Cuando me doy cuenta de que necesito las pastillas me arrepiento de haber puesto la cama tan lejos de la cocina. Cuando la dificultad de llenarme el pecho de aire empieza a importar piensas en el arquitecto de la casa. Habitación, pasillo, salón, cocina. Así la diseño y por eso le maldigo.
Giro mi cabeza y miro al pasillo. Al suelo de linóleo que imita a la madera. Lo pusimos después que Marcos nos insistiera que era lo más bonito y duradero del mundo. Ambos sabíamos que no aguantaría sin rayarse y echarse a perder. Pero a Marcos se lo debíamos. Al fin y al cabo él nos presentó. En eso pienso cuando miro el linóleo.
Tengo que hincar la rodilla en el suelo por el mareo que me provoca levantarme. La última vez que estuve en esta posición fue cuando te pedí matrimonio. Una semana después de hacerlo, el recuento de células T de Marcos dio 197. Ahora, en vez de ver tus piernas, lo único que veo es el baño. Marcos murió en el baño. Lo encontraron desnutrido sobre un charco de sus propias heces, ensuciando el linóleo que puso en su baño. Diarrea crónica.
Avanzo por el pasillo agarrándome a los marcos de las puertas. Paso por delante de tu oficina y me quedo mirando las flores que siguen ahí. El día que las trajiste a casa el médico te había dicho que tenías seroconversión. “¿Sero-qué?”, pregunte yo. “Que estoy jodido” respondiste. Las flores siguen aquí y tú no. Claro, ellas son de plástico y tú no. En eso pienso cuando miro las flores.
Llego delante del espejo del pasillo. Dios mío, qué flaco estoy. Es lo primero que pienso. Lo segundo es que debería tirar el espejo. A ti te encantaba mirarte como te quedaban los vaqueros, o las camisas de sisa, o pendiente que te ponías en tu oreja. Hasta incluso solías bailar mientras sonaba “I Will survive” en la gramola de bar delante del espejo. Y yo te miraba mientras movía la cabeza siguiendo la canción.
La gramola fue un regalo del bar donde solíamos ir a bailar. El bar cerro cuando las células T del camarero bajaron a 476. Recuerdo que cuando nos la regaló dijo “Espero que nos os toque esta mierda. De verdad. Y si os llega que al menos hayan inventado una vacuna o algo”. Él al menos no se cagó hasta morir. Lo que llaman “enfermedad oportunista” se lo llevo rápido y antes. Fue en el esófago. En sus últimos días no podía ni hablar. En eso pienso cuando miro la gramola y por fin llego al salón.
Al llegar al salón, el sofá turquesa, sobre el que decidiste no morirte, se interpone entre yo y la cocina. Me quedo un rato pensado en ese color turquesa tan feo. Pensando porque me pediste que te llevara al hospital. Cuando tu recuento de células T llego a las 300 exactas me dijiste que no querías morirte en casa. No querías acabar en el baño como Marcos. O sobre el turquesa del sofá sin poder llamarme. Que no sería justo para mí.
Cuando, por fin, llego a la cocina cargo con demasiados recuerdos. Las flores, el espejo, la gramola y el sofá pesan sobre mi pecho. Impidiendo respirar con normalidad. En el armario de las medicinas aún quedan cajas de azidotimidina. Al lado están mis cajas de amitriptilina. Las tuyas, para evitar que no te fueras. Las mías, para soportar que te has ido.
Y ahí, en el suelo de la cocina, tragando mis pastillas, pienso. Pienso en toda la mierda que nos cayó. De tus idas y venidas del hospital. De como perdiste peso. Cuando aprendimos las diferencias entre VIH y SIDA. Cuando supimos qué seroconversión es otra manera de decir que tu cuerpo ya ha dado el pistoletazo de salida. De cuando el tiempo que nos quedaba juntos lo marcaba el recuento de una letra del abecedario.
Acostado, en el suelo vencido por el peso de tantos recuerdos, te veo en el salón. De espaldas. Sentado en el horrible sofá que habías traído. Y suena el abrirse de una lata de esa cerveza de esas que solo te gustaban a ti. Y te confieso que el fondo me gusta. No queda del todo mal el color. Que jamás habría pensado que el espejo haría más grande el pasillo. Que me encanta. Y que aún pongo las canciones que solíamos bailar en la vieja gramola. Y aunque sean de plástico, adoro las flores que me trajiste como a mi vida.
El otro día el médico que dijo que había empezado en mi cuerpo la seroconversión. Me preguntó si sabía lo que significaba. “Que estoy jodido” le respondí. Pero al menos tengo las flores, el espejo, la gramola y el sofá. Y que todo eso lo trajiste tú a mi vida. Y por eso mereció la pena.
Yo mismo