Habían hablado mucho de este momento, pero eso no lo hacía más sencillo.
A veces pensaba que estaba loca. Con más de 40 años y comportándose como una quinceañera. O quizá fuese por eso.
Cada vez que lo pensaba le encontraba menos sentido. Pero le daba igual. ¿volverse loca por un chico al que no veía en 30 años? Si lo hubiese visto en una telenovela se hubiera reído. Ahora que le había pasado a ella no era tan divertido, pero sí era igual de intenso.
No es que no hubiera pensado nunca en él. Nunca se termina de olvidar al primer amor, puro, sencillo... Con 8 años no se entendía de esas cosas. Pero lo que sí recordaba es que le gustaba aquel niño rubio que iba con ella a clases de baile regionales. Pasear juntos de vuelta de clases. Mirarse a los ojos y sonrojarse al verlo a él mirándola. Como ahora se volvió a sonrojar al pensar en aquello.
Por Dios, contrólate, que ya no eres esa niña. Pero me gustaría pensar que sí puedo volver a serlo. Aunque sea solo por el. Por mí.
Seguía caminando hacia el lugar de la cita. Jugaba con manos nerviosas con la correa del bolso, mientras un escalofrío de nervios y placer le recorrían las piernas.
Años después, ya siendo una mocita de 15 años muy bien repartidos se lo volvió a encontrar. Fue un verano, el único tiempo que pasaba de nuevo en el pueblo que la vió nacer. ¡Qué guapo era!. Se lamentó de haberse ido del pueblo poco tiempo después de hacer la primera comunión, pero su opinión, siendo tan pequeña no contaba.
Le costó un mundo acercarse a él, y llamarle. Hola, ¿te acuerdas de mi?
¡Qué vergüenza! No, no me acuerdo de ti... Tierra trágame. La chica se dio la vuelta para marcharse pero él la detuvo. ¿Quién eres?
Cuando le dije mi nombre, el chico no pudo reprimir una sonrisa. De alegría. Sí que se acordaba. Sólo que no la reconocía.
Más tarde, muchos años después, el le confesaría la alegría de aquel encuentro, de volver a verla. Para él también era un recuerdo de su primer amor.
¿Qué le puedo decir?
Habían pasado muchos años, no habían tenido ningún tipo de contacto. Sólo quedaba volver al pasado, hablar de lo que les unió. ¿tu y yo jugamos de pequeños a papás y mamás? Sí, contesta él. El lo recuerda tan claramente... Pero le da vergüenza reconocer que se acuerda de ella como si hubiese sido ayer. Como adoraba cogerla de la cintura cuando bailaban juntos. Y como se sonrojaba por ello.
También recordaba perfectamente el día que "se declararon su amor". Bueno, que se gustaban. Que tenían 8 años. Salieron corriendo cada uno para un lado y ya no volvieron a hablar mucho más después de aquello. Que vergüenza le daba verla a ella.
¿Puedes creer que ella no se acordaba de nada de aquello? Mucho tiempo después, cuando un capricho del destino quiso que se volvieran a encontrar por segunda vez (¿o debería decir por tercera?) él le contó todo esto. De golpe desaparecieron 20, 30, 40 años. Volvió a ser aquella niña pequeña, de pelo corto y sonrisa larga, a la que le gustaba estar con aquel niño.
Ahora el escalofrío le recorrió la espalda, al recordar el poco tiempo pasado desde aquel último encuentro fortuito y este nuevo que se avecinaba, mucho más planeado. Mucho más deseado.
Si con 8 años el amor era pureza, con 15 eran hormonas. Y con cuarenta y tantos debía ser locura, si no, no se explicaba.
Estuvimos juntos aquel verano. No hubo nada más allá de los besos y las caricias, torpes y jóvenes, pero lo suficientemente intensas para acordarse de ellas, durante bastantes tiempo después, algunas noches solitarias en las que la mente buscaba jugar con los dedos.
Pasado aquel verano de exploración, la distancia volvió a separarnos. Hubo algunas cartas, pero la distancia, y la juventud, no eran buenas amigas ¡qué hubiera pasado con nosotros en estos otros días, con tan fácil y rápida comunicación!
Madre mía, qué locura. ¡Y casados los dos! Cierto era que las cosas no iban tan suaves en mi matrimonio como me hubiera gustado, o quizá como había soñado. Y por lo que me contaba él, el suyo andaba por las mismas. ¿Qué era esto, una huida hacia delante? Una sonrisa afloró en sus labios al pensar en que quizá era una huida hacia atrás, paradojas del destino.
