Todo el mundo es conservador en cierto modo, pues aprendemos por la experiencia y nuestra actividad intelectual parte de la acumulación de experiencia, ya sea directa o indirectamente. En ese proceder tendemos a conservar ciertos datos y a descartar otros en referencia a nuevos datos adquiridos. A través de la experiencia elaboramos la técnica, cuya eficacia se pone a prueba con el paso del tiempo. Entonces, si conservamos ciertos datos o técnicas es porque nos funcionan a lo largo del tiempo.
Si los descartásemos, tendríamos que hacer un esfuerzo extra por ingeniar un nuevo medio o forma de proceder. Ahora bien, cuando todo se pone en duda, este esfuerzo pasa a ser desmesurado. Pensemos por ejemplo en una familia progresista y una familia conservadora. La familia conservadora, si es española, parte de un marco operativo católico en la cual no necesitan determinar la mayoría de aspectos centrales de su vida porque les vienen dados por la religión. Saben que quieren tener hijos, como quieren educarlos, quién va a hacer qué, etc. Sin embargo, una familia progresista tiene que superar una serie de nuevos problemas cuya resolución óptima no se conoce empíricamente por el mero hecho de ser nuevos. Por ejemplo: la crianza de los hijos en un entorno no-monógamo, un sistema de recompensas y castigos acorde, el contenido y extensión de su educación, etc. La familia conservadora no sufre esta presión de la novedad porque puede operar sin tener que estar constantemente negociando nuevos límites. Y es que cada vez que se negocia un límite, hay una nueva oportunidad para el surgimiento de un conflicto, pues lo más probable es que haya desacuerdos.
Las situaciones de conflicto se incrementarán exponencialmente si añadimos a lo dicho la fijación progresista por la igualdad y la negación de las jerarquías. ¿Qué significa que dos personas sean iguales? Que comparten un mismo grado de poder, por lo tanto, uno no puede sobreponer su voluntad sobre el otro. Dos personas que sean iguales, en caso de que colaboren y surjan desacuerdos, van a tener que negociar, con el riesgo de que no lleguen a un acuerdo. Es mucho más fácil ceder al conflicto ante la ausencia de una opción claramente dominante. Así, la igualdad del hombre frente a la mujer abre la puerta a más divorcios, la nivelación de la autoridad paterna a más rupturas familiares, y continuando ad infinitum con todas las formas de relaciones sociales en las que haya un mínimo grado de subordinación de una parte respecto a la otra. Citando a un sabio, ¨Todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se mantendrá en pie.¨
El progresismo al final es una forma de pensamiento con tendencia a la disgregación y a la entropía, mientras que el conservadurismo es preferentemente anti-entrópico, es decir, favorece la conservación de vínculos humanos a través de instituciones jerarquizadas que priorizan la reducción de conflictos. Si hiciésemos una reducción al absurdo del progresismo, su consecuencia final es una especie de retorno al estado de la naturaleza hobbesiano, en la que los seres viven aislados y en permanente conflicto precisamente porque comparten la misma ración de poder mientras maximizan sus libertades. Y lo logra minando las instituciones en las que se basa el contrato social, haciendo revisionismo de estas o simplemente negándolas, como la ministra de igualdad que equiparaba a compañeros de piso con una familia. Pues sin instituciones, sin medios tamizados por el tiempo que nos salvaguarden del caos, sufrimos el peligro de sucumbir al caos, a una existencia similar a la de los cíclopes de la Odisea, que vivían apartados en cuevas y veían con un solo ojo -porque con dos uno se hubiera peleado con el otro. O casi que peor, con la creación de un ente político inmenso que regulase cada conflicto particular, a nivel microoscópico.