#45 aprenderse las fechas de memoria es el camino fácil, lo difícil es tener un conocimiento amplio de la historia que te permita deducir la fecha, aunque sea con un margen de 10 años.
La memoria es una herramienta útil, jamás un fin.
#45 aprenderse las fechas de memoria es el camino fácil, lo difícil es tener un conocimiento amplio de la historia que te permita deducir la fecha, aunque sea con un margen de 10 años.
La memoria es una herramienta útil, jamás un fin.
#56 inducción y deducción, no se trata de lo uno o de lo otro, sino de ambos.
#45 saber qué tal o cual cosa sucedió el 7 de febrero de 1765 es una soberana estupidez. Por estudiar, podríamos estudiar hasta la hora en concreto.
Hechos recientes la fecha es importante, o acontecimientos muy muy señalados. El resto se puede estudiar simplemente poniendo década o incluso siglo que sucedió.
#75 Discrepo. No deja de ser curioso que mientras se nos vende que la memoria no sirve para nada, las élites siguen enviando a sus hijos a colegios donde sí usan la memoria. Recuerdo a Boris Johnson, recitando la Ilíada en GRIEGO ANTIGUO de memoria. Aquí lo tenéis. Preguntaros por qué.
#76 es un planteamiento erróneo, Boris Johnson estudió filología clásica durante cuatro años, no es conocimiento general, es como si a alguien con carrera de medicina te habla de anatomía a su nivel de estudios.
https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/oct/06/boris-johnson-classics-prime-minister-latin-greek
#76 Yo no me lo pregunto. No está ahí ni por aprender griego ni por nada más que aprendiera en ese colegio elitista. Está donde está por las relaciones y contactos que obtuvo. Así de simple.
#128 A ver, obviamente. Pero si las élites siguen educando a sus hijos en esas cosas, será porque algún provecho le ven, ¿no?
#134 Si, claro, que se hacen amigos de los hijos del resto de elites. No hace falta más explicaciones.
#75 eso te valdrá a ti.
#45 yo te cuento lo que yo he visto y a mí me han enseñado: puedes poner bien todas las fechas pero si no explicas los procesos no sacas nota en un examen de historia en la universidad...
#115 hombre, sí; por supuesto. Yo solo digo que creo que se puede hacer las dos cosas.
#4 Spam por qué? No se supone que esta sección es para subir los artículos que uno considere? No entiendo, la verdad...Si me salto alguna regla, dime cuál es, porque llevo nada y menos en Menéame. Un saludo.
No les voy a engañar: me gustaría haber vivido la adultez en otra época. Reconozco los peligros de centrar los pensamientos en el pasado, mas no puedo escapar de las fuerzas que me inclinan a ello. Con mis años tendría que estar mirando al futuro, a lo que está por venir, pues dicen que el mañana es el espacio a ser conquistado por los jóvenes. Cada vez que lo intento se me enfrían rápido los propósitos.Soy nostálgico y no me duele reconocerlo. Querría haber vivido en una sociedad animada por la creencia de un futuro mejor; alentada por quien cree que existen convicciones fuertes. Sé reconocer los males de otros tiempos: peor calidad de vida, jornadas duras, libertades reducidas, etc. Sin embargo, tenían algo de lo que hoy carecemos: verdades inmutables; certezas absolutas. Nuestra patria es hoy la incertidumbre y nuestra religión la desconfianza. La subjetividad se impuso al hecho y a nadie parece importarle.Los jóvenes, derrotados por un enemigo al que no acabamos de reconocer, optamos por replegarnos al castillo de la individualidad; desconfiamos de una sociedad que nos es ajena al no ver en ella un asidero que nos sirva de alivio. Nadie nos había enseñado la importancia de grandes valores como la religión y la familia y, en consecuencia, dedicamos nuestros esfuerzos a perseguir la quimera del triunfo económico o el de la validación social.Las carencias anteriores hacen que la depresión campe a sus anchas avivando, más si cabe, a nuestros propios fantasmas que tan solo pueden ser exorcizados a golpe de benzodiacepinas. Es este un mundo extraño subyugado por falsos dogmas y un consumo digital inagotable. Esperanza Ruiz diría que subsistimos con whiskas, satisfyer y lexatin.Si algún lector de más edad encuentra estás palabras ofensivas, les pido paciencia; no hay nada frívolo en lo que acabo de explicar. Les ruego que piensen en nosotros como