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Una a oda al self-hosting

Una a oda al self-hosting

¿Puedes vivir sin Google y sus servicios? Es una pregunta que me hice hace tiempo. La respuesta es sí, es posible. Y, además, es algo tremendamente liberador.

El self-hosting, o en español autohospedaje, es la práctica de ejecutar y mantener sitios web, servicios y aplicaciones usando un servidor privado. También significa libertadprivacidad y una filosofía.

Esclavitud digital: la era de la suscripción

En los inicios de la computación personal, tú pagabas por una licencia —como el WordPerfect— y ese disquete era tuyo para toda la vida. Era un mundo digital mucho más libre.

Internet estaba floreciendo. Tim Berners-Lee lo creó con la idea de compartir conocimiento de forma desinteresada. Los blogs personales crecían como setas, ezines como Phrack divulgaban conocimientos de forma totalmente gratuita, Linus Torvalds creaba Linux en su cuarto, Ken Thompson y Dennis Ritchie asentaban la filosofía Unix, y Richard Stallman lideraba el movimiento del software libre.

Con la llegada de la web 2.0, todo cambió. La red se convirtió en el patio trasero de un puñado de actores que la fagocitaron y la prostituyeron. Llegó la era del monopolio y del modelo de suscripción.

A diferencia de tu vieja licencia de WordPerfect, la suscripción te da derecho a usar unos servicios de forma limitada, tanto en tiempo como en uso. La mayoría de proveedores los presentan en niveles o tiers, donde cuanto más pagas, más recibes.

La supuesta ventaja es la facilidad de uso, la ubicuidad y la seguridad. La realidad es una esclavitud digital donde, si dejas de pagar, perderás acceso a tus datos, junto con tu privacidad y autonomía.

Libertad digital

El movimiento del self-hosting, inspirado en la tradición hacker, nunca ha dejado de existir. Todo lo contrario: estamos en un momento donde es más fácil y más barato que nunca liberarnos de las cadenas de estos monopolios que están consumiendo algo que un día fue un vergel.

Las ventajas son obvias:

  • Tus datos son tuyos
  • Privacidad: nadie va a entrenar un LLM con tus datos, nadie tiene tus metadatos
  • Paga una vez, úsalo para siempre
  • Experimenta, aprende, mejora
  • Adiós al correo basura
  • Adiós a las suscripciones
  • Open Source

Como decía el tío Ben: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. En el mundo del self-hosting, eso significa que tú tienes que mantener tus servicios, hacer copias de seguridad, actualizar el sistema operativo y las aplicaciones que uses, etc. Por suerte, a día de hoy hay soluciones para todo, y prácticamente cualquier pregunta que tengas estará ya resuelta.

Breve guía práctica

Para empezar en el self-hosting necesitamos, ante todo, un servidor. Algunas ideas:

Opciones de hardware (precio aproximado, sin discos)

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Solución           Precio*   Consumo aproximado

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Ordenador viejo        0 €     40–80 W

Raspberry Pi 4 (4 GB)     70 €     3 W

Mini-PC Intel N100 (16 GB RAM) 180 €    6 W

NAS listo (Synology DS220)  350 €    10 W

VPS pequeño (cloud)      5–15 €/mes  —

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*Precios sin discos.

Hay gente que prefiere contratar un VPC (Virtual Private Cloud). Aunque ofrece escalabilidad y backups fáciles, dependes de un proveedor para el almacenamiento y el uptime: mismo modelo de suscripción.

En mi experiencia, la mejor opción en relación potencia-consumo-precio es un mini PC. En mi caso tengo uno con un procesador Intel N100 y 16 GB de RAM: perfecto para casi cualquier uso que queramos darle.

El sistema operativo

Aquí, de nuevo, hay muchas posibilidades. Desde plataformas de virtualización como Proxmox, sistemas operativos dirigidos al almacenamiento en red (NAS) como TrueNASUnRAID o OpenMediaVault, hasta opciones más clásicas como Debian.

En mi caso, mi servidor corre con Debian 12.

¿Qué servicios puedo hospedar?

Entramos en harina. La respuesta es: lo que quieras. Literalmente hay de todo y para todo uso.

Una forma sencilla de encontrar ideas es en este repositorio:

👉 github.com/awesome-selfhosted/awesome-selfhosted

En mi caso uso los siguientes (y algunos más):

  • Docker – Para desplegar los servicios. Se usa de forma declarativa, permitiendo guardar mi configuración en un control de versiones.
  • Immich – Una alternativa a Google Fotos. Me ahorra 5 €/mes frente a Google Photos.
  • Portainer – Permite manejar tus contenedores a través de una interfaz web.
  • Actual – Para saber dónde se me va el dinero.
  • Vaultwarden – Gestor de contraseñas compatible con cualquier cliente de Bitwarden.
  • FileBrowser – Para acceder a mis ficheros, una alternativa a Google Drive.
  • Jellyfin – Alternativa a Netflix.
  • AdGuard Home – Servicio de DNS que bloquea consultas y me permite acceder a mis servicios usando nombres en vez de IPs. Imprescindible.
  • Nginx – Reverse proxy. Más avanzado, necesario para usar certificados y, en combinación con el DNS, resolver al servicio concreto.
  • WireGuard – Mi servidor VPN, imprescindible para acceder a mis servicios cuando no estoy en casa.

¿Y las copias de seguridad?

