Hamlet para el banco del parque

Vivir o morir, es la duda.

¿Qué es más digno, sufrir la injusticia o acabar con todo y terminar con tu desgracia?

¿Será morir como dormir?, ¿será como soñar?, ¿se acabará en ese sueño el dolor típico de la debilidad humana?

¿No sería un buen final? Que morir sea como dormir, que sea como soñar.

Pero es también el problema: que soñar en el silencio de una tumba y sin cuerpo que despierte... quizá sea una buena razón para no desear morir.

Ese es el temor que hace nuestras vidas infelices tan largas. Si no fuera por eso, ¿quién aguantaría a los poderosos, los tribunales, la chulería, la violencia, que te rompan el corazón o que te tienten la paciencia... pudiendo rajarte tú mismo con cualquier cuchillo?

¿Quién cargaría con tanta mierda, quejándose y sudando por el peso de la vida, si no fuese por el miedo a lo pueda haber después? Ese sitio sin retorno, que nos vuelve tan locos como para acabar prefiriendo siempre lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Pensar en eso nos hace cobardes, estropea cualquier iniciativa. Y así, incluso los mejores planes... se acaban quedando siempre en nada.