Tokugawa Ieyasu (1542-1616), uno de los jefes samuráis más importantes, llamó a la espada “el alma del samurai”. Para un samurai no había posesión más preciada que su espada. Se colocaba una en su habitación el mismo día de su nacimiento, y también se depositaba una en su lecho de muerte. A lo largo de su vida acostumbraba a dormir con su espada cerca de la almohada y la llevaba consigo dondequiera que fuese.
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