Valentín Castrege, anterior alcalde del PP en Fisterra (A Coruña), juraba que, mientras él viviese, el cementerio del fin del mundo no cobraría vida. No le gustaba nada, y contaba que a sus 5.000 vecinos tampoco. Era el símbolo de su rival. Se lo había encargado al prestigioso arquitecto César Portela el alcalde socialista Ernesto Insua, y lo pagó (51 millones de pesetas) la diputación del PP. Pero cuando la obra estuvo terminada, el popular había ganado las elecciones y el cementerio no tuvo clientes. Y de eso hace ya 10 años.
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