Esto es algo imprescindible. Si tu casa se quema o un ladrón nerd entra a robar, no quieres perder tus datos. La recomendación es la regla 3-2-1:

  • 3 copias de tus datos
  • 2 soportes distintos
  • 1 copia fuera de casa

En mi caso tengo dos discos duros en el mismo servidor y los datos que me interesan se sincronizan cada noche usando Rclone. Una vez al mes o cada dos meses hago una copia en un disco duro externo.

Cómo seguir

Hay muchas guías y comunidades sobre cómo empezar en el mundo del self-hosting. Dejo algunos enlaces:

Reflexión final

La libertad tiene un coste, pero nadie dijo que el camino no fuera divertido. Aprende, investiga, prueba.

Esta es mi oda al self-hosting: un canto a la curiosidad, la autonomía y la libertad digital.

Libérate de tus cadenas digitales.

Happy hacking.

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El sistema funciona

La ciudad vieja de Berna, con sus soportales medievales y su reloj astronómico, parecía sacada de un cuento de hadas. Todo funcionaba con precisión suiza. Todo tenía su lugar. Todo, incluidas las personas.

Klaus Weber había trabajado treinta años en uno de los bancos privados más prestigiosos de Suiza. Cuando la investigación internacional reveló que su departamento había ayudado a clientes a evadir impuestos por millones de francos, Klaus fue uno de los nombres que aparecieron en los documentos filtrados.

Su bufete de abogados, uno de los mejores de Zúrich, montó una defensa impecable. "Cumplía órdenes", "Interpretación de normativas complejas", "Actuó de buena fe". El proceso duró tres años. Klaus siguió trabajando durante la investigación. Al final, una multa personal de 50.000 francos y ningún registro penal. El banco pagó 230 millones en un acuerdo confidencial. Klaus se jubiló anticipadamente con su pensión intacta.

Arjan Krasniqi, albanés naturalizado suizo, llevaba diez años trabajando como camarero en el casco antiguo. Mantenía a su madre enferma en Berna y enviaba dinero a su familia en Kosovo. Cuando el restaurante cerró temporalmente por renovaciones, trabajó dos meses sin declarar en otro local para no perder el alquiler.

La inspección laboral lo descubrió. Multa de 8.000 francos. Más de tres meses de su salario. Pero lo peor vino después: su permiso de residencia entró en revisión. "Violación de las normas laborales", decía el documento. Llevaba tres años en tribunales, gastando lo que no tenía en abogados que le cobraban por horas. Su madre había muerto mientras él esperaba la resolución. No pudo viajar al funeral; le habían retirado el pasaporte temporalmente.

En la Bundesplatz, frente al Palacio Federal, Arjan servía café a los turistas. A veces veía pasar a hombres en trajes caros, maletines de cuero, entrando y saliendo del parlamento.

Uno de ellos era el abogado de Klaus Weber. Otro era un político que había dado un discurso sobre "la importancia de que todos respeten las leyes sin excepción". Arjan limpiaba las mesas meticulosamente. En Suiza, todo debía estar impecable.

Una tarde de otoño, Klaus entró en el café. Jubilado ahora, paseaba por la ciudad vieja con su nieta. Ordenó un espresso y un chocolate caliente. Arjan lo sirvió con la cortesía profesional de siempre. Klaus dejó una propina generosa - cinco francos sobre una cuenta de once.

"Gracias," dijo Arjan.

Klaus asintió distraídamente, mirando su teléfono donde revisaba sus inversiones. Ninguno sabía la historia del otro. En Suiza, esas historias rara vez se cruzan.

Los relojes de Berna siguen marcando la hora con precisión perfecta. Los trenes llegan a tiempo. Las calles están limpias.

El sistema funciona.

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Malditos sean

La vida, se abre paso, regenera aspectos del individuo y se perpetúa. O no. La vida, si miras atrás, muy atrás, es cruel. A veces, sentado en el parque o en el bar con un café, pienso en Gaza, pero se extiende el pensamiento hacia los gazas del pasado y del presente, de los que nadie habla. Ni de lejos quiero infravalorar lo que pasa en las tierras prometidas pero no dejo de pensar en el sufrimiento, sobre todo de los niños ahora que tengo dos. Me destroza el alma pensar, porque he dejado ya de mirar, cómo les hacen sufrir, no sólo matándolos directamente sino la muerte indirecta, la inanición, el maltrato, la violencia de todo tipo ejercida contra un niño, contra una niña, inocentes seres que sería imperativo proteger. Malnacidos que ayer y hoy, por cualquier cuestión, quebraron almas de niños; mutilaron física o mentalmente sus vidas; demostraron que la humanidad puede desaparecer y que las ideas matan. En esos niños de Gaza, de Sarajevo, de Ruanda, de las fábricas del siglo XIX europeo; de los niños esclavos de la América del algodón, del tabaco o de las minas; de los niños que trabajan en condiciones infrahumanas; de los niños con los que se trafica hoy y que vemos en paraísos turísticos. Todos esos niños y más son víctimas de almas en podredumbre, de sujetos que no se merecen el apelativo de ser humano. ¡Qué hacer ante tanta miseria! La vida se abrirá paso, la especie misma perdurará, pero cuántos niños han quedado destrozados por los malnacidos que provocan los conflictos, los que se quieren enriquecer a cualquier coste, los que quieren saciar sus perversos apetitos. ¡Malditos sean! Malditos aquellos que juegan con la vida de los niños. Que los dioses, el karma o una infección sistémica les ajuste las cuentas.

Buena semana.

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