A la dificultad para encontrar un trabajo se unen en su caso los derechos adquiridos durante los últimos quince años. Renunciar por voluntad propia a su puesto supondría también dejar de percibir una indemnización que no quiere perdonar a quien le contrató hace más de una década, y ahora no le paga. «No tengo cargas familiares y, de momento, voy capeando para pagar la hipoteca. No quiero que el empresario se vaya de rositas».
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