El destino. Nunca antes le había hecho mucho caso al destino, pero cuando te golpea en medio de la cara, del estómago, del corazón, no queda más remedio que hacerle caso.
40 años volviendo al mismo pueblo. 30 desde el último encuentro. Algunos años sí había pensado en ir a buscarle, otros no le hacía falta. Los más, no importaba. Y de pronto, ahí estaba, delante de ella, sin buscarlo. Había ido a recoger a su hija, que estaba jugando en una tienda. Y el tendero estuvo hablando con ellos. ¿Era él? Sí, tenía que serlo. Una vez más, le tocaba a ella preguntar. ¿Eres tú?. ¿Me recuerdas? Soy... Cuando le dije mi nombre, su cara cambió por un instante. ¿Otra vez no me recuerdas? Sí, es que no te imaginas cuanto te he buscado.
El corazón me dio un vuelco. Conmigo estaba mi cuñada, su marido... Y el mío. Estuvo contando recuerdos de infancia. Cosas que yo creía olvidadas. Bonitas historias, preciosas anécdotas. Que yo fui su primer amor, con todas esas letras. Que él fue el mío. No pude decirlo. No quise decirlo. Me quemaba el corazón por soltarlo.
Nada de aquel segundo encuentro. ¿Acaso no fue nada? Me promete que iba a buscar una foto de los dos juntos de pequeños. Al poco rato me llama. Ya la tiene. Esta vez vuelvo sola. ¡Madre mía, ni lo sabía!. Seguimos hablando de aquellos tiempos, cuando me suelta "y del otro encuentro, ya hablaremos otro día". ¿He querido atisbar una sonrisa pícara en su rostro? ¡Ay, cuan pronto me enteraría!.
Hubo que volver a la rutina, a la vida, lejos del pasado. Un pasado, tanto tiempo olvidado... No, olvidado no. Guardado en un cajón de la memoria junto a muñecas hace mucho desaparecidas, y otros recuerdos de una vida antigua, pequeña, querida. Allí dormía este recuerdo, esperando paciente a que algo lo despertase. Nada me pudo hacer imaginar que ese despertar fuese como el bramido de un elefante al amanecer. O como un rayo que me alcanzase, a traición, sin una nube en el cielo.
Y de pronto apareció su nombre en el teléfono. Un mensaje. Un texto. Unas líneas. Poco más que la alegría del encuentro. Decido llamarle para hablar con él. Madre mía, qué locura. Locura por volver a esa infancia, que él parece recordar con nostalgia. Yo, asustada de mi misma, de mis deseos, que parecían apagados. ¿Qué puedo decirle? Parece felizmente casado, como yo creía estarlo hasta hace unos días. ¿Qué es la felicidad? Vivir una vida sin sobresaltos. La mía parecía tranquila, y así la aceptaba. Y de pronto, el caprichoso del destino, decide divertirse a mi costa.
Le cuento que mi marido trabaja en el extranjero, y que se va en 10 días. Solo cruzamos mensajes inocentes, que no enseñan nada.
Y como el reloj de medianoche que da sus campanadas puntuales, suena él a los 10 días. Algo es diferente. No parecen los mismos mensajes inocentes. Hay algo más. ¿O es mi imaginación que quiere verlo así? Madre mía, qué lío. ¿No era yo feliz? Mariposas, aletargadas en su capullo durante mucho tiempo, salen de nuevo de sus crisálidas, y revolotean sin descanso en mi estómago. Y no comprendo que esta pasando, si soy yo, o él. Sus mensajes parecen decir cosas que yo anhelo leer. Pero siempre sutiles, suaves, dejando entrever.
Este último es más directo. Mejor dicho, menos sutil. Voy a explotar si no pregunto. ¿Me pones en un compromiso con tus mensajes? El corazón quiere salirse de mi pecho, que hacía tiempo que no me ardía así. Contengo el aliento esperando su respuesta. Los segundos se me hacen eternos. ¿Habrá sido imaginación mía?. Sigo esperando. Minutos. Que va, han sido sólo segundos. "Si". Corta respuesta. Directa. No soy yo sola.
Una oleada de placer, de sosiego recorre mi columna, al verme liberada de la duda. No estoy loca. Al menos como creía, pues ni me imaginaba el nuevo tipo de locura que pronto me dominaría. No me explico cómo soy capaz de controlar mis dedos para seguir escribiendo. Ya liberados de la duda, nuestros mensajes son más directos, más claros.
