Los 90 musicalmente fueron buenos y malos. Malos, directamente, porque las multinacionales se cargaron (es decir, compraron) muchos sellos independientes. Fueron años donde las nuevas músicas tuvieron mucho movimiento en España y era fácil encontrar discos de Narada y de la Windham Hill, donde Arpafolk, Sonifolk y Resistencia presentaban unas ediciones muy cuidadas. Una década que nos trajo el The Visit de Loreena McKennitt, A Celtic Tale de los hermanos Dana, el Enchantment (bueno, este es de 1990); grandes discos de Alasdair Fraser, de Wolfstone, de Connie Dover; las últimas preciosidades de Narada: David Arkenstone, Kostia, David Lanz, Vas; ese magnífico Into de Labyrint de Dead Can Dance; Ramón Trecet dando la coña con Taliza McKenzie primero y las griegas después; Dulce Pontes, Rodrigo Leao y la Vox Ensemble; la invasión nórdica: Hedningarna, Garmarna, Värttinä; el auge de la música folk en España...
¡Ay, qué tiempos!