Esto va fuera de numeración, porque se trata de un simple apunte que os quiero hacer a los aficionados a la escritura, y al resto. A todos.
Es muy importante, cuando escribes, además de tener una historia, y unos personajes, saber a quién le escribes. O a quién te gustaría escribirle. Porque el modo en que imagines a tus lectores va a determinar el tono en el que compones tu relato y, a la postre, todo tu trabajo.
El mejor ejemplo es el de las cartas de amor.
Tenedlo en cuenta, amigos: una buena carta de amor es la que sólo puede entender una persona. Si la carta de amor la entiende y la aprecia cualquiera, entonces no es una carta de amor. Si la carta la entiende cualquiera es un alarde, un ejercicio de narcisismo, una pieza de márketing personal o un fragmento de propaganda, pero no es una carta de amor, porque la carta de amnor emplea casi siempre un lenguaje inaccesible, arcano para todo aquel que no es su destinatario.
Cuando realmente vale la pena escribir algo, los destinatarios son muy pocos. Si el destinatario para el que escribes ya no existe, eres una especie de espiritista que en vez de una ouija usa un teclado. Sólo si eres un genio puedes escribir urbi et orbi, pero de esos no he conocido más que un par, y sólo a ratos.
Por reso, tomad nota: hay que saber a quíen escruibes. Quien es tu público. Aunque sean los elfos. Aunque sean los fantasmas. Aunque sean, casi peor, tus padres o tus abuelos.
Pero es necesario. No s ep'ùedne escribir crtas de amor sin amar a nadie. A la larga se nota el carnaval y la máscara exige su precio.
Muy caro.