Contemplad. El cadáver putrefacto de la podredumbre americana metido en un traje que no le va. La bajeza de un estafador, la cobardía de un evasor del servicio militar, la glotonería de un parásito, el racismo de un miembro del Ku Klux Klan, el sexismo de un depravado de callejón, la ignorancia de un borracho de taberna y la codicia de un carroñero de fondos de cobertura, todo pintado de naranja y exhibido como un cerdo premiado en una feria del condado.
No es un presidente. Ni siquiera un hombre. Solo la destilación enferma de todo lo que este país jura que no es, pero siempre ha sido: la arrogancia disfrazada de excepcionalismo, la estupidez presentada como sentido común, la crueldad vendida como dureza, la codicia exaltada como ambición y la corrupción adorada como evangelio. Es la sombra de América hecha carne, un ídolo de calabaza podrida que demuestra que cuando una nación se arrodilla ante el dinero, el poder y la maldad, no solo pierde su alma, sino que caga esta obscenidad hinchada y la llama líder.
Oliver Kornetzke, describiendo a Trump.
“Es un error creer que la pasión, cuando es feliz, conduce al hombre a un estado de perfección; lo conduce, simplemente, al estado de olvido. En esta situación, el hombre se olvida de ser malo, pero se olvida también de ser bueno. El agradecimiento, el deber, los recuerdos, desaparecen.”
Víctor Hugo – Los miserables
En un templo vivían dos monjes hermanos: el mayor era instruido, mientras que el menor era de cortas luces, además de ser tuerto.
Un día se presentó un monje errante. Siempre que plantee un debate sobre budismo y venza a los residentes, cualquier monje errante puede alojarse en un templo zen. Si sale derrotado, tiene que marcharse.
El hermano mayor, cansado aquel día tras largas horas de estudio, le dijo al menor:
—Ve y enfrenta el debate, en silencio.
Así pues, el joven monje y el forastero fueron al santuario y tomaron asiento. Poco después, el viajero se levantó, fue a ver al hermano mayor y le dijo:
—Tu hermano menor me ha derrotado. Es una persona admirable.
—Cuéntame el diálogo —pidió el mayor.
—Primero alcé un dedo, que representaba a Buda, el iluminado. Él alzó dos dedos, que significaban Buda y su enseñanza. Alcé tres dedos, representando a Buda, su enseñanza y sus seguidores. Entonces él agitó el puño cerrado ante mi cara, lo cual indicaba que los tres salen de una misma comprensión. De este modo ha ganado. No tengo derecho a quedarme aquí.
Dicho esto, el viajero se marchó.
El hermano menor llegó corriendo:
—¿Dónde está ese tipo?
—Se fue, pues tú le ganaste.
—Nada he ganado… ¡Voy a partirle la cara!
—Háblame sobre el debate —le pidió el mayor.
—Pues verás: nada más verme, alzó un dedo, insultándome por tener un solo ojo. Como era un forastero, fui cortés con él y alcé dos dedos, felicitándole por tener dos ojos. Entonces, ese desgraciado alzó tres dedos, sugiriendo que entre los dos solo teníamos tres ojos; así que me enfurecí y me dispuse a pegarle… ¡pero él salió corriendo!
Cuento anónimo
menéame