Leo deseo en sus líneas. Respondo con deseo en las mías. No lo entiendo. No nos hemos visto en 30 años, y de pronto, soñamos con un encuentro. El tampoco lo entiende. Ni lo quiere entender. Solo dejarse llevar por esos sentimientos, lo lleven donde lo lleven. Amantes. Solo eso. Ni él ni yo queremos más, buscamos más. Parece como si hubiésemos dejado algo en el camino, y que debemos recogerlo antes de que sea más tarde, los dos juntos.
Buenos días princesa. Así me despierta. Buenos días, cielo. Se alegra. ¿Cuánto tiempo hacía que no tenía caballero? No me saques de este cuento, noble señor. Ven a mi torre, y te daré todo lo que tengo. Buenos días chocho es el saludo de mi otro mancebo. El que siempre ha estado a mi lado, y ahora no añoro. ¿Porque me pasa esto a mi? ¡Qué importa! ¿Te gusta? Pues adelante. La vida es corta, y ya queda menos camino del que has andado.
Los días pasan, y nuestros mensajes no paran de ir y volver. Unos bonitos, otros ardientes. Me cuenta cosas de él, y descubro que es muy tierno. Me da miedo. No quiero herirle. Yo solo busco un cuerpo que no llegué a probar, y que me sabe a años perdidos, a juventud. Quizá él quiera encontrar otra cosa que no pudiera ofrecerle. Me dice que no, que solo le recuerdo a juventud. A una noche de despedida, en que mi mano inexperta, queriéndose despedir de aquello que aún no había tocado, se cansó y dejó a medias.
¿También eres poeta, dulce caballero? Me sorprende con una poesía, que narra nuestra vida. Pasada, presente y futura. Me llega al alma, me enciende el cuerpo, me quema el corazón. El deseo es incontrolable. Solo lo frena la distancia. Mucha distancia para hacer una locura.
Cuento los días hasta mi regreso al pueblo que me dio alegrías y me promete pasiones. 54. Uno menos cada día. Mi pequeño poeta no deja de sorprenderme. Y de calentarme. Poemas que al leerlos no se van a la cabeza, si no a otras partes más impúdicas.
El verano llega antes a mis sábanas. Sus letras me inspiran en estas noches solitarias, húmedas y calientes, con imágenes que se niegan a abandonar mi mente, mientras mi cuerpo vibra de placer, con dedos que juegan a ser amantes olvidados, y pronto recordados.
¿Cuánto tiempo hacía que no sentía yo esta necesidad? Algunas veces había jugado por aburrimiento, otras por deseo, estas las menos. Pero ahora era necesidad. Urgencia de liberar una fuerza que bramaba en mi entrepierna, deseosa de volver a sentir placeres ya asimilados. Solo recordar palabras escritas con letras negras sobre fondo blanco hacían que mi cuerpo se encendiera con un fuego que ya no recordaba. Hacía mucho que no había sido tan intenso.
Le pregunto si está bien esto. Si hacemos bien. El no lo sabe, o no quiere saberlo. Parece tan sorprendido como yo, tan extrañado, tan deseoso. El no conocer la causa no hace menos cierto el efecto.
Sus palabras suenan dulces en mis oídos, cuando hablamos por teléfono. Sus textos encienden mis sentidos cuando los leo. Parece más obsesionado con esto que yo. No me parece posible. Dulce obsesión. Maldito deseo.
Me cuenta su vida, como le va en su matrimonio. Problemas de dinero, de abandono... Algunas cosas me son familiares, ya las he vivido. El tiempo en un matrimonio a veces no pasa, se desliza. Y de pronto, un encuentro fortuito rompe la tranquila paz del lago, levantando un tsunami a su paso.
Mientras recorro los últimos metros que quedan hasta el piso del encuentro, no puedo evitar la dicotomía. La lucha interna que todas las células de mi cuerpo tienen sobre los acontecimientos que se avecinan. Nunca le he sido infiel a mi marido. Esta a 3000 kms trabajando. Y yo solo a 2 metros de un portal. Partes lujuriosas me gritan ¡qué más da! Carpe diem. Vive el momento. Un momento cultivado en los dos últimos meses. Una semilla sembrada hace casi 40 años, ahora, de pronto, y con solo 2 meses de cuidados, se abre a la luz. Busca vida. Busca renacer, una juventud perdida.
Ahí está el timbre. Un dedo tembloroso (¿porqué?) se acerca lentamente al botón.
¿Es esto lo que quiero?