individuos llenos de ilusiones insatisfechas y objetivos incumplidos. Nosotros, como Santiago, aunque todavía no nos ha llegado la vejez, vamos en un barco a la deriva; en todo caso él tenía un pescado que obtener, nosotros no. Carecemos de esa fuerza catalizadora que ha movido al ser humano durante generaciones. Más que mofa, espero del lector preocupación y comprensión.Sepan que mi nostalgia no se ha tornado en melancolía — al menos, de momento — . Aunque en mi vida adulta únicamente he conocido crisis y cada vez encuentro más fatigoso recordar tiempos mejores, sé que necesitamos orientarnos hacia el futuro. De Nietzsche he aprendido a rechazar el nihilismo, que algunos defendieron, y apostar por la vida. Los jóvenes queremos — necesitamos — aferrarnos al impulso civilizatorio que otros han conocido.Para ello necesitamos recuperar esas verdades inconmovibles que tanto reconfortaron; debemos rechazar a los falsos profetas que hacen glorias de la mentira y la manipulación. Habrá unos cuantos dispuestos a dar batalla, pues no son pocos los que confían en que estas certezas están ya caducas.Ante esta postura, la sociedad debe unirse para para evitar que la melancolía emerja y se enquiste. Los herederos de la España del mañana serán los testadores del futuro y, ante los desafíos que vendrán, no nos podemos permitir una quiebra generacional como la que está teniendo lugar.Mi blog:El mundo que hemos perdidoLink al artículo
Los que trabajen con chicos jóvenes verán actitudes curiosas. Yo veo que los chavales de la ESO están muy ideologizados a edades tempranas. Cuando yo rondaba sus años, me dedicaba a estudiar, jugar y las chicas. En alguna ocasión hemos hecho debates sobre feminismo y muchos chicos mostraban animadversión, pero por la matraca a la que se les somete constantemente.
Ven en el profesor un agente adoctrinador y eso un chico joven no lo soporta. No se puede estar día sí, y día también, diciéndole a un chaval que ojo con tus actitudes, ojo con tu comportamiento; mas cuando ve como chicas reproducen ese mismo tipo de actitudes indeseables, pero no recibe ningún tipo de reprimenda social. Además, creo que decirle desde tan pequeños a las chicas que han vivido oprimidas (chicas de 15 años que lo han tenido todo, no sus abuelas que pasaron las de San Quintín tras la guerra) es hacerles un gran mal.
Todos conocemos casos de mujeres que reproducen comportamientos deleznables, pero en la televisión ve como los "malos" son siempre los demás. Un amigo mío, presionado hasta el hartazgo para casarse. Si eso lo hiciera un hombre sobre una mujer sería coacción, sin embargo, en el grupo de amigos no deja de ser una chanza más.
Al mismo tiempo, muchas políticas que, en apariencia, tienen buenas intenciones, van a generar el efecto contrario. Una cuota, por ejemplo: la mujer que la obtenga va a tener hasta el fin de los días el sambenito de haber recibido algo gratis, o muy fácil. Con eso no se fomenta la imagen de mujer combativa y luchadora.
Igual estoy equivocado, pero me asaltan las dudas...
#1 Buenas, Dick. Me ha gustado, aunque me imagino que en el momento de su publicación polarizaría un poco, pues no corren buenos tiempos para llamar a la calma en un contexto de tanta agitación política. Lo digo por este fragmentito: "[...] desde un individuo que se piensa como unidad distributiva, es desde donde las posiciones maniqueas toman plataforma, haciéndonos incapaces de entender como lo que consideramos moral, ética o políticamente reprobable también determina, y en muchas ocasiones es pieza fundamental y necesaria, para aquello que nos gusta y de lo que estamos orgullosos [...]" Y sí, el individuo se encuentra sometido más que nunca a enormes tensiones que modifican su carácter. Ha pasado siempre, el típico ejemplo que les tengo dicho a mis alumnos del insti: Si vivierais en la Alemania de 1933, ¿seríais nacionalsocialistas? Todos dicen que no, claro . Hay que ser conscientes de que nos formamos en nuestra relación con los demás; eso que llamas totalidad atributiva. En realidad, nadie escapa de ello (yo tampoco, tengo mis sesgos). Quiero creer que, aún con todo, se puede moderar. Sin embargo, y como he dicho, no son buenos tiempos para ello y algo me dice que tampoco lo serán en el futuro. Un saludo.
