Ucrania: de maniqueísmos y relaciones distributivas y atributivas

En algún otro artículo publicado aquí mismo en Menéame les he hablado acerca de la pereza que, a este que les escribe, le provoca comentar sobre esas noticias y cuestiones de “rabiosa actualidad” que tanto debate parecen producir . Sin embargo, me dicen algunos de mis mayores, ya desde hace muchos años un maniqueísmo recalcitrante se ha instaurado como perversa herramienta dialéctica en cualquier asunto de esta índole, de forma que más que debates nos encontramos en un continuo e insoportable “la de Dios es Cristo”. Los dualismos tienen estas cosas, y el dualismo filosófico sigue tiznando hegemonía en nuestras cabezas, desde la de los políticos hasta la de nosotros, simples internautas. “Así habló Zaratustra”, que escribió hace tiempo un posmoderno.

Yo les reconozco no saber si creer a esos mayores, al fin y al cabo lo de “cualquier tiempo pasado fue mejor” es siempre un dulce, y me temo que un poquito de leyenda hay aquí. En todo caso, sí pareciera ya complicado comentar sobre cualquier cuestión actual en un foro de internet - ya el asunto salta como una mancha negra a las charlas físicas- sin ser encasillado por la marabunta como el General Mireau o el Ransom Stoddard de la película de turno.

Las referencias cinematográficas no son gratuitas. Y es que desde ese dualismo, tan incrustado en nuestras molleras, la tentación de entender todas nuestras relaciones como algo con lo ajeno, como si de una proyección en una pantalla se tratase, es grande. Del dualismo, para el que todo nuestro conocimiento se resume en una relación entre sujeto y objeto, al solipsismo, donde todos los fenómenos observados me son ajenos, hay no mucho más que un paso. Y así este dualismo en ocasiones nos hace incapaces de entender como de enrevesadas, imbricadas, articuladas y complejas son las relaciones existentes.

De las relaciones atributivas y distributivas.

Así que no me es extraña la cara de sorpresa que muchos tuercen cuando se levanta la manita ante esa frase que reza algo así como “las sociedades están compuestas en última instancia por individuos”. Y es que tal afirmación pareciera en un primer momento de una claridad cristalina. No es que la frase sea errónea, el individuo corpóreo es una unidad operativa, y las sociedades, en efecto, están compuestas por diferentes individuos corpóreos. Ahora bien, una cosa es reconocer esta obviedad, y otra es tratar a partir de aquí de presentar a la sociedad como una especie de asociación a posteriori de individuos, donde además se propone esta asociación como un acto de voluntarismo contractual (¡ay, Rousseau!), como si de un acuerdo mercantil se tratase (¡ay, mis nuevos liberales) – nota: el abuso de la metáfora puede ser peligroso -. No, la sociedad es siempre anterior al individuo, y el individuo es una división metódica que nosotros hacemos sobre algo previamente establecido a ese individuo. Pensar en el individuo como algo ajeno a las sociedades, como un ermitaño, eso idealismo que alguno llamaba “Las Robinsonadas”, no deja de ser llevar al absurdo la cuestión. Si bien el individuo corpóreo es unidad, también el individuo es un producto de la historia, en ningún caso un comienzo. Si el individuo operatorio tiene consciencia, el contenido de esa consciencia será una manifestación de referencias y relaciones con una realidad diferente al individuo.

Asoma en todo esto el fantasma del dualismo: un “yo”, que entendemos como sujeto soberano, que cree relacionarse de forma distributiva con el resto, objetos fenoménicos. Un “yo”, entendido como constructo metafísico, que olvida que las relaciones económicas, diplomáticas, geopolíticas, materiales, etc. siempre se producen de forma socialmente atributiva, donde ese “yo” también participa en conjunto necesariamente entrelazado con el resto, y donde no todo puede sernos siempre ajeno. Es en la concepción de carácter dualista donde encontramos esa “doctrina de la salida” que tanto campa hoy en día, llegando a fantasear con ser ajenos a lo que no nos gusta, pensando que nuestra sola voluntad puede llegar a sobrevolar, sin mancha, algunas de las causas y las consecuencias de que esos actos volitivos se desprendan. Aquí ninguno nos escapamos en mayor o menor medida de todo esto.

Y así desde esta “doctrina de la salida”, desde un individuo que se piensa como unidad distributiva, es desde donde las posiciones maniqueas toman plataforma, haciéndonos incapaces de entender como lo que consideramos moral, ética o políticamente reprobable también determina, y en muchas ocasiones es pieza fundamental y necesaria, para aquello que nos gusta y de lo que estamos orgullosos. También suele ocurrir que lo que no nos gusta nos determina y es parte fundamental de lo que somos. Ciegos ante la realidad de que las relaciones, siempre complejas y llenas de aristas, no suelen ser un absoluto del bien o un absoluto del mal. Maniqueísmos donde no hay nada para el intermedio, donde nada puede tener aspectos buenos y malos al mismo tiempo. Todo desde la óptica del “deber ser”, nada desde “el ser”. Es normal así que desde este maniqueísmo, la agresividad, las burdas descalificaciones y las afirmaciones acríticas dominen buena parte del actual debate. Al fin y al cabo San Miguel tenía orden del jefe de desterrar del cielo a Luzbel, y ante este mandato uno no se puede andar con miramientos y mostrar tacto.

“Doctrina de la salida”: cuando incapaces de darnos cuenta que es justo gracias a una compleja red de relaciones atributivas como se construye nuestra situación actual, algunas de las cuales se objetivan en ocasiones en instituciones, nos engañamos pensando que esta situación solo se debe a nuestra acción, a “lo mío”. Y nos vamos a Andorra. “Doctrina de la salida”: cuando queremos reservarnos solo para nosotros el derecho a decidir sobre lo común y a lo que todos afecta. “Doctrina de la salida”: cuando la geopolítica internacional, los acuerdos entre diferentes potencias y la existencia de terribles conflictos se presentan como ajenos a nuestra situación, a nuestros intereses y a las posibilidades de nuestros actos diarios y nuestros proyectos a futuro. 

No voy a declarar aquí mi posición moral respecto a la intervención de España en el conflicto en Ucrania. La gran mayoría de nosotros no tenemos información suficiente y de calidad respecto al estado de situación como para poder tener una opinión formada al respecto (al menos hoy, enero de 2022). Es conocido en estos asuntos la manipulación informativa, y les confieso que me sorprende ese postureo, esa falsa seguridad, con la que muchos afirman o desmienten, sea cual sea la posición que defiendan, hasta el punto de descalificar repetidamente al otro.

Tan solo quise recordarles, acaso fuera que se nos haya olvidado, que lo terrible y lo bello, lo que amamos y lo que despreciamos no escapa de una necesaria relación dialéctica, de una atributiva consonancia. Solo en la cabeza de algunos el bien y el mal pueden aparecer siempre como absolutos. No, no somos ajenos al conflicto, a sus causas y a sus consecuencias.