No hay en la ópera prueba más antigua ni más noble que la de sustituir a una compañera a última hora. Y sin embargo Puértolas, con ese coraje que sólo puede nacer del abismo, se lanza y canta. En esa incapacidad de Puértolas para repetir la hazaña —en su verdad y su llanto, en su fidelidad a la emoción auténtica— reside la grandeza de lo que presenciamos. Porque esa aria, por más veces que se cante, ya nunca volverá a sonar como anoche. Y su eco permanecerá, latente y secreto, en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de respirar.
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