Las oligarquías son muy conscientes de que sólo los pueblos hacen revoluciones , mientras que la “gente” y las “multitudes” (sujetos políticos de la izquierda liberasta) a lo más que llegan es a producir desorden y al caos.
Por eso las oligarquías se aplican en deconstruir a los pueblos, en remodelarlos y en reemplazarlos mediante la inmigración, las deslocalizaciones y otras operaciones de ingeniería social.
En cuanto al caos… las oligarquías lo han transformado en un instrumento de gobernanza . A pesar de las apariencias, el caos no genera comportamientos imprevisibles, sino lógicas cortoplacistas, reactivas, predecibles. Frente a la lucidez de los pueblos históricamente constituidos –que pueden, llegado el caso, alzarse contra el Poder– las sociedades desestructuradas son incapaces de elaborar estrategias a largo plazo, y se limitan a reacciones instintivas, espasmódicas, fáciles de contrarrestar. Mientras se mantengan sabiamente controlados, el caos y la anarquía también pueden ser factores de orden, y ése es el gran secreto de la ingeniería social posmoderna.
En cualquier caso, nada que pueda afectar a quienes vuelan en sus propios aviones y esquían en sus propias montañas. La privatización creciente de la seguridad y la proliferación de ciudadelas amuralladas –de espaldas a la realidad “multicultural” de la gente corriente– son signos emblemáticos de una nueva era: la de una superclase deslocalizada e inmune a las consecuencias desastrosas de sus políticas.
Adriano Erriguel