Hoy en día el sindicalismo está bastante mal visto, pero lo cierto es que, con sus fallos y aciertos, los sindicatos siguen siendo los únicos que defienden de verdad a los trabajadores. Son quienes plantan cara cuando hay abusos, negocian condiciones más justas y están ahí cuando una empresa despide o precariza. Sin subvenciones, solo podrían mantenerse los sindicatos con más recursos, dejando sin representación a muchos. Además, su trabajo no solo beneficia a sus afiliados: gracias a ellos existen derechos como el salario mínimo, la jornada de 8 horas o las vacaciones. Financiarlos es garantizar que haya alguien que, guste más o menos, esté del lado de la gente que trabaja.