#2 Bueno, la verdad es que como tampoco lee mucha gente los rollos que por aquí dejo, pues hubo menos polémica de la que se esperaba. Tampoco tengo muy claro si soy capaz de hacerme explicar, así que lo mismo por ahí también vino la poca polémica que tuvo el asunto (y sí, disparaba contra mucho de lo que por aquí en Menéame se ve) ... también lo escribí antes de que se iniciase la guerra, creo...
Cuando leí esta frase de tu artículo y algunas otras no pude evitar pensar en la conexión con mi artículo que te enlazaba:
"El inquisidor moderno opera hoy en aquellos que se creen señores de sus actos y dueños de su destino, pero no son más que meros esclavos embelesados por una falsa ilusión de libertad."
Y es que esto de entenderse como una relación distributiva es toda una filosofía contemporánea...
Disculpad la presentación. Tenía foto incluida, pero no sé por qué, Menéame no me deja editar el texto. Me da error.
En otras ocasiones ya hemos discutido sobre la juventud y sus circunstancias. Sabemos que se están enfrentando a problemas estructurales de difícil solución mientras se preparan para los desafíos de un futuro siempre incierto. Al paro, la precariedad, precios en alza, dificultad para entrar al mercado laboral, escasa capacidad de promoción social y otros tantos más, se le unen otros como la digitalización, que promete mucho, pero incapaz de ofrecer un horizonte de garantías nítido. Sus supuestas virtudes están todavía por ver.Cabría pensar que las generaciones más jóvenes están condenadas a un porvenir aciago y a un papel de observadores de la historia. Una nueva generación perdida, que diría Gertrude Stein. Hay, no obstante, razones que nos invitan a pensar lo contrario. Se ha discutido en algunos medios la posibilidad de revueltas y pequeñas revoluciones a raíz de los estragos causados por la pandemia. Todos somos conscientes de la debacle económica surgida en torno a ella, pero ¿y si les dijera que estas teóricas muestras revolucionarias responderían, no tanto a las consecuencias económicas, sino a un conflicto entre élites y grupos aspirantes a serlo?, ¿y si esta juventud a la que en ocasiones se le acusa de hedonista, nihilista y falta de modales, protagonizase una nueva oleada revolucionaria, o al menos, una revuelta contundente?En el año 1991 se publicó Revolution and rebellion in the early modern world: population change and State breakdown in England, France, Turkey and China, 1600–1850, de Jack Goldstone. En este trabajo desarrolló el modelo Structural-demographic theory (SDT en sus siglas en inglés). Con él, buscaba explicar cómo se producen las revoluciones a partir de un esquema matemático. Según Goldstone, se podía estudiar y, en cierto modo, prever el surgimiento de una revolución atendiendo a tres variables: 1) crisis estatal, 2) pobreza de la población y capacidad de movilización y 3) competición entre las élites de un Estado.La primera variable mide la debilidad del Estado y su relación con la deuda pública y la confianza en las instituciones de la ciudadanía. La segunda estudia el nivel de estrés o presión que soporta la población general. La tercera y, quizás, la más importante, analiza cómo responden los grupos privilegiados en un contexto de pobreza frecuente y crisis estatal. En este pequeño escrito elucubraremos sobre la posibilidad de una posible revolución en España sobre las bases de las variables propuestas por Goldstone. Veamos someramente la situación actual.Crisis estatalComo ustedes bien saben, España no se encuentra en un buen momento. La deuda pública ha alcanzado niveles estratosféricos, un 120 % del PIB. La crisis sostenida y generalizada ha provocado, al mismo tiempo, que la confianza de los españoles en las instituciones se haya resentido a niveles poco antes vistos. El Estado español se encuentra en fuertes dificultades económicas que le ha llevado a tener que incrementar los impuestos recaudados para financiar los gastos generados durante estos dos años. De momento, las desgracias se mantienen a raya gracias a que el BCE no ha subido los tipos de interés; no obstante, en EE.UU sí que se han acordado incrementos. Ya saben ustedes, cuando las barbas de tu vecino veas cortar… Si esto ocurre, agárrense los machos.Pobreza y capacidad de movilización socialCreo que aquí, poco les puedo aportar que ustedes no sepan ya. La tasa de paro en España lleva siendo escandalosa desde hace 40 años, con una tasa media del 15 %. Este año, nuestro país vuelve a situarse a la cola de la OCDE en recuperación económica. La pobreza continúa avanzando en un país que cada vez presenta más