Los derechos no pueden ser confundidos con los deseos, tal y como está ocurriendo en las sociedades opulentas en la actualidad, donde la realidad objetiva se ha transformado en una suerte de fábrica de fantasía donde cada día se patenta un derecho nuevo: el derecho a ser feliz, el derecho a tener hijos –aunque sea comprándolos–, el derecho a cambiar de sexo, el derecho a ser rico, el derecho a tirarse desde un quinto piso.
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