quién rechaza la filosofía profesa también una filosofía, pero sin ser consciente de ella.»
Cuando se tiene imaginación, se tiende a crear historias, con el peligro de idealizar o soñar en exceso. Conforme más historias se crean, y manteniendo los pies en el suelo, uno se percata de la idealización y evasión que crea además en las mentes ajenas. Entonces te propones crear la historia "que abra los ojos" a los demás, para que dejen de soñar y comiencen a ser realistas sin dejar de disfrutar de la ficción. Pero esa es la ironía, que uno crea usando el mismo elemento que pretende evitar, y por mucho que explique el problema, retroalimenta la fantasía.
Si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición. Pero, como la urgencia de las circunstancias les impide muchas veces emitir opinión alguna y como su ansia desmedida de los bienes inciertos de la fortuna les hace fluctuar, de forma lamentable y casi sin cesar, entre la esperanza y el miedo, la mayor parte de ellos se muestran sumamente propensos a creer cualquier cosa. Mientras dudan, el menor impulso les lleva de un lado para otro, sobre todo cuando están obsesionados por la esperanza y el miedo; por el contrario, cuando confían en sí mismos, son jactanciosos y engreídos.
No creo que haya nadie que ignore todo esto, aunque pienso que la mayoría se ignoran a sí mismos. Nadie, en efecto, que viva entre los hombres, habrá dejado de observar que la mayoría de ellos, por ignorantes que sean, cuando las cosas les van bien, poseen tal sabiduría, que les parece injurioso que alguien pretenda darles un consejo. En cambio, cuando las cosas les van mal, no saben a dónde dirigirse y piden suplicantes un consejo a todo el mundo, sin que haya ninguno tan inútil, tan absurdo o tan frívolo, que no estén dispuestos a seguirlo. Por otra parte, el más ligero motivo les hace esperar mayores bienes o temer mayores males. Y así, si, mientras son presa del miedo, les ocurre ver algo que les recuerda un bien o un mal pasado, creen que les augura un porvenir feliz o desgraciado; y aunque cien veces les engañe, no por eso dejarán de considerarlo como un augurio venturoso o funesto. Si, finalmente, presencian algo extraordinario, que les llena de admiración, creen que se trata de un prodigio, que indica la ira de los dioses o de la deidad suprema. De ahí que, el no aplacar con votos y sacrificios a esa divinidad, les parece una impiedad a estos hombres, víctimas de la superstición y contrarios a la religión, los cuales, en consecuencia, forjan ficciones sin fin e interpretan la Naturaleza de formas sorprendentes, cual si toda ella fuera cómplice de su delirio.
Precisamente por eso, constatamos que los más aferrados a todo tipo de superstición son los que desean sin medida cosas inciertas; y vemos que todos, muy especialmente cuando se hallan en peligro y no pueden defenderse por sí mismos, imploran el divino auxilio con súplicas y lágrimas de mujerzuelas y dicen que la razón (por ser incapaz de mostrarles un camino seguro hacia el objeto de sus vanos deseos) es ciega y que la sabiduría humana es vana. Por el contrario, los delirios de la imaginación, los sueños y las necedades infantiles son, según ellos, respuestas divinas; aún más, Dios se opone a los sabios y ha grabado sus decretos, no en la mente, sino en las entrañas de los animales; y son los necios, los locos y las aves los que, por inspiración e instinto divino, los predicen. Tanto hace desvariar el temor a los hombres.
La causa que hace surgir, que conserva y que fomenta la superstición es, pues, el miedo. Y si, aparte de lo dicho, alguien desea conocer ejemplos concretos, e aquí el de Alejandro. Sólo comenzó a acudir a los adivinos, movido por un sentimiento supersticioso, cuando, a las puertas de Susa, experimentó por primera vez temor a la fortuna. Después de su victoria sobre Darío, dejó de consultar a los augures y adivinos, hasta que de nuevo sintió terror ante las circunstancias adversas: abandonado por los bactrianos, incitado al combate por los escitas e inmovilizado por una herida, volvió de nuevo a la superstición, ese juguete del alma humana, mandando que Aristandro, a quien había confiado su credulidad, explorara mediante sacrificios qué rumbo tomarían los hechos. Cabría aducir muchísimos ejemplos del mismo género, que prueban con toda claridad lo que acabamos de decir: que los hombres sólo sucumben a la superstición, mientras sienten miedo; que todos los objetos que han adorado alguna vez sin fundamento no son más que fantasmas y delirios de un alma triste y temerosa; y, finalmente, que los adivinos sólo infunden el máximo respeto a la plebe y el máximo temor a los reyes en los momentos más críticos para un Estado. Pero, como pienso que todo esto es bien conocido de todos, no insistiré más en ello.
Extracto del prefacio del Tratado teológico-político de Spinoza
menéame