Abrió la verja con cierta desgana, y bajó catorce escalones blancos. Por fin miraba al mar de Positano desde una terraza anaranjada. Llegó con su flamante dos caballos charlestón, como en sus sueños. Se acompañó de una guitarra y de algunas canciones petulantes, como en sus sueños. Pero nada era igual, porque en sus sueños este verano era mil novecientos setenta, y él era un chico más alto, y ella italiana y jamona. Flipper, bar, café y helado, y el sol muriendo rosa entre sus dedos. No importaba, en...
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