¿Es la economía una ciencia?

Ayer en una cena con unos amigos emprendedores salió el sempiterno tema de los aranceles. Ambos son economistas y se enzarzaron en una discusión sobre si los aranceles afectaban positivamente o negativamente a la economía del país que especula con ellos. En este caso, Estados Unidos. Yo, que estaba más pendiente de no quedarme sin la última croqueta, asistí al debate como quien mira un partido de tenis: bola va, bola viene, argumentos técnicos, referencias a Krugman y Friedman, y al final la sensación de que la pelota seguía en el aire.

Es en esos momentos cuando me pregunto si la economía es realmente una ciencia o más bien un entretenimiento sofisticado, como la ruleta rusa. Porque seamos sinceros: si el sello de la cientificidad está en la precisión de sus predicciones, la economía suspende cum laudem. Los físicos pueden anticipar un eclipse al segundo, los biólogos describen la propagación de un virus con márgenes bastante fiables y hasta las predicciones actuales de apuestas deportivas tienen más tino, pero los economistas… son un absoluto desastre.

Lo divertido es que, a pesar de su dudosa reputación profética, insisten en disfrazar sus modelos de leyes universales. Uno te dice que los aranceles siempre fortalecen la industria nacional, otro que son un suicidio económico, y ambos te lo presentan con ecuaciones tan largas que parecen escritas por un dios aburrido. Al ciudadano medio solo le queda la duda: ¿cómo puede ser ciencia algo que ofrece conclusiones tan opuestas con idéntico aire de certeza?

La respuesta fácil es que la economía estudia seres humanos, y los humanos somos peor que electrones con jet lag. Un electrón no cambia de opinión tras leer un tuit de Trump, pero un inversor sí. De ahí que cualquier predicción económica tenga la fiabilidad de los propósitos de Año Nuevo: se hacen con buena intención y se incumplen a la primera tentación. Sin embargo, sería injusto degradar la economía al nivel de tertulia televisiva. Tiene método, recopila datos, construye modelos, falsifica hipótesis. Su problema no es la falta de rigor, sino la naturaleza indisciplinada de su objeto de estudio. Queremos que nos diga qué pasará con la inflación en 2025, pero la realidad es que bastante hace con explicar por qué seguimos discutiendo sobre el aceite de oliva en la caja del súper.

Y no olvidemos la paradoja más deliciosa: cuando un economista anuncia una recesión, puede que la provoque. Cuando anuncia bonanza, puede que la arruine. La mera predicción altera el fenómeno. Eso no ocurre en física: un eclipse no se cancela porque alguien lo prediga en prime time. Pero en economía, la expectativa es parte del juego. Yo he llegado a la conclusión de que la economía es una ciencia tragicómica: lo intenta con rigor, se equivoca con entusiasmo y siempre encuentra una explicación convincente después de los hechos. A veces pienso que es la versión académica del fútbol: millones de espectadores, teorías para todos los gustos y la certeza de que el lunes habrá análisis sesudo de por qué el balón entró o no entró.

¿Es entonces la economía una ciencia? Pues tengo muchísimas dudas porque intentar aplicar el método científico a algo tan volátil como el comportamiento humano me parece un acto de fe casi religioso. El método científico exige hipótesis claras, experimentos controlados y resultados verificables. La economía, en cambio, juega en un terreno donde controlar variables es imposible. ¿Cómo hacer un experimento serio sobre aranceles cuando los políticos cambian las reglas a mitad de partido, las multinacionales esconden cartas bajo la manga y los consumidores reaccionan como si fueran hinchas de fútbol? ¿De verdad podemos llamar ciencia a algo que se practica en estadios tan imprevisibles?