Me enamoré en internet. Suena banal, pero no lo fue. Me enamoré jugando al apalabrados, un juego de palabras cruzadas en el que tu última intención al colocar una letra debería ser enamorarte, y sin embargo ahí estaba yo, puntuando poco, pero sintiendo demasiado. Me enganché a la que luego sería mi pareja como lo hacen los protagonistas en las novelas de las hermanas Brontë, con una mezcla indigerible de vértigo, necesidad y una pasión que no pedía permiso, ni perdón.
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