Una de las hipótesis es que la víctima, sintiéndose impotente y frustrada, puede ver en la agresión una forma de venganza o un intento de recuperar el poder y el estatus que le fue arrebatado. El estrés y el dolor derivados de la victimización pueden llevar a una interpretación hostil de otras interacciones sociales, lo que a su vez puede desencadenar una conducta agresiva, incluso si no se dirige hacia el acosador original.