La semana pasada le dije a una conocida: “Si me necesitas, silba”. Al ver extrañeza en su rostro, añadí: “Sabes cómo se hace, ¿verdad? Uno junta los labios y sopla”. Ante el aumento de su estupefacción, le aclaré que era de una película de Bogart y Bacall. Ignoraba de qué le hablaba. La conocida es joven, no demasiado, pero lo suficiente como para no haberse tragado clásicos, no solo por devoción, sino porque no había otra cosa en televisión. Bendita escasez. No sé si me habría aficionado al cine si hubiese escogido yo lo que veía y no los exquisitos programadores de TVE que poblaron mis noches de ciclos de Mankiewicz, Newman o Garbo. Como para no enamorarse de aquel arte.
Para rematarme, soltó un “ah, claro, no es de mi época”, como si fuese de la mía, como si fuese posible que yo la hubiese visto en 1944. Preferí escandalizarme para mí misma, zanjar la conversación y empezar a preocuparme por la edad que aparento.
La conocida en cuestión ve cine, muchísimo, pero solo novedades. No es la única, y también sucede con las series e incluso con la literatura. Hay lectores voraces que viven en la sección de últimos lanzamientos, pero ni les menciones El cuarteto de Alejandría, La colmena o Moby Dick.
Esta tendencia provoca un daño colateral; algún día mi conocida no será la única que no detecte una frase cinematográfica supuestamente inmortal, ese lenguaje aprendido vía reposiciones televisivas y basado en referencias que parecían universales. “Siempre nos quedará París”, “que venía yo a hablarle de Dostoievski”, “esta no es la copa de un carpintero” o “todo te lo puedo dar menos el amor, baby” no significarán nada, parecerán desvaríos.
Pensé en ello tras escuchar a un profesor lamentar que sus alumnos ya no entendían las referencias a Los Simpson. Pude entender su dolor. Tiene frente a sí a un grupo humano que no conoce a Orugrita ni a Tenacitas, ignora el simbolismo del señor Burns con el gorro de Jimbo y que nunca va a resumir esta columna con la imagen de un viejo que le grita a una nube. El día que Antena 3 decidió dejar de emitir en bucle la serie de Matt Groening condenó un idioma universal a la muerte. La tele generalista cumple una función unificadora del lenguaje; es una lástima que cada vez menos espectadores le presten atención. Algún día esa lengua que tanto nos facilita la conversación se perderá como lágrimas en la lluvia y al leer esto alguien dirá “¿cómo qué?”.
#9#56#58 En teoria si la Administracion 'te mata' las empresas privadas no se pueden enterar hasta que no les presentas el certificado de defuncion, por eso es raro que le quiten el acceso al banco. De hecho si la Seguridad Social se entera tarde de una muerte le pide al banco que le devuelva las pensiones pagadas al dufunto, ya que el banco es el responsable de dar ese dinero al titular.
Otra cosa, la Seguridad Social se entera que te has muerto poque se lo notifica Justicia, no un hospital.
#1 El codigo de barras no indica el pais donde se produce/fabrica, si no el de la empresa que lo distribuye. En los alimentos hay que mirar el origen, no el codigo de barras.
Nada de esto hubiese pasado si no hubiese participado el equipo de Israel.
Se dice que son grupos propalestinos, pero son grupos contra la participacion de Israel.
#46 La cesion de ciertos impuestos tambien fue una concesion a Cataluña, y una vez que los has cedido ya no puedes controlar lo que se hace con ellos, los catalanes querian subirlos y otras comunidades ha aprovechado para bajarlo.
¿Crees que cuando cedan todos los impuestos a las comunidades va a haber igualdad respecto a lo que se pague segun la comunidad donde se viva? #62 ¿Crees que esas mismas comunidades no van a bajar otros impuestos a sus ricos ciudadanos?
#8 Como el PP lo hizo mal, nosotros lo hacemos igual o peor. #33 Siempre y cuando esas cesiones sean de tu gusto, porque si se cede en algo con VOX, entonces es malo.
#3 Desde que la industria alimentaria empezo a decir que algo tiene sabor otra cosa. El sabor a fresa no sabe a fresa, pero te han hecho creer que es a eso a lo que sabe la fresa, y cuando pruebas una fresa de verdad, no te gusta. Y lo mismo con el limon. el sabor a limon no sabe a limon.
Igual que hay muca diferencia entre telefilms/series y peliculas para cine. Menos exteriores o practicamente ninguno, planos cortos, menor calidad de imagen, menos detalle.
Evidentemente, despues de darselo a Obama por decir algo sobre acabar con el centro de torturs de Guantanamo que aun esta ahi, se lo merece por decir que va a acabar con las guerras ayudando a los que provocan las guerras a acabar con el oponente.
Evidentemente, despues de darselo a Obama por decir algo sobre acabar con el centro de torturs de Guantanamo que aun esta ahi, se lo merece por decir que va a acabar con las guerras ayudando a los que provocan las guerras a acabar con el oponente.
La semana pasada le dije a una conocida: “Si me necesitas, silba”. Al ver extrañeza en su rostro, añadí: “Sabes cómo se hace, ¿verdad? Uno junta los labios y sopla”. Ante el aumento de su estupefacción, le aclaré que era de una película de Bogart y Bacall. Ignoraba de qué le hablaba. La conocida es joven, no demasiado, pero lo suficiente como para no haberse tragado clásicos, no solo por devoción, sino porque no había otra cosa en televisión. Bendita escasez. No sé si me habría aficionado al cine si hubiese escogido yo lo que veía y no los exquisitos programadores de TVE que poblaron mis noches de ciclos de Mankiewicz, Newman o Garbo. Como para no enamorarse de aquel arte.
Para rematarme, soltó un “ah, claro, no es de mi época”, como si fuese de la mía, como si fuese posible que yo la hubiese visto en 1944. Preferí escandalizarme para mí misma, zanjar la conversación y empezar a preocuparme por la edad que aparento.
La conocida en cuestión ve cine, muchísimo, pero solo novedades. No es la única, y también sucede con las series e incluso con la literatura. Hay lectores voraces que viven en la sección de últimos lanzamientos, pero ni les menciones El cuarteto de Alejandría, La colmena o Moby Dick.
Esta tendencia provoca un daño colateral; algún día mi conocida no será la única que no detecte una frase cinematográfica supuestamente inmortal, ese lenguaje aprendido vía reposiciones televisivas y basado en referencias que parecían universales. “Siempre nos quedará París”, “que venía yo a hablarle de Dostoievski”, “esta no es la copa de un carpintero” o “todo te lo puedo dar menos el amor, baby” no significarán nada, parecerán desvaríos.
Pensé en ello tras escuchar a un profesor lamentar que sus alumnos ya no entendían las referencias a Los Simpson. Pude entender su dolor. Tiene frente a sí a un grupo humano que no conoce a Orugrita ni a Tenacitas, ignora el simbolismo del señor Burns con el gorro de Jimbo y que nunca va a resumir esta columna con la imagen de un viejo que le grita a una nube. El día que Antena 3 decidió dejar de emitir en bucle la serie de Matt Groening condenó un idioma universal a la muerte. La tele generalista cumple una función unificadora del lenguaje; es una lástima que cada vez menos espectadores le presten atención. Algún día esa lengua que tanto nos facilita la conversación se perderá como lágrimas en la lluvia y al leer esto alguien dirá “¿cómo qué?”.