Existe un agotamiento particular que conoce el hombre moderno: el del eterno iniciador. Educado para conquistar en un mundo donde la conquista misma se ha vuelto obsoleta, navega entre la presión de actuar y la necesidad de simplemente ser. Cada primer paso, cada riesgo de rechazo, cada mensaje sin respuesta se acumula como plomo en los hombros. El cortejo tiene una economía brutal que nadie nombra. El hombre invierte —tiempo, dinero, energía emocional— sin garantías. No es la inversión lo que duele, sino participar en un juego cuyas …