desigualdades. Un desastre. Al menos, podemos lucir el discutible logro de estar entre los primeros en algo, supongo.Como respuesta a estos problemas, hemos asistido a las primeras movilizaciones contra la coyuntura actual: la huelga de transportistas es un buen ejemplo de ello. Si bien parece que las protestas se han apaciguado, no se puede descartar que nuevos sectores se contagien de este tipo de iniciativas en el futuro.Competición entre élitesDe todas las variables, esta es la más importante; la contribución original de Goldstone. Sociedades con problemas fiscales y pobreza extrema han existido en otros tiempos, pero no han llegado a desarrollar proyecto revolucionario alguno. Goldstone creía con firmeza que la causa primera de las revoluciones se encontraba en la lucha por el poder que surgía entre los grupos dominantes tradicionales y nuevas clases o sectores, ansiosos por obtener su pedacito del pastel. En España, se podrían estar creando las condiciones necesarias que posibiliten movimientos de este tipo. ¿La causa? El sistema universitario español.Espero que sepan perdonarme mi osadía por las palabras que van a leer; les pido, no obstante, un poco de comprensión pese a su incomodidad: la universidad ha sido, desde su concepción, un lugar de exclusividad. El objetivo de esta institución siempre ha sido el de formar cuadros para nutrir los grupos dominantes de cada momento, especialmente, la burocracia estatal. En consecuencia, su acceso se ajustaba a las necesidades propias del Estado . Al menos, así había sido hasta tiempos más bien recientes. La democracia derribó las puertas de la universidad y buena parte de los hijos de antiguos obreros adquirieron sus licenciaturas. Fueron años de ilusión y de progreso social.El problema radica en que la universidad no ha parado de admitir matriculados y expedir nuevos títulos. En España, por desgracia, el número de titulados se incrementa a un ritmo superior a la capacidad del sistema para crear nuevos puestos de poder. Somos un país de tapas, cañas y PYMES. En esta tesitura, el funcionariado no es capaz de soportar la entrada de más aspirantes y los grandes puestos directivos brillan por su escasez. Es decir, no hay buenos trabajos para todos. Oferta y demanda, que dicen los economistas.En este contexto, la juventud actual ha sido una de las principales perjudicadas al haber estudiado y no haber recibido las recompensas que se suponía que debían haber obtenido. Tras obtener sus títulos, se han encontrado con un mercado ya saturado. Todo esto, además, en una coyuntura dominada por la pobreza generalizada y la escasa solvencia estatal.Lo paradójico se encuentra en que ha sido la propia élite tradicional la que ha gestado a su futuro enemigo. Los políticos han incentivado, con su demagogia, su nulo sentido de estado y su cortoplacismo sonrojante, la entrada masiva de estudiantes a la universidad, creando, en el proceso, una facción o subtipo de élite; uno, además, especialmente numeroso. Hablamos de estos jóvenes precarizados que, aunque pobres, están bien formados. Jóvenes dispuestos a luchar para conseguir las ilusiones propuestas y no alcanzadas. La chispa revolucionaria se produciría, según el modelo de Goldstone, como resultado de la lucha de estos jóvenes por las cotas de poder. Nuevas élites — intelectuales — compitiendo contra otras ya establecidas. La batalla acabará generando desafecciones propias de esta dialéctica de clase, que llevarán a la desconfianza en el sistema político dominante — incapaz de ofrecer una solución que satisfaga a ambos grupos— y, en última instancia, a la revolución.Por supuesto, lo expresado aquí es pura especulación. Hay sólidos argumentos que invalidan lo expuesto hasta ahora. La gran oferta de contenido digital, las redes sociales y otra serie de productos podrían actuar de muro de contención ante este tipo de respuestas. El mundo de Internet ofrece una fuente inagotable de narcóticos a precio de saldo. Con todo, no quiero atosigarles más de lo necesario. Dejaremos estos debates para otros momentos.Enlace a mi blog y link al artículo:Blog: El mundo que hemos perdidoLink artículo
#11 Claro, trabajo claro que efectúan. Lo que dices del gasto de tu familiar, pues es cierto que algunos se endeudan. Recuerda el Lazarillo de Tormes y el escudero; que vivía al límite, pero tenía que aparentar. De todas formas, no sé si tu primo se podría incluir en eso que he definido como clase ociosa. Es decir, seguro que vive bien, pero imagino que, pese a su trabajo, no creo que tenga la influencia que pueden tener otras figuras públicas. Un saludete.
