El sexo, como la historia, se escribe con fluidos y se corrige con sangre. A veces con la de otros. Y como en toda narrativa oficial, lo que se calla acaba teniendo más peso que lo que se cuenta. Pocas prácticas condensan con tanta precisión los malentendidos del deseo, la moral y la medicina como el sexo anal: condenado por la doctrina, fetichizado por el porno, silenciado por los manuales de educación sexual y, sin embargo, más practicado de lo que muchas estadísticas se atreven a admitir.