Ya hay gente que la palma en la cola del rancho en los albergues de la caridad. Aunque mueran de neumonía, mueren de hambre: treinta kilos arrastraba Piotr Piskozub, el veinteañero polaco que la espichó esta semana en Sevilla después de que le hubieran dado el alta hospitalaria en urgencias a las tantas del gallo y mendigase un bocado, un pan nuestro de cada día, unas migajas de las migajas del antiguo estado del bienestar.
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