#5 Hola, perdona por no contestarte. Llevo poco en Menéame y no me avisan de los comentarios. Como puse a otro comentario, con élite ociosa me refiero a las Anas Botín, los Buenafuentes, los Bob Pop o las Pardo de Vera. Élite que le dice al pueblo que han sufrido mucho muchísimo por diferentes motivos (cada uno usará el suyo: feminismo, ecologismo, etc). Eso me parece obsceno. Yo soy de derechas, pero vengo del marxismo en mi juventud, y el concepto de clase social lo tengo más o menos bien interiorizado. Los ejemplos que he mencionado son pura élite, y hacerse pasar por pobres, víctimas o desarrapados, me parece mearse en la cara de muchas personas que realmente lo están pasando mal: parados, gente con sueldos bajísimos, etc.
Un saludo.
#10 pero eso no es elite ociosa, todos esos trabajan, ya solo salir en la tele debe desgastar aunque sea un oficio que te guste. Tengo un primo ejecutivo de una TV autonómica. Gana una pasta y le gusta su trabajo, que en cierta forma también consiste en lavar cerebros, yo diría que es elite de la que trabaja, pero el pobre hombre pasa penurias, y siempre esta llorando porque sus gastos van a la par que sus ganancias, demasiadas veces las superan. Ya sabe usted: la pequeña mansión, la pequeña piscina, el pequeño cochazo, todo el estatus que ha de mantener a base de euros para "encajar" y no convertirse en un paria entre la gente de su burbuja. Como pasa penurias lanza homilias desde su cosmovisión del mundo burbujil. Nunca he creído que esa creencia en su cosmovisión y ese sufrimiento sean impostados. Como dijo Lerberghe "No rías nunca de las lágrimas de un niño. Todos los dolores son iguales".
#8 A mí es que personajes como la Kim y Dan, pues bueno; no me molestan. En lo que he escrito me refiero a gente como Ana Botín, que lo ha tenido todo, pero usa el feminismo como arma para evadir posibles críticas. Es esta élite que quiere estar al plato y a las tajadas, en misa y repicando. Es decir, quieren ser acaudalados, pero, al mismo tiempo, tener lo "bueno" de las clases populares: la compasión. Recuerdo un programa en el que salía Bob Pop y Buenafuente hablando de los pobres (incluyéndose); es obsceno. No me molesta la riqueza, pero no me des la chapa ni pretendas venderme que eres un pobre diablo.
Me vale también un Leonardo DiCaprio que te hace un documental sobre la Tierra y los problemas de la contaminación mientras el consume y contamina en un mes lo que yo en varias vidas. No puedes (o no debes) darle la turra a alguien diciéndole que tiene que cambiar sus hábitos mientras los tuyos permanecerán inalterables porque tienes el colchón del dinero. Y lo digo viniendo de gente muy humilde; mi madre limpiaba casas y mi padre es autónomo (sin empleados). El nivel de vida de muchos jóvenes se va al traste mientras estos tipos copan las televisiones y los medios con sus monsergas.
Un saludo.
