#7 Tradicionalmente se ha atribuido a Tirso de Molina, pero sin ninguna base real.
El único fundamento para atribuírselo es una edición facticia que no contiene una sola palabra de verdad en toda la portada, donde se afirma que es un volumen impreso en Barcelona, por Jerónimo Margarit, y en 1630, cuando la realidad es bien distinta tal como demostró Don W. Cruyckshank: lo imprimieron Lyra y Sande en Sevilla en 1629.
Los pies de imprenta falsos con indicaciones de ciudades de la Corona de Aragón son especialmente abundantes entre 1626 y 1635, ya que en ese período estaba prohibido imprimir teatro en la Corona de Castilla.
Por si fuera poco, Tirso de Molina jamás incluyó El Burlador de Sevilla entre las "Partes" de comedias que se ocupó de publicar.
Además, los impresores o libreros estaban para ganar dinero, y no tenían el menor problema en cambiar un par de hojas de stock sin vender de temporadas anteriores poniendo el nombre del dramaturgo que estuviera de moda. Como Lope de Vega estuvo mucho tiempo muy de moda, hay cientos de obras que no son suyas pero que circulan con su nombre.
#5 #6 Poco sueño, mucha cafeína, y un estupendo gato para mantener la cordura. También tengo una memoria aceptablemente buena, dicho sea de paso.
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#10 El teatro es la excepción.
La circulación de una obra en los primeros cinco años (por término medio) es en forma de representación, y ahí lo que hay son los manuscritos de que dispone la compañía, que son parciales salvo el del director y el del apuntador. A partir de esos dos se sacaban tres o cuatro copias parciales, en concreto de los textos para el primer actor (que a veces era el director), la primera actriz, el segundo actor, y la segunda actriz. Los actores secundarios habitualmente eran iletrados y aprendían los textos de oído.
Cuando una compañía le sacaba todo el rendimiento que podía a una comedia, luego la vendía a otra compañía o a un impresor/librero. Si se vendía a una compañía, ese segundo grupo adaptaría los textos al personal de que disponía, habitualmente suprimiendo personajes si estaban cortos de personal, o haciendo arreglos en función de las capacidades de sus actores.
Cuando el texto llega a manos de un impresor, con suerte sólo habría pasado por las manos de una compañía, pero lo más probable es que hubiera pasado por dos o tres, con las deturpaciones que ello supone.
Luego está la cuestión de la enorme cantidad de ediciones sueltas que podían llegar a circular, sin el menor control. Una suelta se hacía de forma bastante rápida, y se despachaba con la misma presteza. El control censor en esta clase de literatura volandera ni estaba ni se le esperaba, eran impresiones hechas de manera rápida y sin licencia.
Por si fuera poco, la cantidad de teatro impreso con pies de imprenta falsos entre 1625 y 1634 es espectacular debido a la prohibición. Si uno ve cualquier texto teatral impreso entre 1625 y 1634, el pie de imprenta es falso con casi total seguridad.