Me imagino que ustedes estarán tan cansados como yo. Dos años han pasado desde que se declarara la emergencia global por el virus. Nos han atiborrado de noticieros, estadísticas, muertes y especiales de La Sexta Noche. Han transcurrido los meses y, a pesar de toda la información recibida, todavía desconocemos mucho sobre sus efectos. Sabemos bastante sobre el virus y sus consecuencias en el organismo y un poco sobre los problemas mentales derivados de las medidas tomadas durante la pandemia.Hay algo que, no obstante, ha pasado desapercibido. Durante meses, se ha organizado una campaña mediática sin precedentes para domar a la sociedad e inclinarla a aceptar las medidas impuestas. En todo Occidente. Tal bombardeo propagandístico ha derivado en una nueva epidemia: la del miedo. Este se ha convertido en compañera de buena parte de la sociedad española.El miedo puede, con el tiempo, convertirse en angustia. Aunque ambas son, por expresarlo de alguna forma, hermanas, presentan diferencias apreciables. El historiador Jean Delumeau define estas emociones en su obra El miedo en Occidente:«El primero lleva a lo conocido, la segunda, hacia lo desconocido. El miedo tiene un objeto determinado al que se puede hacer frente. La angustia no lo tiene, y se la vive como una espera dolorosa ante un peligro tanto más temible cuando no está claramente identificado: es un sentimiento global de inseguridad.»El miedo tiene un profundo sentido biológico. Actúa como nuestra alarma natural, nos protege y previene de los peligros del mundo exterior. El miedo es nuestra aliada al permitirnos identificar con claridad aquello que nos es pernicioso. Es inocuo cuando responde a un hecho concreto en un momento específico. La angustia, al contrario, referencia la indefinición, lo inconmensurable. Nos lleva a la indefensión, a la desorientación y a la inadaptación al carecer de la objetividad de su hermano.[...]Puedes seguir leyendo el artículo en:El mundo que hemos perdido
Juan Antonio Llorente realizó, en su Historia Crítica de la Inquisición de España, un análisis crítico — y duro — sobre la inquisición española. No lo tuvo muy difícil, a decir verdad, pues los vientos del cambio ya habían soplado en buena parte de Europa. No obstante, fluye por buena parte de la intelectualidad contemporánea un sentir que atribuye a la inquisición el origen de nuestros males actuales; Arturo Pérez Reverte es un buen ejemplo. Lo cierto es que el Santo Oficio tuvo ya una presencia meramente anecdótica en el siglo XVIII; solo un auto general público de fe fue celebrado en esta centuria, en 1720.Aunque resulte paradójico, la fuerza del aparato inquisitorial goza hoy de mejor salud que entonces. Es cierto que los tiempos han mudado y se han transformado las viejas formas, pero su espíritu conserva aún más músculo que antes. Este cambio ha sido posible porque el viejo clérigo inquisitorial también ha sufrido cambios y, como sus métodos, se ha tornado en algo nuevo. Ha desechado los burdos procedimientos; el estrafalario auto de fe se ha sustituido por algo más sibilino, imperceptible. El inquisidor moderno opera hoy en aquellos que se creen señores de sus actos y dueños de su destino, pero no son más que meros esclavos embelesados por una falsa ilusión de libertad.Sigmund Freud ya había advertido, en su precoz intelecto, sobre este fenómeno. En su libro, El malestar de la cultura, habla sobre la distinción entre el yo, el ello y el super-yo. Este último representaría a las normas y conductas socialmente aprendidas. El inquisidor moderno reside en este super-yo; es esa pequeña voz que nos reprende y nos dice qué podemos y qué no podemos hacer. Aquello que antes era sibilino se manifiesta, ahora, como una verdad elocuente: el mayor de los censores, no es aquel que aplica la coerción externa, sino el que habita en nosotros mismos; el que rige nuestra propia conciencia.Aun sabiendo lo dicho, hemos de reconocer que existen diferencias entre nuestro tiempo y el del señor Freud. La principal de ellas es la hiperconectividad social existente gracias a la creación y difusión del fenómeno de las redes sociales. En la Austria del XIX, uno siempre podía refugiarse y esconderse de la opinión pública cuando las cosas se torcían; hoy ese capricho se antoja ya demasiado, pues nuestros enemigos pueden acudir a nuestras redes a hostigarnos y evitar que tomemos cuartel. Por tanto, la línea que separa lo privado de lo público se diluye ahora más que nunca.Las redes sociales generan un proceso curioso. Georg Simmel hablaba del secreto como una de las grandes conquistas de la sociedad, una que permitía que surgiera un segundo mundo frente al mundo patente. Consideraba al secreto como un instrumento de poder, pues al traicionarlo podemos producir muchas mudanzas, sorpresas, alegrías y destrucciones. Estas pulsiones nos impelen a revelar secretos porque, en su epifanía, se manifiestan sentimientos de poder, como un proceso biológico similar al consumo de azúcar en el que se libera la serotonina que tanta satisfacción nos causa. De este modo, las redes sociales actúan como espacios de revelación de secretos —de los demás, se entiende—; auténticas ferias de serotonina para gozo personal.Aquí, el inquisidor moderno se ve obligado a actuar casi por propia necesidad. Cuando entramos en las redes, nuestra conciencia —como miembro del Santo Oficio— activa nuestras alarmas internas, pues el miedo a que los demás descubran nuestras vergüenzas nos incita a extremar las precauciones sobre lo que decimos. Es decir, nos censuramos por miedo al señalamiento colectivo que la red de secretos y evidencias que son las redes sociales instigan a revelar. No es necesario ningún ente externo, nosotros mismos nos ponemos nuestros propios grilletes. Cabe preguntarse, por tanto, si acaso somos más libres que esos que vivían bajo el yugo de la inquisición que con tanto ahínco criticaba Llorente.Hace apenas unos días se vivía una campaña en Twitter de cancelaciones de algunos usuarios por las cuestiones más baladíes. Son muchos los que ya se abren cuentas anónimas por temor a las represalias. El propio inquisidor moderno nos recomienda hacerlo así, para protegernos de nuestra propia imprudencia.Si bien puede entenderse que el inquisidor moderno actúa, aún con toda su dureza, en nuestro favor, lo cierto es que origina en nosotros una fuerte presión. El super-yo que hemos mencionado anteriormente tiende a impulsar el sentimiento de culpa: podemos engañar a los demás, pero no a nuestra propia conciencia, que sabe en todo momento si obramos según lo adecuado o no. La alerta constante a la que nos sometemos para evitar exponer nuestras debilidades incrementa, además, nuestro pesar, pues mantener nuestra integridad gasta no pocas energías.Desconozco que ocurrirá con el tiempo. Elon Musk, que compró la red social Twitter por 44.000 millones de dólares hace apenas unos días, ha manifestado en reiteradas ocasiones su compromiso con la libertad de expresión. Con todo, me mantengo escéptico; dudo que un solo hombre pueda modificar la realidad y procesos nuevos que ha traído la tecnología a nuestras vidas. Como siempre ocurre, el tiempo dirá. Mi Blog y link al artículo:El mundo que hemos perdido
#6 Exacto, a este tipo de élite me refiero.
El economista Thorstein Veblen publicó en el año 1899 una de sus obras más famosas, su Teoría de la clase ociosa. En ella se dedica a categorizar a un tipo concreto de élite; una fatua, vacía y hedonista. La palabra esnob — si me disculpan el anglicismo — se ajusta con relativa precisión al tipo de persona que describe Veblen en su libro.Estos individuos se caracterizarían por su holgada posición económica, sus costumbres refinadas, el ejercicio de actividades no manuales, la disponibilidad de tiempo de ocio como elemento distintivo y su buena formación académica. En todos estos atributos el denominador común es el dinero.Como clase con posibles, dedican gran parte de su fortuna a hacer ostentación de su grupo superior. Gastan más allá de lo razonable traspasando, incluso, la frontera de lo esperable en individuos hambrientos de reconocimiento. Derrochan en fiestas, regalos y diversiones ridículas y estrafalarias. Por supuesto, estas actitudes tienen un objetivo claro; mostrar a los demás su estatus y su posición de poder.Personalmente, este modelo de élite no me aflige en exceso. Aunque encuentro poco gratificante esa banalidad exteriorizada que lleva por carta de presentación lo superfluo y hace de lo vacuo doctrina de virtud, lo cierto es que, ante este panorama, me basta con mirar hacia otro lado y seguir con mi vida.Sin embargo, en los últimos años hemos asistido a una transformación. Las élites, por supuesto, continúan existiendo y siguen ocupando espacios de poder; controlan los medios de comunicación, las grandes empresas nacionales e internacionales y las altas esferas de la política. Algunos son, incluso, los de siempre — herencias y apellidos mediante — . El cambio se ha producido por medio de la reconfiguración de algunos de sus atributos clásicos, adaptándolos a los tiempos presentes.Ya no se muestran tan interesados en hacer ostentación de sus riquezas — aunque tengan — ni organizan ridículos espectáculos: se dedican a exhibir su pulcritud moral. Antes, mostrar ante los demás esos despilfarros crematísticos era suficiente para satisfacer el objetivo buscado, el mencionado reconocimiento de clase. Los tiempos cambian y, ahora, lo que ofrece esa dosis de dopamina y narcisismo se encuentra en los me gusta de Instagram y los retuits de Twitter. Lo fascinante es que ni siquiera necesitan salir de casa para exponer su alta moralidad. Basta un teléfono móvil o un ordenador — iPhone, por supuesto — . Los significados implícitos en los bailes y fiestas fastuosos han sido sustituidos por las charlas sobre feminismo, animalismo y otros muchos e incontables «ismos».Habrá algunos de ustedes que puedan pensar, ¿por qué esta actitud es típica de una élite ociosa? Porque dedicarse a las homilías morales requieren de buenos medios económicos. Sus necesidades básicas se encuentran ya bien satisfechas y, por tanto, sus pensamientos pueden permitirse el lujo de inclinarse hacia otros horizontes. El que tiene la cartera estrecha, el que tiene las fuerzas agotadas por los trabajos mal retribuidos, no puede permitirse el lujo de destinar fatigas, recursos o tiempo a luchar por quimeras trasnochadas llamadas micromachismos, violencia obstetricia, interseccionalidad o ecologismo espiritual —este último concepto existe, se lo prometo— . El que no tiene está demasiado ocupado en sobrevivir y poner un plato sobre la mesa como para divagar sobre esos asuntos.Y, de nuevo, este tipo de manifestaciones tampoco me alteran los ánimos. Al menos, si se limitaran a hacer gala de su petulancia y presuntuosidad únicamente para satisfacer sus egos. El problema es que, alimentados de vanidad, empujan a los demás a adoptar sus mismas creencias. Su pensamiento debe ser asumido por todos y cada uno de nosotros. Como penitentes debemos, además, corresponder con disculpas públicas cuando desde sus atalayas se nos señale alguna actitud poco edificante.Nuestro arrepentimiento les otorga, además, mayor prestigio y poder a esta nueva clase ociosa. Cada pecador redimido es un alma salvada de ser devorada por el fuego del «fascismo», y constituye, al mismo tiempo, una justificación explícita de su superioridad de clase. Recuerden, la capacidad para conceder perdones siempre ha estado restringida a un limitado grupo. Los emperadores lo hacían en el circo, los inquisidores en los autos de fe y, ahora, la nueva clase ociosa, lo hace en internet.Este acto ofrece, además, otro beneficio para la élite. Por medio de este exhibicionismo absolutorio — o condenatorio, según se tercie — exorcizan sus demonios internos, purgan sus pecados personales. Las tropelías cometidas, los excesos de fin de semana o los agravios para con los demás encuentran aquí su cura; llegar a casa y señalar la actitud poco moralizante de algún pobre diablo es suficiente para librarse de toda culpa.A veces es todavía más obsceno y, en un ejercicio carnavalesco, se disfrazan de aquellos grupos más desfavorecidos. Les debe resultar divertido y reconfortante. Este mimetismo les ofrece la posibilidad de adoptar el rol de víctima recibiendo infinitos halagos de su tribu y, en el proceso, patente de corso para señalar a los demás. Vamos, son víctimas y verdugos. Por supuesto, obtienen los mejores atributos de cada uno de estos grupos y siempre salen ganando.Individuos de esta calaña carecen, pese a sus artificios vagamente enmascarados, de convicciones de tipo alguno. No se piensen ustedes que sus convicciones son firmes, no; sus creencias obedecen al director de orquesta de cada momento. Sus valores se adaptan a los tiempos que marca la batuta. Antaño fueron liberales, ayer comunistas de salón, hoy europeístas y, ¿mañana?; solo Dios sabe en qué monstruo se convertirán.En España han prosperado algunos personajes de esta ralea: directoras de periódicos hijas de nobleza rural, presidentas de bancos internacionales discriminadas, políticas que viven en barrios exclusivos con maridos con sueldos de seis cifras… Bueno, ustedes saben.Les invito a que se guarden bien de estas personas. No buscan nuestro bienestar, no son nuestros amigos, no luchan por algo noble; tan solo procuran hacer ostentación de su estatus para alimentar su ego y, de paso, recordarles a ustedes quién manda aquí. Artículo completo
#3 ah, igual se entiende mal. Es el enlace al Wordpress. Ahí tengo más artículos, si solo llevo como 2 horas con la cuenta de menéame
#21 Lo cortés no quita lo valiente. En historia se aprenden procesos y se aprenden fechas, porque todo hecho histórico sucede en el tiempo y en el espacio. No hay que buscarle tres pies al gato... Y sí, saber fechas es mejor que no saberlas. En realidad, saber es mejor que no saber SIEMPRE. Y la deriva educativa actual va a crear una generación entera de gente sin conexión con su pasado e incapaz de hilvanar dos frases bien hechas. Es cierto que lleva tiempo ya (soy de la LOE), pero ahora vamos a ir a peor. La memoria es fundamental para aprender y poder establecer conexiones. De hecho, lo que no está en la memoria NO SE SABE. Y no, no todo está en Internet como dijo Castells...